Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se han ganado entrar en el Libro Guinness de los Récords por la velocidad supersónica con que han alcanzado un acuerdo de coalición. Tras habernos llevado a una repetición electoral, les han bastado unas horas para fundirse en un abrazo, tierno y sincero, adelantándose incluso al recuento definitivo de votos, que ha otorgado un escaño al PP en detrimento del PNV. A partir de ahora, la atención se centrará en si se consiguen los restantes apoyos necesarios para la investidura y, de alcanzarse, en qué futuro se le augura a la coalición ante un escenario nada sencillo.
Pero, más allá de la intensa inmediatez que nos espera, enfrentados al conflicto catalán y a la creíble amenaza de desaceleración económica, estamos ante dinámicas que, a medio plazo, pueden transformar nuestra vida política llevándonos a escenarios desconocidos. Así, por ejemplo, el auge de Vox y la emergencia de partidos de ámbito autonómico con representación parlamentaria. Un nuevo marco en el que podemos predecir cómo van a actuar unos u otros, pero no el Partido Popular.
Desde que asumió la presidencia de su partido, Pablo Casado ha virado de un cierto radicalismo derechista, compitiendo por el mismo espacio con Ciudadanos y Vox, a la moderación de los últimos meses. Pero el gran reto le llega ahora, y de la manera como lo asuma va a depender, más que del acuerdo PSOE-Podemos, el futuro político de España. Con Ciudadanos prácticamente desaparecido, la alternativa para el PP se simplifica: se deja llevar por Vox u opta por un perfil de centroderecha moderado.
Mi deseo, y creo que Pablo Casado puede conseguirlo, es que apueste por aquella moderación que responde a la personalidad mayoritaria de la sociedad española y que, de manera natural, reduciría el espacio de Vox. Pero no lo tiene sencillo, entre otras razones por la presión de generaciones jóvenes del Partido Popular, más radicalizadas y alejadas de las posiciones prudentes de anteriores dirigentes. Y, también, porque debe demostrar si atesora fuerza política y capacidad intelectual para, desde la razón, contrarrestar el discurso populista de Vox.
Una esperanza que se debilita cuando recuerdo el debate electoral, y la incapacidad de unos y otros por rechazar, desde la argumentación racional y democrática, las simplicidades, cuando no falsedades, de Santiago Abascal. Y acerca de sus jóvenes, Pablo Casado tiene la autoridad para decidir si confía en perfiles como los de Cayetana Álvarez de Toledo o como los de Ana Pastor. Como la disyuntiva es difícil, quizás la solución sería sugerir a Cayetana que se afilie a Vox. Y todos contentos.