Noches de Tamanrasset. La valija del ingeniero Pere Duran Farell iba llena de pistas antropológicas, pero acabó abriendo las puertas de la mineralogía del norte de África. Duran rastreaba. En la época de Georges Picott, del Club de Roma y del general De Gaulle, él entró en la lógica del déficit energético, pero invirtiendo los valores: mientras Francia apostó por el cinturón nuclear, Duran se concentró en el gas natural, aquella energía de izquierdas, como dijo él mismo para épater a sus competidores de la oligarquía electro-autoritaria del Antiguo Régimen. Y en el momento de la refundación de Catalana de Gas en Gas Natural, su atached press, Jaume Giró, se convirtió en jefe de comunicación del grupo multinacional. Entendió que la eficacia iba de la mano de la conspiración civil, de la que tanto habló el ingeniero. Ligero de pies y raudo de mente, a Giró le costó poco pasar de los despachos a la Jaima de Muamar ell Gadafi, con dátiles de acompañamiento, para endulzar, con el entonces líder libio, el suministro estratégico de energía en la España de los años 90.

Cabe añadir que, el mismo mar que conducía al atracadero de Tripoli, baña las playas de  Argelia. Allí la negociación  con los presidentes Huari Bumedian y más tarde con Abdelaziz Buteflika, líderes del laico del FLN, mostró un calado enorme: abrió las puertas de Sonatrac, la compañía que conecta el Gasoducto del Magreb con las plantas de licuefacción en los puertos españoles. El trabajo estaba hecho. Duran entró en el otoño de su vida dejando un rastro brillante de colaboración Barcelona-Madrid  y Giró le siguió tendiendo manos en las reuniones discretas  con Felipe González, en el célebre jardín de los bonsáis. Con el ciclo cumplido, Giró empezó otra etapa en la cabecera de Repsol, bajo la presidencia de Antoni Brufau, aquel joven Arturito, convertido en el musculado Chairman de la gran petrolera. Espoleado por Josep Vilarasau, Brufau había levantado en La Caixa el mayor grupo industrial de la economía española, la actual Criteria.

La generación de César Alierta en Telefónica puso en marcha la era de la reputación corporativa de los blue chips de nuestra economía; se abría el cajón mágico de la comunicación como lenguaje de la moderna gestión. En aquel laboratorio iba incluida, a pleno pulmón, la generación de Jaume Giró, el ya ex director general de la Fundación Bancaria de La Caixa, con Isidro Fainé en la presidencia. La fundación gestiona la obra social de La Caixa y Criteria, el holding de participadas, entre las que figura la propia CaixaBank. El relevo de Giró fue aprobado el pasado jueves por este patronato y coincide con “el final del plan estratégico 2016-2019”, destaca la entidad. Fainé ha tenido en sus manos a un gran equipo de comunicación; pero apostó por Antoni Vila, un cuadro aupado a la presidencia de MicroBank, y desde septiembre del 2019, adjunto al presidente de la fundación.

Jaume Giró / Farruko

Todo cartesianamente ordenado, sin que falte el toque calvinista del gran anfiteatro de la economía catalana. Sin embargo, en el último gambito de dama, discurso y tablero coinciden: “Giró ha dirigido con acierto la fundación preservando nuestra esencia y nuestra misión, durante unos años de gran intensidad y complejidad. Ha sido un magnífico broche a 30 años de trayectoria profesional en grandes empresas del Ibex en las que La Caixa ha tenido un papel relevante. Esta siempre será su casa”, destacó en un comunicado Isidro Fainé, que, además de la fundación, preside Criteria.

El viento huracanado bate la cristalería opaca de las Torres Negras de La Caixa en la alta Diagonal; ruge y se lleva las brumas de un presente confuso. Giró se va, con su catalanismo moderado, pero firme a cuestas, mientras redoblan tambores de combate callejero y cortoplacista. Desde su ex despacho, se ve como la tribuna del Camp Nou prepara los fastos del clásico del próximo miércoles. Ahora, el grupo financiero deberá tomar complejas decisiones de imagen, en misa y repicando, pero sin la facundia de Jaume, aquel inicial monaguillo que se despide hoy con el birrete cardenalicio. Todo aderezado con la sede fiscal de CaixaBank en el antiguo Banco de Valencia y con un Govern bajo el puño de un desacomplejado Quim Torra, movido desde Waterloo, aquel túmulo crepuscular de Bonaparte.

Mal momento para mudanzas; o quizá el mejor de todos, cuando se trata de retos de futuro, vinculados a inercias internacionales, que Giró conoce a la perfección. Tiene en su haber lluvias de estrellas en el desierto del Teneré y mordazas de las que imponen las grandes verdades. Fue la mano derecha de Duran, la izquierda de Brufau y ha sido el abrazo final de Fainé.