Según cuenta Plinio el Viejo (23-79 d.C.), el escultor griego Praxíteles (395-330 a.C.) esculpió dos figuras de Afrodita, una en paños y otra desnuda. Los habitantes de Cos eligieron la vestida, dejando para los de Cnido la nudista. Fue esta última la que se hizo célebre, hasta el punto de que Nicomedes, rey de Cos, trató de adquirirla a cambio de otorgar a los cnidios el perdón de sus deudas. Y es que la escultura, de la que se conserva una única copia en el Vaticano, contiene cierta carga explosiva.
Venus ha sido sorprendida tras el baño. Con cierto recato la diosa cubre con la mano su sexo, mientras que con la izquierda coge sus vestiduras. Su mirada inocua busca por encima del hombro cualquier atisbo de impertinencia. La seductora víctima se ve atrapada entre miradas indiscretas. “Paris, Adonis y Anquises me vieron desnuda”, denunciaba la diosa en el epigrama de Antípatro (II a.C), “pero ¿cómo lo consiguió Praxíteles?”.
Sin lugar a dudas, el gran maestro de la piedra nunca vio a la diosa desnuda. Algunos autores afirman que se valió del cuerpo de la cortesana Friné y del rostro de su amante Catrina. Sólo así pudo crear el canon de belleza femenina, aquel que estrechaba los hombros, ampliaba la cadera y menudeaba el pecho. Los que tenían el placer de admirarla temblaban nada más verla. Lloraban, la besaban e incluso acariciaban sus prominentes nalgas. Algunos fueron más allá. Dicta Luciano (120-192 d.C.) en su obra Amores: “Cuando estábamos ya cansados de admirar la estatua, advertimos una señal en un muslo, como una mancha en el vestido… La diaconisa nos confesó una extraña historia. Un joven de familia distinguida que visitaba con frecuencia el templo, se enamoró de la escultura por funesto azar… Las tensiones violentas de su pasión se convirtieron en desesperación, hasta que una noche se ocultó en el templo… Las huellas de sus abrazos amorosos se advirtieron cuando llegó el día, y la diosa [desde entonces] muestra una mácula como prueba de lo que sufrió”.
Todo en el arte es erotismo, argumentaba el arquitecto Adolf Loos (1870-1933), explícito o implícito. Pero por relativo que este sea, todo artista es consciente del efecto que puede provocar sus creaciones. Gian Lorenzo Bernini esperaba sacar de la piedra vida. Para ello dotó a sus esculturas de poses coreográficos y buscó la forma mórbida de la carne clavando los dedos de Hades en las nalgas de Proserpina. Convirtió así el mármol en piel, sangre y músculo. No obstante, la transmutación de la piedra llegó a su cenit con Antonio Cánova (1757-1822), escultor neoclásico que tras realizar su Venus itálica fue sorprendido abrazándola y repitiendo en plena catarsis: “El mármol es la verdadera carne”.
Ovidio (43 a.C-17 d.C) recoge otra historia de idilio escultórico. En su Metamorfosis narra cómo Pigmalión, rey de Chipre, “cansado de las fallas que la naturaleza dio al corazón femenino, vivía soltero y sin esposa ni compañera en la cama”, por lo que decidió esculpir una figura femenina a la que llamó Galatea. Cuando estuvo terminada quedó locamente enamorado. Conversaba con ella, la vestía y mantenía relaciones sexuales con la misma pasión que con un amor carnal. Venus se apiadó de él insuflando vida a la hierática efigie, pero pronto Pigmalión pecaría de rebeldía. Enfadó tanto a la diosa que esta trocó su papel de Venus por el de Marte, infligiéndole un severo castigo. Cuando el monarca se encontraba en pleno coito, volvió a convertir la escultura viviente en dura piedra, quedando atrapado entre sus brazos y su sexo.
Amores pétreos, amores inertes, amores que alteran el estado de conciencia cumpliendo con las fantasías de misántropos. ¿Acaso los hechos y los mitos relatados no recuerdan al film Tamaño natural (1974), donde Michel Piccoli se enamora psicóticamente de una muñeca traída de Japón? Tanto la película de Berlanga como el mito de Galatea reflejan la imposibilidad de satisfacer todos los deseos y por ende, la no consecución de la libertad. Ante esta dificultad crean un mundo paralelo en el que todo queda bajo su control. Huyen de la conformidad cotidiana o de la consecución de ciertas responsabilidades que limitan sus libertades. Quizás, el rey de Creta fuese el primer caso recogido de lo que hoy se denomina MGTOW (Men Going Their Own Way), “hombres que siguen su propio camino”. Jeremy Nicholson de Psychology Today define este movimiento como un grupo mayoritariamente de varones, que presionados por las exigencias sociales o por manipulaciones legales en las rupturas de pareja, rechazan toda reciprocidad romántica a largo e incluso corto plazo. Individuos que, según el columnista Martin Daubney, al sopesar los costes, beneficios y riesgos en las relaciones, interpretan que las desventajas superan a los beneficios.