Pedro Sánchez entre el desdén y la verdad. El presidente este martes, en Consejo de Ministros, la subida de las pensiones y el sueldo de los funcionarios --15 millones de votantes--, la emergencia climática y ¡ay!, a última hora, una iniciativa legislativa del PSOE encaminada a reducir la carga penal en el delito de sedición. Después salió pitando destino a Davos, sin dejar de escuchar tras de sí el griterío levantado por laminar la sedición: esto es un “indulto encubierto para Junqueras” (PP) o “Sánchez premia a los golpistas catalanes” (Vox).
Después del rapapolvo, Sánchez se metió calentito en el avión, con la tasa Google en la mochila. En Suiza le esperan el director ejecutivo de Apple, Tim Cook; el de Amazon, Andy Jassy y el presidente regional de Google, Matt Brittin. Deberá convencerles de que el nuevo impuesto no limitará sus ganancias. No les contará que se ha lanzado a un presupuesto social-expansivo sin conocer el techo de gasto, justo cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) reduce al 1,6% el crecimiento de 2020 en España.
En el mismo PSOE, los economistas discrepantes (Miguel de Sebastián) le aconsejan prorrogar nuevamente los Presupuestos, a la espera de comprobar el cumplimiento de los ingresos previstos ya que los gastos están comprometidos (pensiones y funcionarios); y si en junio todo cuadra, diseñar el anteproyecto de Ley de los Presupuestos para 2021. Prudencia maravillosa, pero suicida.
Por la tarde, avión confortable camino de los Alpes. En el famoso balneario Suizo, en el que se reúne cada año el World Economic Forum (WEF), la delegación española participó ayer en la cena de apertura con Klaus Schwab, fundador y maestro de ceremonias. No faltaron las socorridas referencias míticas a la novela que Thomas Mann situó en el mismo balneario ni las concomitancias históricas con proyectos similares, como la sociedad Mont Pelerin, fundada en Suiza, en plena Guerra Fría, por Friedrich Hayek y Milton Friedman. En su libro Camino de servidumbre, el mismo Hayek imaginó que un día su reunión alpina, cerca de Montreux, podría convertirse en un gobierno consultivo mundial, al estilo de lo que hoy es Davos.
La agenda de Sánchez tiene este miércoles su plato fuerte: conferencia ante el plenario (50 líderes mundiales, entre ellos, Trump, Merkel y Christine Lagarde, más un centenar de ceos de multinacionales) sobre las transiciones digital y climática, con especial énfasis en la confianza y solidez de la economía española.
Será el rato en el que los directivos de Google, Amazon y Apple aprovecharán para estirar las piernas y tomarse un té. A ellos solo les interesa la tasa Google, la carga tributaria que les quiere imponer el Gobierno español; y tanto es así que, en su encuentro privado con Sánchez, los dueños del universo someterán a España en un severo examen de aptitud. El resto es literatura.
Y de literatura económica los socialistas van sobrados. Sánchez llegó ayer al balneario acompañado de las vicepresidentas tercera y cuarta del Ejecutivo, Nadia Calviño y Teresa Ribera, ambas con agenda propia; tan propia, que la primera, Calviño, tuvo que hacer escala en el Ecofin (consejo de ministros de Economía de la UE) para limar asperezas respecto al déficit público español, por encima del 3%.
En el vuelo del presidente viajaban el director del Departamento de Asuntos Económicos de Moncloa, Manuel de la Rocha, y el secretario de Relaciones Internacionales, el sherpa de Presidencia, José Manuel Altares, próximo embajador en París. En los valles helvéticos nadie habla del Pin Parental, un asunto en el que el PP se ha enmarañado con Vox, santo y seña de la triple derecha desde el día de la Plaza de Colón.
Es decir, en los Alpes no habrá con quién pelarse, tradición inveterada de nuestra cámara legislativa. Mientras Sánchez departe con el resto de líderes mundiales, Pablo Casado piensa que en Murcia, en Andalucía o en Madrid podrá hacerle la trabanqueta a este Gobierno de rojos que quieren nacionalizar a nuestros hijos. En fin, el honor de Casado respecto a Davos está a salvo desde el día en que el World Economic Forum le nombró joven promesa junto a otros cien políticos bisoños de todo el mundo.
Hoy, en Davos, tampoco se habla de Cataluña. Por fin, la mente en blanco y el merecido descanso, si no fuera porque el líder de Vox, Santiago Abascal, se desplazó hasta Estrasburgo, el pasado martes, para comunicar su oposición al veto de la Eurocamara a Polonia y Hungría, cuyos gobiernos populistas están liquidando el estado de derecho.
Con su recurso a la cámara, Abascal hace suya la indecorosa actitud de los que dicen no admitir órdenes de Bruselas. Pero el PP no le va a la zaga. Los populares españoles de Esteban Pons han encabritado a su propia familia parlamentaria (el Grupo Popular Europeo) al desmarcarse de la presión que ejerce Estrasburgo sobre Polonia y Hungría.
Cuestión de soberanía: tú defiendes la mía y yo defenderé la tuya. Por pura carambola, muchos eurodiputados de distintas formaciones se están echando atrás respecto a levantar la inmunidad de Puigdemont al comprobar que el PP español se alía con Vox para permitir que Polonia y Hungría sigan sin respetar la división de poderes. Un rebote indirecto y peligroso de la política moderna articulada desde los tribunales de Justicia.
La gran paradoja está servida: la derecha y la extrema derecha pueden acabar impidiendo que llegue a buen puerto el suplicatorio del Supremo que expulsaría a Puigdemont de la Eurocámara. De momento, entre los grupos partidarios de conceder el suplicatorio se da ya por descontado que este estado de opinión aplaza el levantamiento de la inmunidad.
Pensemos que el suplicatorio está en trámite en la Comisión Legislativa del Europarlamento y que será votado en el plenario, y que en la UE no siempre se respeta la disciplina de voto. No es bueno pisarle un callo a un diputado europeo antes de una votación en el plenario; allí, en el hemiciclo del Edificio Louise Weis de Estrasburgo, se combate voto a voto.
Mala digestión del presidente este martes a seis mil metros de altura, pero llegada suave al balneario de Hans Castorp, el personaje de ficción que adelantó el estallido del Reich. Está visto que, en política, la paz y la guerra son fruto de un mal entendido. Si el Gobierno de coalición quiere que prospere el suplicatorio de Puigdemont, tendrá que decirlo sin esconderse y, si no lo quiere, pronto no sabrá dónde meterse. Sánchez, entre el desdén y la verdad.