Dijo una vez el sabio que sorprenderse o extrañarse, es comenzar a entender. Por eso los antiguos relacionaron a Minerva con la lechuza, el pájaro con los ojos siempre deslumbrados. En efecto, esa es la sensación que muchos españoles estamos asimilando en las últimas semanas. El pacto, la votación y la composición del nuevo gobierno mixto, en lo que a partidos se refiere, está dejando pasmados a unos cuantos o, extrañados a otros ante un futuro incierto.
Nuestra sociedad actual, cada vez más avanzada, va progresando pese a los graves problemas arduos a los que nos enfrentamos. De aquí que cuanto más se progresa, más cerca del peligro nos encontramos. Por otro lado, la vida es cada vez mejor, aunque parezca más complicada, dado que, a su vez, también tenemos los medios para resolver los problemas generados. Sin embargo, es menester que cada nueva generación se haga dueña de esos medios adelantados. Entre estos hay uno que va unido al avance de la civilización, que es tener mucha experiencia acumulada; en suma: historia.
El saber histórico es una técnica de primer orden para conservar y continuar una civilización. Evita cometer errores ingenuos de otros tiempos. Por eso, si empezamos a perder la memoria del pasado, y no aprovechamos la experiencia, entonces tendremos un problema.
A nadie ha de sorprender que lo que importa preferencialmente en los órganos de decisión del PSC es cómo conseguir en Cataluña tener de su parte una mayoría relativa de lo que los expertos denominan la “opinión pública”, sobre todo la de carácter no identitario, único camino asequible para conseguir el poder en una sociedad muy fragmentada políticamente. Este dominio sobre el sentir político de la población es la fuerza radical que en las sociedades democráticas produce el fenómeno de mandar, eso que es cosa tan antigua y perenne como el hombre mismo. Así, la ley de dicha opinión es la gravitación universal de la historia política. Sin ella, ni la ciencia histórica sería posible. Por eso, la soberanía de la opinión pública, lejos de ser una aspiración utópica, es lo que ha pesado siempre y a toda hora en las sociedades humanas.
La situación actual en el “Partit” de los Socialistas es como es; dentro hay de todo como en botica. Por un lado, algunos compañeros influyentes se atreven a afirmar que la indefinición de nuestros dirigentes se paga, y la ambigüedad fluctuante también; aunque no renieguen en dar cierta esperanza ante el hecho de que los que pensamos diferente, seguimos siendo más, a pesar de que continuemos moviéndonos en este país sin el beneplácito de los dirigentes independentistas ni de su sectaria y disputada televisión.
Sin duda, el tema identitario y el futuro de nuestro estado-nación tal como lo entendemos la mayoría de los españoles, está eclipsando cualquier otra alternativa social que, no por menos importante, se ha intentado priorizar desde el Ejecutivo Nacional. El objetivo de constituir un nuevo Gobierno con dirección socialista y participación progresista, por definirlo de alguna forma, se ha cumplido. Ahora toca averiguar cuáles van a ser sus consecuencias.
Por consiguiente; a partir de ahora, lo importante no es lo que fuimos ayer, sino lo que vamos a hacer mañana juntos. Por eso, creo que si estamos convencidos de que nuestra obligación prioritaria ha de ser la búsqueda del porvenir por el cual nuestra nación ha de continuar existiendo, debemos seguir movilizándonos en su defensa; no por la sangre, ni el idioma, ni el común pasado, sino porque al defender la nación defendemos nuestro mañana, no nuestro ayer. Esto es lo que nos ha de reunir como Estado.
En mi opinión, pienso que nuestra aportación como organización política a lo anteriormente indicado debe ir en la línea de lo que somos en realidad que es lo que nos une, ser socialistas, y no lo que nos diferencia, nuestro carácter o no, identitario. Joan Ferran lo define perfectamente cuando indica que: “El PSC ha obviado en su discurso el sentir de muchos ciudadanos no identificados con la retórica identitaria". Es por eso por lo que la ambigüedad resultante ante el tema lingüístico surgido en los debates del último Congreso socialista no ha hecho más que cerrar el paso a un más que posible cambio de actitud del votante, potencialmente socialista, que actualmente vota a Ciudadanos, o se abstiene, como rechazo a nuestro posicionamiento intransigente y pragmático ante la Inmersión Lingüística.
Desde luego, actitudes como el comentario de Sánchez al reunirse con el mandatario canadiense proponiendo una salida para Cataluña a lo quebequés, no favorece el acercamiento del voto no identitario. Tampoco el cambio de actitud previsible ante la aceptación de una consulta no vinculante, entendida queramos o no como Referéndum, va a ayudar en este sentido. Si obviamos la ingenuidad, sabemos que lo único que importa a los separatistas no es ganar o perder un Referéndum, sino justificarse en su esfuerzo hasta conseguir su objetivo. Si ese es el camino, no cuenten con nosotros.
En Cataluña, varios miles de personas sacaron banderas a la calle alzando su voz convocados por Sociedad Civil Catalana. Gentes del exilio interior, como comenta Ferran, preocupados por la falta de gobierno y por la retórica excluyente de los secesionistas adictos al “procés”. Muchos socialistas también estuvimos presentes. En este sentido, pensamos que la actitud de la dirección del partido con respecto a esta organización transversal debe ser más entusiasta y colaboradora, conviene tenerla como aliada, que no enfrentada, si de verdad se quiere conseguir captar el voto progresista.
La presencia de Borrell ha sido como un punto de encuentro entre las dos organizaciones, pero, hoy en día, es insuficiente para conseguir este fin. No lo tenemos fácil y carecemos de pocos aliados en Cataluña, incluso hasta las cúpulas de UGT y CCOO se han plegado a las exigencias del guion nacionalista. Hoy, Camil Ros, como antes Pepe Álvarez, han devaluado la razón de ser de la histórica central sindical socialista. ¿Díganme, si me equivoco, qué aporta a la causa socialista el Secretario General de UGT visitando a los políticos presos? Y ya sabemos que mantiene muy buena relación con la dirección, pero eso no lo justifica.
En definitiva, para concluir, percibimos de cara a las próximas elecciones, que la dirección socialista no está por la labor de aceptar una lista conjunta con Ciudadanos y Podemos; es más, creemos que se apuesta por el camino de recuperar de nuevo el espíritu del añorado” tripartito”. Sin embargo, nosotros, estamos convencidos de que mucha gente, no independentista, firmaría lo que fuera por conseguir una victoria pedagógica y ejemplar sobre el pensamiento amarillo. De nuevo, damos la sensación de ser un partido con nula capacidad de marcar agenda.
Comparto la opinión que, tras los últimos acontecimientos, será difícil retornar a la conllevancia orteguiana, solo posible si cometemos el error de una consulta donde definitivamente nos abocaría, fuese el resultado que fuese, a dos bandos inmiscibles.
Estamos en plena crisis social y política, porque es la consecuencia natural de un periodo de cambio. Por eso, en esta situación tan delicada debemos rechazar aquella práctica, cada vez más usual en los medios, de acusar a alguien de ser lo que no es, por el hecho de discrepar dentro y fuera de nuestro partido. Y más, aquella que califica al crítico de “facha” o al discrepante de “botifler”. Si esos son los síntomas de que estamos enfermando como sociedad, entonces, nuestra respuesta ha de ser clara y contundente en la línea de demostrar a la ciudadanía que Voltaire se equivocaba cuando afirmaba que: “La política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria.”