Uno de los timos nuevos que están haciendo furor al amparo de la tecnología digital es el llamado timo del datáfono. Funciona así: en un comercio –restaurante, supermercado, peluquería, hotel— donde los clientes suelan pagar con tarjeta de crédito se presenta un hombre acreditado como enviado por el banco; le cuenta al encargado que el banco ha detectado que el datáfono que hasta ahora ha estado usando para cobrar a los clientes está teniendo fallos, o que está a punto de entrar en obsolescencia; pero no hay problema, él se lo cambia de inmediato, y de forma gratuita, por uno nuevo. Si el encargado no es un gerente receloso o despabilado con nociones de tecnología, sino un empleado despreocupado y cándido, el timo va como la seda. El nuevo datáfono parece funcionar perfectamente… salvo que cada vez que un cliente paga, la señal de cobro en vez de dirigirse al banco se desvía hacia una serie de cuentas que los timadores van rápidamente vaciando. Al día siguiente o al otro, cuando el dueño del establecimiento constata que no hay ingresos en su cuenta, pide explicaciones al banco; y el banco le explica que desde hace dos días no se ha recibido ni un triste euro. Y no, el banco no ha enviado a nadie a su tienda a cambiar el datáfono. Le han timado. Y ahora ya es tarea de la policía rastrear los pasos de los timadores.
Otro timo de moda es la programación de una web fantasma, en todo idéntica a la de una tienda o una cadena de tiendas, por ejemplo de electrodomésticos. Caes en esa web, ves que están de rebajas y compras. Pero van pasando los días y la nevera que adquiriste on line sigue sin llegar a tu casa, reclamas y en la tienda te explican que no tienen constancia de ninguna compra a tu nombre. También aquí el dinero ha salido del bolsillo del cliente, pero no en la dirección correcta. Si la web que ha sido duplicada corresponde a una cadena con muchas transacciones diarias, el negocio para los delincuentes puede arrojar, como suele decirse, “pingües beneficios”.
Cuánto ingenio consagrado a la estafa. Cómo evolucionan y se “reinventan” los canallas. Ya han pasado los tiempos en que recibías en tu correo electrónico una carta, llena de faltas de ortografía y ciertamente poco convincente si la estudiabas con un poco de cuidado, que supuestamente te enviaba un amigo, que se hallaba en Marrakech, pasando tremendos apuros que ahora no podía entretenerse en explicarte pero era una cuestión de vida o muerte que ingresases mil euros en una determinada cuenta bancaria en Marruecos. Muchos más incautos de los que uno se creería cayeron en una trampa tan burda.
Otro timo por correo electrónico también burdo y que yo creo que ya debe de haberse quedado obsoleto es el de una fabulosa suma de dinero que, olvidada en un banco de Guinea, aguarda quien la reclame. Y un desconocido la mar de amistoso, necesitado de un socio extranjero para apoderarse de ella, se ofrece a compartirla contigo al cincuenta por ciento, siempre y cuando antes le envíes –requisito inevitable— mil euritos de nada, para sobornar a un funcionario. El infeliz que envíe esos primeros mil euros –que suele ser alguien de pocas luces o directamente senil pero con acceso a una cuenta corriente más o menos saneada– pronto ve castigada su fantasiosa codicia y su credulidad al recibir otra carta en la que su desconocido amigo y socio africano le informa de que ha de enviar otros dos mil euros, con carácter de urgencia, para sobornar también a un jefe de policía que se ha olido la tostada y que amenaza con dar al traste con el “negocio”.
Pensándolo bien, variantes de estos últimos timos son el Brexit y el procés: a cambio de tu voto te prometieron que tú y los tuyos dejaríais de pagar –en el caso de los británicos, a los gandules funcionarios de la Comunidad Europea; en el caso de los catalanes, al parasitario Estado español– miles de millones de euros anuales, y todos seríais mucho más ricos. Ricos como los suizos, ricos como los daneses. En realidad lo que ha sucedido es exactamente lo contrario: os habéis empobrecido, lleváis encima una gran frustración con la que no sabéis qué hacer, y quien se ha enriquecido es la banda de liantes que gracias a vuestros votos ocupan las plazas del poder y cobran sueldos suculentos.
Cursar ante la policía reclamaciones por esas estafas colosales puede servir para castigar a los miembros más torpes y desprevenidos de la banda de manguis, pero por lo demás es como pedirle a tu primo el ligón que te presente a les dames du temps jadis…