La decisión del Tribunal Supremo de dejar a Quim Torra sin escaño en el Parlament y la negativa del presidente de la Generalitat a acatar la orden vuelven a colocar a la política catalana en una situación de choque con la justicia, lo que puede acarrear más causas judiciales, más procesamientos y más enfrentamientos entre instituciones.
En contra del criterio de la fiscalía y de los pronósticos de “fuentes jurídicas” citadas por diversos medios de comunicación, la Sala Tercera del Supremo acordó el jueves mantener la decisión de la Junta Electoral Central (JEC) de despojar del escaño a Torra aplicando la inhabilitación exprés, sin esperar sentencia firme, recogida en dos artículos de la ley electoral introducidos en el años 2011 para los delitos contra la Administración con objeto de que “todos los gestores públicos gocen de la confianza y el respeto de los ciudadanos”, dice el auto del alto tribunal, que añade que esos preceptos buscan “una mayor protección de las instituciones públicas” y aumentar la “ejemplaridad social exigible a quien ejerce la función pública, máxime si es representante de los ciudadanos”.
Tanto el Govern como los letrados del Parlament entienden que la JEC no tiene competencias, y menos fuera del periodo electoral, para retirar el escaño a ningún diputado, pero el Supremo, incluso antes de pronunciarse sobre el fondo de la cuestión, ha respaldado a la Junta Electoral entre otras razones porque no ve inconstitucionalidad en los artículos de la ley electoral aplicados y porque tampoco aprecia que la retirada del escaño de Torra y su sustitución por otro diputado sea irreparable porque siempre se puede revertir la decisión. Lo que jurídicamente nadie cuestiona por ahora (políticamente si lo hacen el PP y Ciudadanos) es que Torra siga siendo presidente de la Generalitat aunque pierda el escaño. Esta decisión de la Sala Tercera del Supremo es independiente del recurso que Torra ha presentado en la Sala Segunda en contra de la inhabilitación durante 18 meses a que fue condenado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.
Hay que recordar que todo este galimatías jurídico se produce por una decisión tan innecesaria como menor: la negativa a retirar la pancarta con el lazo amarillo y la petición de libertad para “presos políticos y exiliados” del balcón del Palau de la Generalitat. Una decisión perfectamente prescindible, que ni siquiera Torra mantuvo hasta el final porque retiró la pancarta, ha llevado a este nuevo bloqueo institucional. La negativa de Torra a quitar la pancarta, que violaba la neutralidad de las instituciones y más en periodo electoral, solo se explica por su condición de activista, no de político, y por su estrategia de enfrentamiento constante contra “el Estado”, incluso en las cuestiones más nimias.
Torra se negó a retirar la pancarta y se niega ahora a acatar la orden judicial aduciendo que así defiende las instituciones catalanas, cuando hace todo lo contrario. Nunca las instituciones catalanas estuvieron tan desprestigiadas como durante la presidencia de Torra, que ha superado incluso en este terreno a su predecesor y mentor, Carles Puigdemont.
Están tan desprestigiadas que el primer problema en Cataluña no es ya el paro y la precariedad, sino la insatisfacción con la política y los políticos, según la encuesta del CEO de la Generalitat publicada el viernes. Un 36,8% de los encuestados afirman que es el primer problema, desplazando al paro y la precariedad, que el año pasado encabezaban la lista y ahora pasan al tercer puesto. El segundo son las relaciones entre Cataluña y el resto de España, con un 30,9%. La gestión del Govern de Torra en el último año suspende con una media de 4,65, la peor nota desde que se pregunta por ello (2011) y el 65,6% de los catalanes opina que el Gobierno de la Generalitat no sabe resolver los problemas de Cataluña. La insatisfacción es máxima (entre el 72% y el 93,2% entre los votantes de los Comuns, PSC, Ciudadanos y PP), pero incluso llega a un 40,7% entre los que votaron a ERC y a un 25,8% entre los de Junts per Catalunya. Torra no puede, pues, presumir de nada.