Trapero es ni más ni menos que lo que desearía ser casi todo ciudadano español: un funcionario del Estado con sueldo para toda la vida y con perspectivas de promoción. En su ejecutoria, hoy sometida al escrutinio judicial, trató de quedar bien con la gente que precisamente este Estado había puesto como vigilancia para los aspirantes, como él, a ser sus servidores.
El Estado español es un Estado... digamos “curioso”. Porque es ciertamente curioso que ceda a manos de quienes declaran públicamente ser sus enemigos el poder sobre la fuerza policial de una importante región –los “mossos”—… y luego se extrañe de que esa fuerza policial obedezca a sus amos, a sus superiores más cercanos.
Sería una injusticia que en el momento en que sus jefes empiezan a salir de prisión, sin haber hecho contrición, ni mucho menos propósito de la enmienda, los tribunales revienten la vida de Trapero enjaulándolo. Estos años en silencio, preparando su defensa y con la espada de Damocles sobre la cabeza creo que ya son un castigo bastante.
Piénsese que era obvio, desde mucho antes del año 2012, no digamos ya el 2017, que el cuerpo armado de los mossos estaba infestado de sujetos con claras simpatías fascistas –simpatías evidentes incluso en las “esteladas” que lucían en la culata de la pistola, o en los discursitos en internet--.
Es un cuerpo que se creó precisa y secretamente para que cuando llegase el momento se levantase contra España. No tenía otra razón de ser. (Ya había dos cuerpos de policía bastante o muy eficientes: la Nacional y la Guardia Civil. Para nada se necesitaba crear otra, por cierto más cara e ineficiente, sino para ir preparando con tiempo la insurrección).
¿Que Trapero no fue nombrado “major” porque sí sino por su proximidad a la gente turbia de Mas? El Estado lo sabía, lo había fotografiando cocinando paellas para la sudorosa Rahola, pero no hizo nada para encauzarlo aunque su camisa hawaiana ya fuese estéticamente delictiva; y desde el Golpe de Estado de Puigdemont-Junqueras tampoco ha hecho el Estado ningún escrutinio, ninguna limpieza del cuerpo de los Mossos para corregir esa deriva golpista a pesar de las imágenes televisivas de su pachorra y pasividad, de sus encaramientos obstruccionistas con los sufridos guardias civiles y de las reiteradas noticias sobre la pasividad o complacencia de tal o cual contingente en el aquelarre del 1-O…
Todo esto, como he dicho reiteradamente y todos sabemos, se hizo con luz y taquígrafos y se emitió por TV3. No hace falta una laboriosa instrucción para saber lo que pasó y quienes lo tramaron.
Bien, si el Estado no se preocupa de desarmar o uncir bajo el yugo de su autoridad a los “mossos” separatistas, ¿por qué, ahora, castigar a un hombre que por otra parte ya está bastante castigado? Libertad para Trapero.
Tiene razón el “major” en una cosa: en la dificultad, para un cuerpo policial, de someter a un millón de sujetos insurrectos, dirigidos y avalados por la autoridad política del Estado, que en Cataluña es la Generalitat. Más difícil, aún, cuando, como ya he dicho, buena parte del cuerpo policial catalán está compuesto de simpatizantes de la insurrección. ¿Qué se esperaba que hicieran los mossos? ¿Encararse a la gente, aporrearla, como tosca pero reglamentariamente tuvieron que hacer las fuerzas de la Policía Nacional (sin que por cierto hayan recibido reconocimiento por su meritoria tarea, sino, por el contrario, un riguroso, severo escrutinio de su meritorio comportamiento el 1 de octubre?) ¡Bah!
¿Por qué tiene que ir Trapero a la cárcel, cuando Mónica Terribas campa libre y sin ser molestada, pese a su ejercicio de alta traición al difundir por la radio los movimientos de las patrullas de policía? Y no con el objetivo de ayudarlas a mantener el orden…
Artur Mas, el astuto, medita en presentarse otra vez a sus golpismos, o si acaso es mejor esperar tranquilito al verano, para navegar en yate por las aguas de Mallorca, “pies en el suelo, vista en el horizonte, corazón intrépido y bolsillo lleno”. ¿Y Trapero, su siervo, a la cárcel?
Los consejeros áulicos de Mas, Francesc-Marc Álvaro, José Antich, y Pilar Rahola siguen impunes. ¿Y el pringado de Trapero ha de purgar pena de cárcel?
Los “capos” de la fundación Catdem, la del 3 por ciento, Vicenç Villatoro y Agustí Colomines, ni siquiera han sido llamados a declarar por el caso tres por ciento. Y “il capo di tutti i capi”, Jordi Pujol, prescritos sus delitos, ya opina en la televisión pública sobre temas inefables. Son libres, como el sol cuando amanece ellos son libres, como el mar. ¿Y el pistolo Trapero a la cárcel, por obedecerles? ¡Hombre…!
Trapero es solo una víctima de un Estado tan bien organizado que deja en manos de una pandilla de borricos corruptos el control de la violencia, y luego se extraña de que los borricos no usen ese control con sensatez y lealtad.
¡Libertad para el “major”! Solo hizo aquello para lo que fue formado, a cargo de los presupuestos del Estado: traicionar la soberanía del pueblo español cuando llegase el momento.
Condenarle a él por obedecer a sus jefes, mientras se pacta con éstos el Gobierno de la nación, sería un ejercicio de hipocresía insoportable.