Las familias británicas están enviando a sus ancianos demenciados a Tailandia, donde por un coste económico muy inferior hay unas residencias de la tercera edad que los cuidan de maravilla, en un clima tropical, en un ambiente agradable, en unas instalaciones ajardinadas y con un personal hospitalario exquisitamente servicial. Así los viejos británicos que han perdido la memoria víctimas del alzheimer o de la demencia senil caminan, en mangas de camisa, por los senderos empedrados, entre palmerales tropicales, de los jardines del paraíso, empujando sus andaderas, acompañados por delgadas y solícitas enfermeras orientales en sus kimonos. En esos centros la atención al enfermo es casi personalizada: hay casi tantas cuidadoras como dementes. Si esto no es un ocaso esplendoroso... Para ellos, desde luego, entre esto y estar en algún centro de salud de Birmingham más o menos sórdido mirando por la ventana cómo afuera llueve y llueve y llueve, con la alternativa de salir a un maloliente pasillo… no hay color.
Para las familias, tampoco. Porque sostener los últimos años de papá, o de mamá, o de mamá y papá, en alguna residencia para la tercera edad de Gran Bretaña, las arruina económica y psicológicamente. Ésta es una de esas características de nuestra época de las que apenas se habla, porque no es un tema bonito, porque no se atisba una alternativa al envejecimiento e idiotización del cuerpo social y porque todos sienten que en un futuro más o menos lejano también se habrán vuelto idiotas y necesitarán mucha, mucha ayuda... Mientras escribo esto me doy cuenta de que la mera verbalización del problema resulta agresiva, y supongo que pronto algunas palabras que he usado, como “demente”, o “idiotización” serán puestas fuera de la ley, para la tranquilidad general.
Cuando el anciano finalmente fallece, las familias lo sienten como un alivio triste. Esta alternativa asiática es estupenda. Además de una excusa excelente para viajar al Extremo Oriente dos o tres veces al año: “Me voy a visitar a papá.”
En Tailandia todo el mundo habla inglés, de manera que las pocas palabras que pronuncie el paciente serán más o menos entendidas. Esto no pasa con el idioma español, pero para eso tenemos Hispanoamérica. No diré nombres de algunos países estupendos y preciosos, poblados por gente de buenos sentimientos, que han quebrado por la inoperancia de sus clases dirigentes y que podrían ser las tailandias de los españoles. Si no nos arruinamos más como país y nos convertimos también nosotros en la residencia de la tercera edad de los europeos del norte.
Veo este asunto como una nueva manifestación del proceso de la “deslocalización”, consustancial al capitalismo global, que tanta prosperidad ha llevado al tercer mundo pero en cambio ha causado algunos desajustes entre las clases más desprotegidas del primer mundo: se deslocalizan fábricas e industrias; se deslocalizan jóvenes profesionales bien formados en universidades de países que no pueden darles salida profesional; se deslocalizan multitudes de desdichados, poblaciones enteras en fuga de países en guerra; se deslocalizan hasta los cerdos holandeses, que se crían en España para no dejar allí sus tóxicos purines; se deslocalizan residuos nucleares, de Francia hacia Siberia. Ahora los británicos son pioneros en deslocalizar a sus viejos desde sus Islas lluviosas hacia el paraíso terrenal. No se me ocurre qué será lo próximo a deslocalizar.