Contemplo con enorme desazón desde el balcón de mi despacho en Paseo de Gracia como la vía pública más bonita de España y sus calles perpendiculares son tomadas, invadidas y bloqueadas por los independentistas con absoluta connivencia de la escoria de irresponsables políticos que tenemos a todos los niveles, ya que no hay un solo miembro de los cuerpos y fuerzas de seguridad ni a nivel municipal (Guardia Urbana), ni a nivel autonómico (Mossos d’Esquadra) ni a nivel estatal (Policía Nacional y Guardia Civil).
Observo a los turistas estupefactos, contrariados, inquietos y temerosos de un ejercicio tan inofensivo como es pasear por las calles, transmitiéndoles una patética y lamentable imagen de ciudad caótica donde la anarquía reina sobre el orden público.
Alcanzo a ver un ciudadano en la confluencia del Paseo de Gracia y la calle Mallorca que se ha encarado a los manifestantes independentistas al retirar las vallas de hierro que aquellos han utilizado para cortar las calles y de las que cuelga un cartel de plástico que reza “Ajuntament de Barcelona” --regalo de nuestra impresentable alcaldesa para fastidiar a quienes circulan en coche por la Ciudad Condal, ya que los motoristas se buscan la vida invadiendo las aceras e incluso yendo en contradirección para salir del paso-- y la apariencia, tristemente, es que quien intenta poner orden público, por no hacerlo los responsables de ello pagados con nuestros impuestos, es quien lo altera por estar en minoría y ser abucheado por los independentistas.
Y mientras intento concentrarme para seguir trabajando --pues no concibo dejar de trabajar por el hecho de que se encarcele a quien ha cometido un delito-- llámenme loco, oigo gritos sin parar procedentes de la calle, el zumbido de helicópteros de la Policía Nacional como meros observadores, y recibo whatsapps con fotos e imágenes de la Diagonal a la altura de la zona universitaria, donde el caos reflejado es mayor, si cabe, porque reina el humo por doquier a raíz de las barricadas que han levantado y los contenedores que han incendiado los independentistas.
Y me pregunto, ¿el reiterado grito de “llibertat” es sólo para los “presos polítics”? ¿No tenemos libertad el resto de los catalanes constitucionalistas? ¿Por qué se obliga a vaciar las aulas en las universidades públicas deteniendo el conocimiento y la formación de nuestros hijos? ¿Por qué se nos molesta a los que trabajamos impidiendo nuestra concentración? ¿Acaso no tienen libertad de continuar circulando los coches y el transporte público cuyo paso se ha cortado por los manifestantes independentistas?
No son tontos los independentistas, no, pues además de organizarse muchos y muy coordinadamente por las redes sociales, aprovechan el momentum, ya que tienen a una alcaldesa de Barcelona indulgente con el desorden público (si no lucha contra los delincuentes en la ciudad, ¿qué esperar de ella contra los manifestantes?), un presidente de la Generalitat que lejos de gobernar hace de la insumisión y la rebeldía bandera, y no sólo no lucha contra, sino que apoya y anima a los independentistas, y un Gobierno central del PSOE que, en primer lugar, está en funciones y al que, por otra parte, el PSC --socio de Colau en el Ayuntamiento de Barcelona y protector de la moción de censura contra Torra-- presumo le pide que deje hacer a los manifestantes, pues en esta desbocada y decadente Cataluña está bien visto que nos fastidien a todos cortando calles, carreteras y trenes, pero se considera mal visto que los cuerpos y fuerzas de seguridad pongan orden reprimiendo a los manifestantes.
Yo siempre he tenido claro que mi ciudad natal, Barcelona, nada tenía que ver con la ciudad venezolana de igual nombre, pero en este triste 14 de octubre de 2019, tengo más sensación de vivir en la Barcelona venezolana del dictador Maduro, que en la Barcelona catalana, española y en la Unión Europea, porque se ha instalado el desorden público y nadie está por corregir esta errática senda que se ha tomado por los manifestantes, sintiéndose uno huérfano de alcalde, de presidente de la Generalitat y de presidente del Gobierno.