El presidente del Parlament, Roger Torrent, sugirió hace unas semanas la vía canadiense, algo más compleja que la elaboración de una ley de claridad que implicaría, como poco, un cambio radical en la terminología imperante de autodeterminación y unilateralismo. Nadie le hizo caso. No gustó demasiado a los suyos; tampoco mereció siquiera una respuesta razonada de la Moncloa; sencillamente todos rehuyeron el debate. Hay un independentismo que se resiste a salir del círculo mágico (bilateralidad, épica 1-O y represión) y un constitucionalismo de la literalidad (como si la Constitución hubiera sido dictada en el Sinaí). Tanta distancia desanima a cualquier partidario del diálogo.
¿Existe una base para hablar seriamente del conflicto? Esta es la cuestión clave, a menos que queramos abandonarnos al desánimo o al sueño de una victoria impuesta. En Japón se intenta. En este grupo de whatsapp (el origen del nombre es un misterio) conviven gentes de todas las familias políticas, desde las diferentes sensibilidades del independentismo al constitucionalismo diverso, pasando por el federalismo, participando la práctica totalidad de los integrantes de un pasado o un presente asociado al catalanismo político. Las diferencias son relevantes y el tono de la discusión ha llegado en algunos momentos al punto de ruptura.
En uno de los episodios más tensos se presentó la disyuntiva fatal: si no estamos de acuerdo en otra cosa que en practicar la tolerancia, ¿tiene sentido seguir intercambiando mensajitos duros, ocurrentes o propositivos, incluso ir a cenar de vez en cuando un espectacular arroz con caracoles? Entonces, nos dijimos, algo habrá que compartir si no queremos aceptar la derrota colectiva, como mínimo la del Japón. Y empezamos a mandarnos frases cortas para tantear el grado de asentimiento de unos enunciados que justificaran la continuidad de la pequeña comunidad. Nuestro mínimo común denominador.
Al final, aun sin alcanzar el consenso total y con algunos silencios inevitables, se llegó a completar un decálogo. 1.- España es una democracia homologada, aunque manifiestamente mejorable como en la mayoría de los países occidentales. 2.- El conflicto catalán es real y no la invención de cuatro políticos: el Estado de les Autonomías fue interpretado de forma diferente por los mismos que apoyaron la Constitución (de forma especialmente masiva en Cataluña); para unos era el inicio del camino del autogobierno, para otros el límite de la descentralización estatal. Esta contradicción debe ser abordada. 3.- El anticatalanismo y el antiespañolismo no son exclusiva de ningún partido, sus raíces son profundas, ancladas en la lucha por la hegemonía y el poder político peninsular, decantada en el siglo XV e institucionalizada en el XVIII. 4.- Los hechos del 6 y 7 de septiembre de 2017 constituyeron una vulneración de las reglas democráticas establecidas por la Constitución española y por el Estatuto de Cataluña. 5. La convocatoria del 1-O no reunió las características de un referéndum homologable y vinculante. 6.- El Estado cometió un error irreparable el 1-O al utilizar la violencia policial en una jornada de movilización democrática. 7.- La prisión preventiva de los dirigentes independentistas es injustificada y confirma el error de la renuncia de la política en beneficio de la judicialización. 8.- La ley debe proteger el marco democrático. 9.- Hay diversas fórmulas para perfeccionar el autogobierno en Cataluña, desde un estado federado, a uno confederado o el independiente. 10.- El futuro de Cataluña no puede imponerse por simple juego de mayorías y minorías en el Parlament o en las Cortes, sino por el consenso interior tejido con la negociación y avalado por las urnas.
Todo buen decálogo se resume en dos. Uno: la actual interpretación de la Constitución no ofrece margen de maniobra suficiente para definir una respuesta satisfactoria y aunque habría otras lecturas de la Carta Magna no es realista imaginarse que vayan a prosperar a corto plazo. Dos: la independencia no es la única solución. Es un modesto ejercicio de aproximación entre posiciones claramente enfrentadas, pero con voluntad de llegar a alguna parte que no sea la consolidación de la parálisis o la ruptura de los puentes, los interiores y los exteriores. De momento, ha servido para salvar de los demonios de la incomprensión al Japón de whatsapp, que no es poco, dada la escasez de foros realmente transversales. No es fácil; prueben a elaborar una corta lista de puntos de acuerdo durante las distendidas cenas veraniegas, ya verán.