Los asistentes al aquelarre anual de la Diada cada vez me recuerdan más a aquellos soldados japoneses que aparecían de vez en cuando en un islote del Pacífico sin haberse enterado de que la Segunda Guerra Mundial había terminado y, además, la habían perdido. Dice mi buen amigo Jaume Sisa que el prusés es una gran representación teatral que se agota en sí misma. Tiene razón, pero los protagonistas y la clase de tropa siguen comportándose como si la función todavía estuviese en cartel. De ahí las palabras amenazantes y pomposas de Chis Torra, los berridos del populacho, la quema de fotos del rey y el ya tradicional conato de asaltar el Parlament --¿estaría por allí el bocazas del vídeo que aseguraba que él y sus leales tomarían por asalto tan digna institución?, me pregunto--. La Diada de ayer fue, como dirían los anglosajones, business as usual. Para los no independentistas, otro Día de la Marmota, aunque con un descenso notable en el número de marmotas: un cuarenta por ciento menos que en la edición del año pasado, señal de que a muchos procesistas se les está acabando la paciencia y ya no le ven la gracia a lo de pegarse un madrugón en su pueblo para pillar el autobús y plantarse en la plaza de España, donde estaría bien que, este año, alguna entidad unionista hubiese desplegado una pancarta con una cita del Dante: “Los que aquí entráis, abandonad cualquier esperanza”.
Si has decidido que tu enemigo es España, lo menos que puedes hacer es ofrecer una sensación de unidad a quienes piensan igual que tú. En vez de eso, los políticos procesistas andan a la greña por el control de la situación. ERC ha vuelto al autonomismo sin querer reconocerlo, mientras una parte del PDeCat sigue las consignas radicales de un tío que vive en Bélgica y al que se le ha ido la olla hace tiempo. No amenaza quien quiere, sino quien puede, de ahí que suene tan ridículo el señor Mauri, mandamás de Òmnium en ausencia del iluminado Cuixart, cuando le dice a Pedro Sánchez, sin que éste le escuche, que le quedan dos meses para liberar a los héroes del 1 de octubre. Igual de ridículo que Torra amenazando con volver a echarse al monte, como si no fuera consciente de cómo acaban los que lo intentan.
El prusés no se va a terminar de un día para otro, pero sí puede decirse que ha empezado a languidecer. 600.000 personas son muchas personas, pero esa asistencia está lejos de aquellas cifras mágicas --y probablemente falsas-- del millón o el millón y medio de manifestantes --o dos, o tres, dependiendo del grado de locura del informador del régimen-- que esgrimían los separatas no hace tanto tiempo. La tragedia se va convirtiendo poco a poco en una lata, aunque no exenta de momentos propios de la farsa o la comedia. Lo que sí se ha conseguido es que la Diada se la sople a un número cada día mayor de catalanes: todo un éxito de Òmnium, la ANC y los políticos procesistas. Enhorabuena, muchachos, seguid así.