La declaración de Pedralbes publicada hace casi un año resucitará en las próximas semanas para ser utilizada como desiderátum para quienes busquen justificación a su apoyo o rechazo al proyecto de coalición entre PSOE y Unidas Podemos, y como prueba de carga de quienes vienen denunciando un pacto secreto de los socialistas con el independentismo, que ahora se materializaría. Para curarse en salud de interpretaciones excesivamente libres del escueto texto de diciembre del año pasado, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han incorporado un párrafo sobre el diálogo catalán a su compromiso inicial para formar Gobierno. En realidad, una sola frase de literalidad inequívoca: “siempre dentro de la Constitución”.
Pedralbes tiene mucho de mito, o sea de fabulación, a partir de un texto voluntariamente confuso para no salir con las manos vacías de la reunión en el Palacio Real de la Diagonal. En aquel texto no hay nada que explique razonadamente la concentración nacionalista de la plaza de Colón en Madrid, como si España fuera a hundirse en la anarquía cantonal, ni el apego de los dirigentes independentistas al mismo, como si hubieran dado con las tablas de la ley autodeterminista.
El resumen de aquel folio reza así: existe un conflicto y debe abrirse un diálogo efectivo para dar con una respuesta democrática en el marco de la seguridad jurídica, abriéndose a una eventual modificación legislativa si fuere necesaria. Eso es lo que hay. No está mal, comparado con el inmovilismo del PP, pero es la doctrina habitual de Sánchez, últimamente un poco oxidada con tanta campaña. Quizás ahora pueda recuperarse.
Los objetivos inmediatos de Pedralbes son dos: la comisión bilateral Estado-Generalitat, tan vieja como el Estatuto y dedicada a las relaciones institucionales entre el Gobierno “central” y el “autonómico”, denominaciones que eliminan la tesis del “igual a igual”; y la mesa de partidos, una idea propuesta por el PSC en el Parlament, apoyada por los Comunes, ya conocida por aquel entonces y asumida con total frialdad por el presidente Torra. En esta mesa, ampliada a los partidos de aquí y de allí, se debería consensuar una propuesta política y democrática. Y para cerrar el escenario, el documento dice que todo esto se establece “en el marco de un Estado democrático de derecho que garantiza el pluralismo político”, o sea, el antídoto para cualquier apelación al sacrosanto derecho de autodeterminación que la ONU reserva para situaciones muy explícitas y diferentes.
A partir de aquí, todo se echó a perder por el repicar de campanas de quienes quisieron ver una traición a España y de quienes hicieron creer que se podría hablar del ejercicio de la autodeterminación, asociado al miedo electoral del PSOE y al absurdo de confundir un relator con un mediador internacional. Luego, el juicio, la sentencia, el brote de violencia como fórmula milagrosa para desorientar al Estado y la reacción policial nos llevaron mucho más atrás de donde veníamos
En los próximos días, Pedralbes se convertirá en Lourdes para el independentismo que quiere negociar pero necesita algo que ofrecer a sus dubitativos seguidores, tentados por la épica del radicalismo y el corte de autopistas. Así, florecerá de nuevo el mito de que allí Sánchez aceptó la tesis de que todo es posible porque la “seguridad jurídica” a la que se remite el documento podría alcanzarse con una reforma constitucional que contemplase el referéndum perseguido y de que la comisión mixta o bilateral es un tú a tú de Gobiernos en igualdad de condiciones, y no una relación institucional en el contexto del Estado de las Autonomías.
Esta interpretación tan libre de la intencionalidad política que había detrás de la reunión de Pedralbes por parte de Sánchez obligaría de nuevo al candidato a la investidura a situarse en el punto de partida (siempre dentro de la Constitución, ahora compartido por Iglesias), aun a riesgo de perder unas preciosas abstenciones para su Gobierno progresista y dialogante. Aquí veremos si ERC dispone de fuerza suficiente para alejarse de la tutoría radical de JxCat y la CUP o se deja arrinconar en el gallinero del Congreso con Bildu y compañía por el temor a perder unos escaños en las próximas elecciones autonómicas.