Hace unos días, en el metro de Barcelona, subió un tipo al vagón, con prisas y empujando, mientras repetía un «perdón» a todas luces insincero. Enseguida supe a qué venía tanta prisa. Apenas arrancó el tren, se sacó un papel del bolsillo trasero, se arrodilló y empezó a leer a todo trapo una letanía, casi una oración, que decía (más o menos, disculpen que no tomara notas) «porfavorsiñoresmetienenqueoperartengounniñoenfermoporfavorestoyllorando porfavosiñoresundineronotengoparacomer». Y así una vez y otra, sazonado con unos lloros debo reconocer que dignos de Óscar. El caso es que cuando terminaba de leer el lacrimógeno discurso, se levantaba con presteza, componía su mejor cara amistosa, y pasaba el bote entre los pasajeros, esperando no sé si limosna a su pobre situación o premio a su enorme interpretación. En un plis plas pasaba de ser el lloroso arrodillado que mostraba los calzoncillos a quienes tuvieran la mala fortuna de asistir al monólogo desde su parte posterior, al pedigüeño profesional que con una sonrisa solicitaba unas monedas. Me llamó la atención que llevara sus presuntas desgracias anotadas para desgranarlas mejor, pero sobre todo su cambio de actitud en el preciso instante de finalizarla lectura.
Tuve mala suerte. Por esos mismos días frecuentaban el metro otra clase de farsantes, aunque mucho más divertidos: los que recitan versículos, perdón párrafos, de los... (iba a escribir pensamientos pero quizás sería exagerado reconocerle tal aptitud)... las ocurrencias de Jordi Cuixart, ya saben, uno de los procesados por el 1-O. Uno preferiría que fuera Cuixart en persona quien apareciera por el Metro soltando paridas, pero a ver quien convence a Marchena que le permita salir unas horas a predicar porque tal cosa alegraría el trayecto a los pobres usuarios, aunque fuera con un par de guardias civiles escoltándolo. El rostro con sonrisa boba del pobre Cuixart pronunciando aquello de «ho tornarem a fer» ha sido uno de los momentos más hilarantes de procés, ver un hombre con toda aquella barba que insinúa un cuerpo por completo hirsuto, hablando como un alumno de preescolar, ha servido para alegrarnos no pocas sobremesas, cuando después de los licores concursamos para ver quien lo imita mejor. No es fácil, no crean, los hay que incluso borrachos tenemos sentido del ridículo.
Si en lugar de un sucedáneo pronunciando las ocurrencias de Cuixart, o sea de un simple apóstol en lugar del verdadero mesías de Òmnium Cultural, fuera éste quien apareciera entre los fieles andando no sobre las aguas pero sí sobre los rateros que proliferan por el metro de Barcelona, el efecto sería mucho mejor. No me refiero de cara al procés, que a ese ya no hay quien lo resucite, ni mucho menos de cara a la absolución del reo, que mucho me temo que no esté el TS por la labor, sino para su economía. Al fin y al cabo, a estas alturas, a lo único que aspiran estas performances, da igual que sea el pobre tipo con el que tropecé en mi trayecto o que sea un enviado de Cuixart, es a conseguir pasta, no van a ser tan ilusos de pensar que un plasta en el metro conseguirá adeptos para nada. Yo no sé si el apóstol que recita pasajes de Cuixart en el metro recauda mucho dinero, pero me extrañaría. Cuixart en persona fácilmente doblaría lo recaudado, incluso lo triplicaría si consiguiera poner de nuevo aquella carita de bobo y repetir «ho tornarem a fer». Sería un éxito inmediato, quizás ni siquiera tendría que mostrar los calzoncillos a los pasajeros que se hallara a su espalda. «Porfavorsiñoressomospresospolíticoshotornaremafer». Y a pasar el bote.