Lo ha dicho el hombre del tiempo: cabe prever para el año próximo y los siguientes un empeoramiento del clima, en todos los sentidos de la palabra “clima”.
Recapitulemos. Ahora se están cumpliendo, y celebrando en toda Europa, 30 años de la caída del muro de Berlín, de la Revolución de Terciopelo, de la ejecución del matrimonio Ceaucescu, en fin, de unas fechas que a todos hacían pensar que empezaba una época nueva y mejor. Pero todo se dejó al albur de los progresos técnicos, la autonomía de los mercados y el ansia generalizada de prosperidad y enriquecimiento sin siquiera el disfraz de un proyecto humanitario o por lo menos una religión solidaria. Entregada a estos instintos sin freno ni mordaza, la humanidad se cretinizó a conciencia...
Podría sostenerse que los dos hitos de ese proceso de cretinización general voluntaria fueron el duelo por Lady Di en 1997 y por Steve Jobs en 2011. Que inmensas multitudes llorasen por aquella damisela ñona y tarada que encarnaba el prototipo de la inútil de peluquería y que se lamentaba en público, llorosa, de que el heredero de la Corona de Gran Bretaña le ponía los cuernos nos hizo perder toda esperanza en la comunidad humana: ¿Cómo tener esperanza en una masa que comulga con un mito de tan baja estofa? Cuando el llanto masivo internacional se repitió por la muerte del ambicioso Steve Jobs, el creador de Apple, al que las masas despidieron como si hubiera sido un santo laico, un benefactor público, un filántropo, ya no fue necesaria más reiteración: íbamos derechitos al maelstrom, la peligrosísima corriente que tritura.
En España, ese fue el año de la disoución de ETA. Pero el país legaba exhausto a esa gran victoria. Al siguiente se declaró, entre nosotros, este proceso de caos, de cretinismo y de destrucción del legado de la Transición. Valle-Inclán había profetizado, antes de la guerra y del franquismo: “Yo anuncio la era argentina / del socialismo y la cocaína”, y esa era llegó, y ya ha quedado atrás. Era una era de socialismo suave, de centrismo, de progresos en el terreno de la salud pública y de las libertades, la tolerancia y hasta la diversión. Europa entera nos observaba con asombro y en algunos casos hasta con algo que parecía envidia: algo que cristalizó, cuando la crisis arrasó con casi todo, en aquel titular que decía: “The Fiesta is over”. Despertamos de aquel ensueño de socialismo y cocaína arruinados y con resaca. Hubiéramos podido recitar lo de Ajmátova: “Creíamos que éramos pobres, / que no teníamos nada, / hasta que lo fuimos perdiendo / todo, una cosa tras otra”. Pero ya no hay quien recuerde ningún verso.
La fina piel, mejor dicho, la fina membrana de los ensueños europeos, del progreso, la tolerancia, el entendimiento, el Estado del Bienestar, el igualitarismo, la corrección política, el sometimiento a la ley, que por las buenas o por las malas imperaban en toda la nación, y que tenía a los monstruos de siempre calladitos, sojuzgados, sometidos, reducidos a la impotencia, conformados con resoplar y rezongar por lo bajinis, se desgarró. Se desgarró empezando por Cataluña, donde los monstruos fueron los primeros en liberarse y reivindicar la pequeñez, el ensimismamiento y el derecho a la propia imbecilidad. Los monstruos fueron liberados aquí, cada uno agitando su banderita, bramando su derecho a olisquear las propias heces y decir que huelen a rosas. Y luego, en contrapartida, y con el inestimable estímulo de una nueva izquierda que escribía irritantes poemitas en la calzada, y que sostiene que no hay que decir “los” o “las”, sino “les”, una izquierda especializada en irritar a las fuerzas capitalistas pero sin tener ni la más remota idea de cómo frenarlas, los monstruos se liberaron también allá. Ahora todos los monstruos andan sueltos, atentos que se van a poner a copular a la vista de todos. Luego, devolver todo este ganado a los corrales no va a ser tarea fácil ni rápida. Se anuncia un próximo año lisamente cretinizado. A disfrutarlo.