Pilar Eyre (Barcelona, 1951) habla rápido, con ganas de expresar todo lo que contiene su última obra, Un perfecto caballero, (Planeta) con el deseo de contextualizar lo que ocurrió tras la Guerra Civil y analizar sus consecuencias en la forma de entender el mundo por parte de la actual sociedad catalana. Es una novela que no es una novela. Es un relato, con nombres y apellidos, --Samaranch, Jaime Castell, Carulla, Florencio Pujol, Cendrós o Carmen Polo-- sobre su propia familia y otras familias de la burguesía catalana que ganaron la Guerra Civil, con una historia de amor de fondo. En esa Barcelona y Cataluña de los años cuarenta y cincuenta, los empresarios laneros de Sabadell se buscan la vida, con una conexión directa con el franquismo. Eyre señala en esta entrevista con Crónica Global que esa época debería llevar a la reflexión. “Había gente muy honesta en los dos bandos, en la izquierda y en la derecha”, y para ella también los ganadores fueron derrotados, como el protagonista de su obra, Maurici, que, tras ver de cerca la muerte en la Guerra Civil, acaba desilusionado con todo. Pilar Eyre considera, sin embargo, que aquella burguesía catalana “apuntaló la dictadura” y que se ha adaptado siempre a lo que llegaba, fuera la monarquía, la república o la dictadura, y ahora con el proceso independentista. “Una de las condiciones de supervivencia del empresario catalán es adaptarse a las circunstancias”, señala. Rechaza que sea una nostálgica del franquismo. Lo que quiere “es que se conozca una historia que nos afectó a todos”. Y considera, al referirse al fenómeno de Vox, que le ha parecido “peor” la deriva de Ciudadanos y de su líder, Albert Rivera, ahora ya fuera de la política: “Albert Rivera adoptó un discurso tan de avivar el conflicto y de tan poca generosidad respecto a los catalanes que me llegó a asustar mucho más que Abascal”.
--Pregunta: Ha escrito una novela en la que usted misma aparece. ¿Qué quería explicar?
--Respuesta: Son recuerdos míos, con escenarios como mi propio barrio, en Barcelona. Salen miembros de mi familia. Salgo yo, sí. Quería explicar todas esas vivencias, de una parte de nuestra historia poco explicada. Me está pasando, además, una cosa muy bonita y es que creo que es un libro muy vivo. En las presentaciones del libro se acercan hijos de los personajes que aparecen. En una de ellas, hace poco, se acercó la hija de un personaje al que le conceden la Cruz Laureada de San Fernando, que era algo raro en el caso de un soldado raso. Vino con la Cruz puesta, y fue emotivo. Me está pasando en muchos sitios, por toda España.
--¿Es una época silenciada, con poco material, que sí se puede rescatar a través de la literatura?
--Lo es, a pesar de que hay muchas obras de la época. Se escribía mucho, con nombres como Salisachs, Zunzunegui o la propia Ana María Matute. Y se leía también mucho. Había grandes bibliotecas en las casas, a diferencia de ahora. Son años que no son cómodos para nadie, y se ha querido dejarlos de lado. Sorprende cuando se dice "yo también luché contra Franco". En cualquier caso, todos fueron perdedores, los que ganaron y los que perdieron la guerra.
--Uno de ellos es Maurici, el empresario protagonista de su novela. ¿Es un indolente, un miembro de la burguesía catalana que hace las cosas por inercia?
--Si has visto la muerte muy cerca, puede pasar esa circunstancia. Le pasó a mi padre, condenado a muerte durante toda la guerra, en la prisión Modelo. Si eso te pasa a los 18 años, luego tu vida es distinta. Es una herida para siempre. Mi familia ganó la guerra. Pero fueron gente honesta. Mi abuelo, que era juez, devolvía todos los regalos que le enviaban por Navidad. Y mi padre, que trabajo en Sindicatos, decía que había que tener habilidad para poder ser un mangante.
--Lo que usted cuenta, y parece que se olvida, es que esa Guerra Civil no fue una guerra de España contra Cataluña.
--Lo que cuento lo he vivido y me lo han explicado. Las tropas franquistas entran en Cataluña en enero de 1939, y pocos meses después, el 24 de abril, hay una exhibición brutal con todos los empresarios, textileros, gente muy conocida, con las mujeres que desempolvan sus trajes guardados durante la guerra, en el Liceu. Están con el brazo en alto, cantando el cara al sol y la Marcha de Oriamendi. Había una burguesía que conspiraba, y a partir de los 50 se enriqueció gracias a Franco. Otros dirán que a pesar de Franco. Pero una de las condiciones de supervivencia del empresario catalán es adaptarse a las circunstancias. Estuvieron con la monarquía, con la república, y durante la Guerra Civil hicieron funcionar sus fábricas con sus capataces, y ellos desde París o donde estuvieran. Sacaron del franquismo todo el provecho que pudieron.
--¿Hubo fervor patriótico o se aprovecharon de la coyuntura?
--Mi abuelo materno, que era el rico, falleció en 1939. En el parte de muerte se dice que fue a causa de los padecimientos de la dominación marxista, tras ser objetivo de los llamados descontrolados. Esa burguesía se agarró a Franco como un clavo ardiendo. Hay que recordar, como aparece en el libro, las visitas de Franco a Barcelona. Era alucinante, con la visita de Eva Perón, o en el Congreso Eucarístico. Se iba a aplaudir a la Diagonal. Yo, con mi familia, aplaudiendo. Esa Cataluña antifranquista forma parte de la leyenda.
--En el libro se aborda también la cuestión de la lengua. Son familias que hablaban en catalán.
--A mí siempre me dijeron que en el gremio de los laneros se hablaba catalán, en sus reuniones y sus vidas particulares. Mi madre siempre lo habló, con la suya, que era de Reus y con sus hermanas. Yo iba al colegio Isabel de Villena, donde se daban clases en catalán. Recuerdo que con un sacerdote, que daba las clases en catalán, yo dije que hablaba en castellano, aunque lo entendía perfectamente. Y me dijo que saliera de clase, que tenía la asignatura aprobada, pero que saliera. Y me iba al patio a pasar el rato. Sin querer generalizar, pero en la intimidad, en las casas, se hablaba catalán, aunque oficialmente todo fuera en castellano. Una parte de mi familia, falangista, muy de derechas, nunca le reprochó nada a mi madre por utilizar el catalán con mis tías.
--¿Qué relación se tuvo con la inmigración, con los murcianos, como aparece en la obra, la propia amante de Mauricio?
--En aquella época el trato era tremendo. Vivían en cuevas, en Sabadell en las cuevas de San Olegario. Se acercaban a las puertas de las fábricas, a esperar, a ver si podían tener trabajo para alimentar a sus familias. Los patronos eran paternalistas, y decían aquello de que también eran "sus hijos". Y habían creado las famosas colonias de trabajadores, con dispensarios, escuelas y servicios. Luego cambió todo. Hay que recordar el fuero de los trabajadores, que se fue modificando con el tiempo, y que suponía una cierta protección. Con el libro también he comprobado cómo se protegía a las prostitutas de lujo, con un carnet que se renovaba cada quince días y que daba cuenta de que estaban sanas. Son las que aparecen en el prostíbulo de La Carola. No quiero parecer para nada una nostálgica del franquismo. Me volví más roja que nadie. Lo que hago es recordar cómo eran esos años.
--¿Falta esa visión para tener una fotografía de todo el franquismo en Cataluña?
--Creo que hay un gran desconocimiento de lo que ha sido nuestra historia. Cuando pensaba en cómo promocionar el libro comentaba que podía ser así: una historia entre 1939 y 1962. Y me sorprendía, cuando me decían que no avanzara el final. Me sorprendía que no se supiera lo que pasó en 1962. Ni en España ni en Cataluña se tiene claro qué sucedió. Desconocemos mucho. Franco fue un dictador sanguinario, que mató poco antes de morir. La dictadura fue sanguinaria. No soy nada nostálgica de esa época, pero creo que hay que conocerla bien para ver los peligros que nos acechan.
--¿Esa burguesía, por tanto, apuntaló al franquismo?
--Esa burguesía apuntaló la dictadura, claro. Sabadell se presentaba como la capital de la lana en el mundo. Mucha gente se enriqueció con los cupos, y con otros mecanismos, como Florencio Pujol (el padre de Jordi Pujol) Se aprovechó mucha gente que, de hecho, no había participado en la guerra, que no había luchado en la contienda.
--Usted señala una cuestión que se puede analizar desde la actualidad, desde lo que sucede ahora. Esa burguesía franquista, que se ha beneficiado económicamente, que aporta dinero para causas catalanistas.
--Sí, lo cuento al recordar cómo se quería revitalizar el Instituto de Estudios Catalanes.
--Sí, las mismas familias que constituyeron Òmnium Cultural.
--Bueno, eras las mismas sí, no había tantas: los Carulla, Cendrós, Ballvé i Creus, Riera…
--¿Siempre han estado con un pie en cada lado, como pueda pasar ahora con el proceso independentista?
--Yo lo digo con esa frase de encender dos velas, una a Dios y otra al diablo. Lo que he comprobado es que ahora son las mismas familias, pero pasa en muchas otras partes. Me lo han dicho en Bilbao o en Valencia. Ahora bien, los Cendrós, a quien conozco muy bien, siempre han tenido ese convencimiento íntimo, son catalanistas de siempre. Y les ha costado mucho dinero serlo. Tienen ese sueño, no es el mío, pero lo respeto.
--También los Carulla.
--Sí, y ganaron mucho dinero con el sopicaldo que se ofrecía en los comedores de auxilio social, o Platerías Ribera, que acuñaban la moneda.
--¿Puede haber ahora un temor, cuando esa burguesía percibe los riesgos y los quiere traspasar?
--No soy política. Es sólo mi opinión. Pero si los independentistas hablan ahora con Pedro Sánchez, me parece bien. Si sale una nueva forma de cómo nos podemos gobernar, los catalanes, me parece bien. Lo que no quiero es la violencia, y supongo que no la quiere nadie. Pero no soy de los que dicen que la independencia es un horror. Espero vivir en mi tierra hasta que me muera, y vivir bien como hasta ahora. Y espero que mis compatriotas me respetarán como yo a ellos. Yo misma tengo una hermana independentista. No estoy de acuerdo con eso de que las familias se rompen. Las familias catalanas lo que somos es demócratas y continuaremos adelante. Nos hemos tirado los platos a la cabeza y no ha pasado nada.
--¿Con esa experiencia vivida, y perteneciente a esas familias, qué cree que ha pasado para llegar a esta situación?
--Podría ser que no nos sentimos queridos, los catalanes. No es mi caso, pero no nos sentimos apoyados. O puede que haya sido lo que muchos politólogos señalan, con el proceso del Estatut. Yo me siento española, pero no de Vox ni de Albert Rivera. Sí soy española de Machado, de Miguel Hernández, de Sacristán o de Daniel Rovira.
--¿Qué cree que es Vox, a qué responde, pensando también desde el punto de vista sociológico?
--Conozco a Santiago Abascal. Me parece una persona honrada. No comparto sus ideas, pero me parece que cree lo que defiende, que es de verdad. Y eso en política entiendo que es una cualidad. No engaña a nadie. Y luego ha participado en unas elecciones democráticas, y ha obtenido muchos votos. Si aceptamos las reglas del juego, las debemos aceptar de todas todas. Y me parece mejor que estén en el Parlamento que no ahí fuera haciendo cosas. Me parece peor lo de Ciudadanos. Se lo digo sinceramente. Hemos estado pensado, durante años, que era una fuerza política liberal, europea --aunque yo nunca les he votado-- que estaba con Macron, y Albert Rivera adoptó un discurso tan de avivar el conflicto y de tan poca generosidad respecto a los catalanes que me llegó a asustar mucho más que Abascal, si le digo la verdad.
--¿Entiende que ha habido una cierta aversión a lo catalán?
--Es que eso se ha dado en Cataluña. Ha habido grandes financieros, como Jaime Castell, que eran españolistas, y de Franco. Salen muchos así en el libro. Castell se fue a Suiza, surfeó por muchas cosas, hizo mucho dinero. Es uno de los grandes nombres de aquella Cataluña. Recuerdo que cuando su mujer, Elvirita, llamaba a mis padres, para salir con Jaime, se emocionaban. "Nos ha llamado Jaime", decían.
--Todo se acaba en 1962, con las inundaciones en el Vallès. ¿Es un tipo de franquismo que se muere y ahí acaba la novela?
--Comienza a surgir otra Cataluña, y otro tipo de franquismo, con el Opus Dei. Una parte de mi familia abrazó al Opus Dei. Y hubo muchos empresarios franquistas del Opus. Para mi padre, que era falangista, el Opus era su gran enemigo.
--¿Qué le ha parecido la exhumación de Franco?
--Me ha parecido un folklore total. Yo he ido tres veces. En las dos primeras no había nadie, hace mucho tiempo. En la última parecía Disneylandia, con mucha gente. Creo que fue un acto de puro electoralismo.