Es cierto que no soy un novato en estas lides periodísticas, pero debo decir que estoy asqueado del nivel de los actuales líderes políticos, hijos de la ESO. Yo no soy de la ESO, tampoco de la EGB, sino de la Ley Moyano (1857), primer ministro de Educación de la reina Isabel II, un carroza, que vio morir un 20 de noviembre a Franco, un día de lluvia en Barcelona cuando estalló la primavera en toda España.
Era un adolescente de dieciocho años, recién cumplidos. Hacía cuarenta días que había llegado, desde Lleida, y había descubierto la vieja Barcelona del franquismo. Una Barcelona abierta, una ciudad que era admirada por toda España, porque representaba la vanguardia. Hace cuarenta y cinco años en Barcelona se respiraba una libertad que no era legal, mientras que en Madrid no se podía respirar.
Yo la disfruté, y la añoro. Nada que ver con la actual Barcelona, cerrada. No había experimentado la inoculación del virus nacionalista, que mutó en el separatismo, germinado pacientemente por el Molt Honorable Jordi Pujol. Porque ha sido Pujol el inductor del actual desastre social.
Estoy asqueado por el nivel general de los lideres de la clase política, que me lleva a añorar la generación anterior: la que capitaneó la Transición política admirada por el mundo entero, y que yo critiqué. Aquella España en blanco y negro me dolía, como a mi generación inquieta, porque era anticapitalista. No éramos de Podemos, pero amábamos con pasión la España que cantaba Cecilia, la España hippy. Defendíamos una revolución etérea nacional, porque yo nunca he sido internacionalista. El capitalismo era el mal universal. tocábamos la misma música de los comunistas, pero nunca desde el marxismo, por lo menos en mi caso.
Si la España franquista era en blanco y negro, ahora la España ha vuelto a ser bicolor, pero no porque haya vuelto a un régimen dictatorial, como señalan los paranoicos indepes, sino porque el discurso se ha polarizado, con dos extremos que se retroalimentan para crecer. Todo es tan exagerado, que se ha abierto un abismo entre los dos bloques, y yo me he quedado huérfano de partidos, porque no me gusta nadie. En las próximas elecciones catalanas iré a votar por correo, no puedo salir de casa por un problema personal, pero eso no me impide soñar, como siempre, por una España mejor.
No me gusta nadie porque odio la demagogia que usan tanto los unos como los otros. Así los veo de analfabetos, como decía el sabio vasco Miguel de Unamuno, rector de la Universidad renacentista de Salamanca.