En Francia acabamos de superar el umbral de los 100 feminicidios. En Irán, ni se sabe cuántas mujeres han sido asesinadas por misoginia. La policía de la virtud tiene otras cosas que hacer: se dedica a perseguir sin tregua a las mujeres que se quitan el velo.
Cada miércoles, desde hace dos años, las mujeres iraníes aparecen en el espacio público sin velo o vestidas de blanco, en un guiño al hashtag #WhiteWednesday; se filman y publican sus vídeos para protestar contra el velo obligatorio. Se trata de un movimiento lanzado por la bloguera Masih Alinejad, una de las primeras que publicó en Facebook una foto suya sin velo. Desde entonces, cada vez son más las valientes que se levantan. Se suben a las plataformas durante las manifestaciones, cantan en el metro o se presentan en los partidos de fútbol. La policía las arresta, a golpes. Arrecian las condenas de cárcel, cuando no las penas de latigazos.
Por haberlas apoyado y defendido, la abogada Nasrin Sotoudeh, de 56 años, fue condenada a una pena acumulada de 33 años de cárcel y 147 latigazos. Francia la nombró miembro de su Consejo Consultivo por la Igualdad entre Hombres y Mujeres del G7 de Biarritz. Por supuesto, su asiento quedó vacío.
El régimen iraní no hostiga únicamente a las mujeres que se niegan a ocultar su cabello; también persigue a las que se atreven a alzar la voz. Según Reporteros sin Fronteras, la República islámica de Irán --que celebra su 40 aniversario-- se ha convertido en “la mayor prisión del mundo de mujeres periodistas”.
El régimen acusa, por ejemplo, a la periodista gráfica Noushin Jafari de animar una cuenta de Twitter “que insulta los valores sagrados del islam”. Marzieh Amiri ha sido condenada a diez años de prisión en firme y a 100 latigazos por “propaganda contra el régimen” y “atentado contra el orden público” --un “atentado” que consiste en haber apoyado a huelguistas. La madre de un detenido, premio RSF 2017, ha sido detenida por denunciar el inhumano tratamiento que sufre su hijo en la cárcel. Otros (y otras) cumplen su condena en la siniestra prisión de Evin por haber revelado la injusticia del sistema judicial iraní, o por haber defendido una visión sufí del islam.
Pero no, al parecer, es en Francia donde se vive una dictadura. Es en Francia donde se oprime a las minorías religiosas. Eso es lo que vienen a decir, a voz en grito, día sí y día también, los militantes del victimismo proislamista. Éstos no militan por la libertad de expresión, sino por el deber de callarse --a golpe de latigazo digital o de procesos en “islamofobia”.
El último ejemplo de caza de brujas ha tenido por objetivo al compañero Henri Peña-Ruiz, con motivo de una conferencia en la que justamente insistió sobre la distinción entre el derecho a criticar el hecho religioso, y la incitación al odio racista. La sutileza nunca fue el fuerte de inquisidores ni de comisarios políticos. La libertad de pensamiento, de todas formas, ni va con ellos ni les interesa. Como tampoco les interesa la suerte de las mujeres en Irán.
Como viven en una democracia laica, y no en una república islámica, estos comisarios no pueden revelarse abiertamente como los aplicados asistentes de la policía de la virtud y del pensamiento que son realmente. En vez de ello, prefieren disfrazarse de militantes de la libertad, de la “libertad” de vestirse como prescriben. En realidad, no los encontrarán nunca cuestionando la obligación femenina de llevar el velo, ni denunciando la misoginia de Estado en algún país musulmán. Lo que les obsesiona es denunciar lo que llaman “violencia laica” en Francia. Es conseguir el derecho a llevar el velo en las escuelas públicas y a bañarse en burkini en las piscinas públicas. ¡Lo hacen, dicen, en nombre del feminismo! Y, por supuesto, siempre encuentran algún periodista, complaciente o ingenuo, dispuesto a transmitir su propaganda.
Hace poco, el diario Ouest-France tenía el cuajo de titular: “Militantes feministas y musulmanas se bañan en burkini”. ¿De qué feministas habla? ¿De qué grupo? ¿Cuál es su trayectoria militante? Jamás lo sabremos. Una joven de 18 años se hace llamar “feminista” para defender el burkini, y eso es suficiente para que el chiste se convierta en titular.
En los años 70, cuando aún se leían los diarios y las palabras importaban, ser feminista quería decir rebelarse contra el patriarcado y solidarizarse con las víctimas en todo el mundo. En nuestros días, gracias a estas militantes islamistas y a algunos periodistas perezosos, significa justamente lo contrario: militar para cubrir el cuerpo impuro de las mujeres. Y abandonar a su suerte a todas las que son azotadas, castigadas a latigazos por ser, ellas sí, verdaderamente feministas.
[Artículo traducido por Juan Antonio Cordero Fuertes, publicado en Marianne.net y reproducido en Crónica Global con autorización]