Se ha desbloqueado el Gobierno, pero el país sigue bloqueado y algunos grandes temas de calado seguirán aparcados, sometido a la dictadura de los 210, las tres quintas partes de los diputados del Congreso, que se requieren para desbloquear cuestiones aplazadas. Superar el estado de bloqueo, de excepcionalidad que dicen algunos, exige actitudes nuevas o renovadas, lejos de la crispación. No es el menor de los temas pendientes el de las relaciones entre Cataluña y España. De ahí que, el solo hecho de que el pasado jueves pudiéramos encontrarnos una cuarentena de periodistas de ambos lados del Ebro en Madrid, para dialogar sobre este tema, constituya en sí mismo un hecho relevante.
Quizá su virtualidad radique en que se hiciera a puerta cerrada y por iniciativa propia, pero el caso es que, en un ambiente que podríamos definir de asertividad y respeto mutuo, una idea común tomó forma: el diálogo es imprescindible entre distintos, al margen de la política, para desinflamar y desbloquear el debate. Al margen de aspectos de interés común como la diferencia en portadas sobre iguales noticias, el exceso en algunas de ellas, el minutaje obligatorio impuesto por la JEC en campañas electorales, la falta de transparencia institucional en demasiadas ocasiones, el condicionamiento con vídeos y comunicados de los partidos, el rigor informativo, la existencia de ecosistemas diferentes...
Para resolver el conflicto político con Cataluña, cualquier solución será buena si hay voluntad para ello. De lo contrario, continuaremos dudando si hace tiempo que no entendemos lo que pasa o si pasó ya el tiempo en que entendíamos lo que pasaba. Parece claro que estamos ante dos sociedades que se ignoran y dos opiniones públicas diferentes, cada una de ellas con sus matices y su diversidad, no pocas veces demasiado polarizadas en el seno de cada una de ellas. En ocasiones, son demasiadas las dificultades para comprender al otro y entenderse entre paisanos y forasteros. Sin que tengamos claro quién mira más a quién, Barcelona a Madrid o viceversa, más allá de las razones estrictamente políticas, que aconsejan despojar el debate de todo sentimentalismo, parece imprescindible cambiar las formas y los hábitos del dialogo.
La lengua puede ser una dificultad añadida. Pero, además, en ocasiones se tiene la sensación de que estuviésemos en medio de una subasta verbal que impide aligerar el peso del factor emocional a la hora de abordar determinadas cuestiones. La partícula des se ha transformado en un prefijo habitual para demasiadas expresiones: desjudicializar, desbloquear, despolitizar, desinflamar... Obliga a superar el belicismo semántico y admitir la semántica como un problema real que exige descontaminar el lenguaje y huir de la sinécdoque o la metonimia engañosa: “los” catalanes o “los” españoles, acompañados de cualquier calificativo, representan el uso innecesario del todo por lo que debería ser una parte. Al tiempo que, de un lado, se elude la referencia a España, sustituida con harta frecuencia por el Estado; mientras, de otro, se alude a los constitucionalistas por antítesis de los independentistas.
El lenguaje contaminado dificulta y polariza el debate, debido al contagio inevitable de los medios de comunicación por la política, en general, y el debate territorial, en particular, de forma que a veces resulta complejo desencriptar o descifrar ciertos mensajes. La conclusión es evitar echar gasolina al fuego y huir de cualquier comportamiento que contribuya a agravar las cosas. Ahora bien, los informadores, además de controladores del poder, son transmisores de las opiniones y afirmaciones de unos políticos que, en demasiadas ocasiones, manifiestan una cosa en privado y dicen otra en público. Para colmo, el recurso al eufemismo retuerce aún más el léxico e impide discernir la realidad. Así, como ejemplo significativo, ¿qué se entiende por “consulta” en el caso de Cataluña? Sin duda, es bastante más que una encuesta y mucho menos que un referéndum, pero... Más aún: si los términos “nación” o “nacional” se utilizan perfectamente y con naturalidad en el lenguaje cotidiano, ¿por qué no desdramatizar su empleo, hacer normal lo que es de uso habitual y dejar de utilizar las palabras como arma arrojadiza?
Los periodistas no son quienes inflaman el debate o dificultan el diálogo, sino los políticos. Tampoco abdican los informadores de ejercer de intermediarios para pasar a ser opinadores --que también pueden hacerlo--, sino que buscan el acuerdo sobre la realidad de los hechos. En este sentido, la precaución no significa paralizar el diálogo y el entendimiento. La dificultad surge cuando los acuerdos PSOE-ERC se transmutan para Quim Torra, y por extensión en el entorno de Carles Puigdemont, en solo dos mandamientos: autodeterminación y amnistía. Según algunos expertos, la Constitución tiene aún recorrido y en ella caben muchas cosas, da para mucho. Cualquier retoque exige esa cifra mágica de los 210 diputados y no parece que el PP, y mucho menos Vox, estén precisamente por la labor. Y en cuanto a la amnistía, podemos cruzar apuestas sobre cuándo se concederá un indulto: lo puede pedir un tercero, sea Òmnium, la ANC o la asociación de cazadores y pescadores, por ejemplo, para evitar a los políticos presos pasar por el trágala de tener que pedir la medida de gracia al Estado del que quieren salir.
El temor al riesgo de involución actuó como elemento dinamizador del consenso en tiempos de la transición. Tal vez convenga ahora tomar conciencia de que si el conflicto Cataluña-España acaba mal, salgamos perdiendo todos, seamos de Santander o de Girona, onubense o albaceteño, de Mondoñedo o Mollerusa. El problema es saber hasta dónde llega la voluntad de resolver las cosas. Están por negociar los Presupuestos que requieren una mayoría absoluta. Resulta incomprensible que --que se sepa--, no se haya hablado de este tema en las conversaciones entre socialistas y republicanos. Oriol Junqueras decía el sábado, en una entrevista en El País que rezumaba irritación, que “el apoyo a los Presupuestos está condicionado a los avances en la mesa de diálogo” entre gobiernos. Y Pere Aragonès remataba que “si no se avanzara, volveríamos a ejercer la autodeterminación”. ¿Estaremos en breve como estábamos? ¿Quién hace, entonces, de bombero pirómano? La respuesta será cuestión de poco tiempo.