Los dos conceptos del título juegan un papel importante en la política, sobre todo el segundo, ya que no suelen presentarse juntos, sino de manera sucesiva. Los políticos (hacen como que) se centran en la ética durante las campañas electorales, donde todos compiten por demostrar que son los que más se preocupan por las necesidades del pueblo.
Tras las elecciones --como se está viendo ahora mismo en España--, la ética cede su lugar a la aritmética: el posible socio de gobierno deja de serlo porque se acaba de estrellar con las urnas (véase el caso de los pabloides); los abascales se envalentonan y revindican sus votos para poder sentarse a la mesa con las personas mayores; una alcaldesa demagoga y ambigua a la que la ética aconsejaba desalojar del gobierno municipal se convierte en el mal menor para todos los que hasta ayer mismo la ponían de vuelta y media; Albert Rivera declara que tal vez ha llegado la hora de repensarse los vetos y los cordones sanitarios, lo que traducido del albertocarlos al español quiere decir: “Se acabaron los cinturones sanitarios, a pillar lo que se pueda y maricón el último” (mensaje torpedeado por quienes piden al PSOE que renuncie a Satasánchez, a sus pompas y a sus glorias), y así sucesivamente…
Por regla general, el votante concede más importancia a la ética que los políticos --entre otros motivos, porque no le afecta a la cartera--. Son esos que se rasgan las vestiduras ante el posible cambio de cromos en Madrid entre el PSOE y Ciudadanos (“yo te cedo la alcaldía si tú me ayudas a quedarme con la comunidad”), ante la posibilidad de que Ada Colau acepte los votos de Manuel Valls para no verse condenada a la irrelevancia en un partido al que cada día le va peor o ante la perspectiva de que, para pillar cacho, la derecha tenga que echar de comer a Vox y dejar de ponerlos verdes. ¿Qué es más importante, la ética o la aritmética? Pues yo diría que, en un mundo perfecto, la ética. Pero como el mundo en general y el de la política española en particular no lo son, la aritmética se suele llevar el gato al agua.
De la misma manera que un cineasta vale lo que ha recaudado su última película, un político vale lo que ha pillado en las últimas elecciones. A menos votos, menor influencia. Y, a efectos prácticos, ya te puedes meter la ética por donde te quepa y dedicarte a sumar y restar hasta con dar una combinación resultona que te permita pintar algo, pues si no, bajan las subvenciones del Estado y a ver cómo pagamos la hipoteca o el colegio de los niños.
Tenemos que empezar a pensar en nuestros políticos como una casta que incluye a la anticasta y que solo piensa en sus cosas, unos con más desfachatez que otros. Y, sobre todo, dejar de escandalizarnos cada vez que llegan a pactos que a nosotros se nos antojan contra natura. A fin de cuentas, dos y dos son cuatro.
La suspensión temporal de la ética se puede presentar como una muestra de realismo y sensatez patriótica y la aritmética es consustancial a la vida parlamentaria, ¿no creen?