El veto a Miquel Iceta ha constituido la noticia política de la semana. Un incomprensible episodio protagonizado por la mayoría independentista en el Parlament, con el objeto de impedir que el líder del PSC pudiera presidir el Senado. Formaba parte de la norma parlamentaria, desde hace 40 años, que cada partido político, en función de su representatividad, eligiera libremente quien le representa en el Senado. Es la primera vez que vivimos una situación similar.
Esta misma semana, nos encontrábamos con una noticia que ha pasado desapercibida. El último informe del CEO (adscrito a la Generalitat) reconfirmaba las preferencias de los catalanes en cuanto a su relación con España. Así, señalaba que la opción mayoritaria, un 55%, es la que viene a denominarse tercera vía, el constituirnos en una autonomía o un estado en el marco de una España federal, mientras que la independencia es la preferida por un 35% de los ciudadanos. A su vez, según dicho informe, un 26% de los ciudadanos se considera sólo catalán. La alternativa mayoritaria la constituyen aquellos que se consideran tan españoles como catalanes, un 40%.
Ello hace aún más inexplicable el veto pues el Senado, por su personalidad territorial, es una Institución clave en esa mejor articulación entre Cataluña y el Estado. Tener al frente de la misma a una persona claramente federal, experimentada, con influencia en el PSOE, y que, además, se ha mostrado favorable a un indulto a los políticos hoy juzgados, caso de resultar condenados, era una enorme garantía. Un aval de que España avanzaría hacia esa articulación territorial que tanto reclamamos desde Cataluña y que, a su vez, se trabajaría para el reencuentro y la armonía.
Por todo ello, el veto sólo puede entenderse por dos razones. De una parte, porque, en el fondo, el independentismo no busca el diálogo y, por contra, apuesta por el cuanto peor, mejor. O, de otra, porque una parte del independentismo, quizás incluso la mayoritaria, no se atreve a romper con el canon que viene de Waterloo pese a que, en privado, se manifiestan a favor de reconducir el procés.
Pero lo que no es novedoso es que un político catalán sea vetado para presidir el Senado. En 1996 con Joan Rigol cerca de presidirlo, Jordi Pujol se opuso a ello. Una pena porque estoy convenido de que su labor al frente de la Cámara hubiera resultado muy positiva, especialmente para Cataluña.
Volviendo a esta semana, cuando se conoció la voluntad de Pedro Sánchez de situar a Miquel Iceta al frente del Senado, la primera, y furibunda, reacción por Twitter anunciando su veto vino de Toni Castellá, líder de Demòcrates de Catalunya, partido que fue fundado bajo el impulso de Núria de Gispert y Joan Rigol.
Resulta curioso que, ayer, Joan Rigol sufriese las consecuencias de un veto injusto y, hoy, los suyos veten, creo que de manera aún más injusta, a Miquel Iceta. Y lo hacían con un tuit que decía: “Per dignitat, anunciem que els dos diputats al Parlament de Demòcrates no donaran suport a la candidatura del Sr. Iceta al Senat”. Un comentario al hilo del tuit y su apelación a la dignidad.
En el actual contexto, tendemos a utilizar, unos y otros, las palabras y conceptos en función de nuestra propia conveniencia. Por ello, resulta estéril discutir acerca de cualidades éticas como la dignidad. Pero me parece que todos, independentistas, regionalistas y defensores de la tercera vía, como es mi caso, coincidiremos en que manifestarse en público de la misma manera que en privado constituye un acto de dignidad. De haberlo hecho todos, desde hace años y especialmente las élites políticas, económicas e intelectuales, creo que hoy las cosas serían distintas. Y mejores.