La última incoherencia de Pablo Iglesias supera con creces todas las anteriores. Ante la inminente ronda de consultas entre el rey Felipe VI y los principales representantes de los partidos políticos, el hombre ha tenido la ocurrencia de pedirle a su majestad que interceda para conseguir formar un gobierno de coalición con el PSOE. Ya sabemos que el pobre Pabloide se muere por pillar cacho en forma de algunos ministerios y, si puede ser, una vicepresidencia. Pero también sabemos que Pedro Sánchez quiere ser investido gratis total y sin dar nada a cambio, pues solo le faltaría tener que aguantar a los de Podemos, tan comprensivos con los amotinados catalanes, para complicarse aún más la peliaguda solución al conflicto iniciado por los miembros del club de fans de Puchi y su suplente. Si Sánchez no quiere darle ni la hora a Iglesias e Iglesias pretende sacarle hasta las tripas a Sánchez, la cosa no pinta bien y ya nos podemos ir todos preparando para volver a las urnas, si es que no se nos ha acabado la paciencia con esa pandilla de cantamañanas que dicen ser políticos consagrados a la consecución del bien común.
La idea de Pablo Iglesias es de traca por varios motivos. Para empezar, ¿qué hace un republicano solicitando la ayuda de un monarca? ¿Espera ser bien recibido en palacio un tipo que, si pudiera, enviaría al exilio a su anfitrión? Por otra parte, Iglesias -como sus amigos cebolludos- es de los que siempre anda diciendo que el rey calladito está más guapo. Eso sí, no le quita el ojo de encima para no perder la oportunidad de ponerlo de vuelta y media, como los nacionalistas catalanes, que sufren una extraña obsesión por el rey del país vecino. Digo yo que, si se pasa de la monarquía, se pasa para lo bueno y para lo malo. Como buen republicano, tu sueño húmedo debería ser cortarle la cabeza al monarca, no ir a pedirle favores. Pero me temo que Pabloide, que ya se ha dejado la dignidad por el camino estas últimas semanas con tal de pillar poltrona y darle un ministerio a Pisarello -otro tipo por el que el rey tampoco debe sentir mucho afecto, teniendo en cuenta que lo primero que hizo al ocupar su despacho en el parlamento fue deshacerse de la bandera española que había ahí dentro-, ya es capaz de cualquier cosa con tal de pintar algo en España o, como dice él eufemísticamente, para cerrarle el paso a las tres derechas.
Nuestros republicanos no soportan que el rey opine, pero son capaces de visitarlo para ver si le sacan algo. Aún recuerdo cómo se ofendieron los separatistas catalanes con el discurso de Felipe VI posterior a la charlotada del 1 de octubre. ¿Pues no tenía el descaro el hombre de reafirmar la unidad de España? “Ya no es el rey de los catalanes”, dijeron algunos, como si para ellos lo hubiese sido alguna vez. ¿Qué será lo próximo? ¿Quejarse de que el Papa se excede en su catolicismo?
Habría que preguntarles a los republicanos qué quieren que haga el rey. ¿Que se quede siempre callado como Harpo Marx o que opine sobre lo que le parezca e interceda en asuntos importantes para la nación? Las dos cosas no pueden ser. Y, además, dudo mucho que la presencia de Podemos en el Gobierno español pueda considerarse un asunto importante para la nación.