Ni los más avispados héroes de Mayo de 1968 se adaptaron con tanta presteza al sistema como lo ha hecho Podemos. El partido del vicepresidente Pablo Iglesias sí puede llegar al poder ipso facto, con una indudable habilidad a la hora de negar lo que afirmaba y afirmar lo que se negó. Es la taumaturgia del poder camuflada de voluntad de cambio desde dentro del sistema. Una peripecia así justifica las lágrimas de Iglesias al final de la investidura. Pocos políticos se han adaptado tan rápidamente al establishment institucional aunque, entre muchas otras cosas, quedan los flecos del chavismo, los tics del ecofundamentalismo y los espantajos de la resistencia antifascista. Diga que las instancias judiciales de la Unión Europea han humillado a los jueces españoles y siga expandiendo la ideología de género. Disponga de un presupuesto ministerial esquilmado y ponga en duda la solvencia del empresariado español.
La cuestión sería saber hasta qué punto Pedro Sánchez va a circunscribir los ministros de Podemos a sus despachos con la intención de que no gobiernen y de que su gestualidad de ruptura no vague en exceso por los platós de televisión turbando la labor del equipo económico por ahora considerado de cierta ortodoxia. Por el momento, la complicidad entre Sánchez y Iglesias no tiene aspecto de ser muy compenetrada. Pero en política a veces el odio es un incentivo de efectos insólitos. Ya sabemos que si decides quién es un enemigo difícilmente podrás escoger tus amigos.
Como mantra, la idea de que toda la culpa la tiene una derecha obstruccionista va a consolar a quienes crean con voluntarismo y de buena fe que el pacto de la izquierda puede cambiar el mundo. Ese mantra va a desgastarse pronto porque todos los focos se concentrarán en el Gobierno, sus tensiones internas y las inconsistencias de Sánchez con la cuestión catalana. Entretanto, aplicar tatuajes al Estado --a la Constitución o la Jefatura del Estado-- pudiera ser uno de los alivios que Sánchez consentirá a Iglesias porque en el fondo ni uno ni otro se identifican con el régimen de 1978.
Cualquier día veremos carteras ministeriales con adhesivos contra el patriarcado hispánico. Ha sido rápida la nueva directora del Instituto de la Mujer. Aparte de su radicalismo feminista, en 2013 justificó la quema de iglesias durante la Segunda República porque --decía-- obreros, campesinos e intelectuales odiaban a la Iglesia de modo apasionado. ¿Fue en vano la concordia de 1978 cuando en 2020 perdura ese guerracivilismo de manual cutre, hombres contra mujeres, rojos contra azules, las dos Españas donde hay más de mil?. Podemos sí puede.