La Asamblea Nacional Catalana (ANC) ha ganado las elecciones en la Cámara de Comercio de Barcelona, a través de su marca Eines de País. Y cree haber ganado la batalla a la upper Diagonal, el status de las capas acomodadas, que los soberanistas identifican con empresarios aspirantes a la corporación, como Carles Tusquets, el ex presidente del Círculo de Economía y presidente del Banco Mediolanum. La mayoría de los pequeños empresarios y autónomos suscritos en la institución que se han movilizado esta vez lo han hecho en contra de las grandes corporaciones. Y la ANC, bajo la larga sombra de Jordi Sánchez, el comisario político del procés, dice haber ganado esta lucha de clases de David contra Goliat. La Llotja de Mar, sede de la antigua Junta de Comercio que inspiró la Revolución Industrial, será colonizada por la menestralía. Sus nuevos dueños echarán del templo a los mercaderes que, lo quieran o no, son los que mueven la economía.
En la Llotja se fundó la Cámara de Comercio Industria y Navegación, cuyo primer presidente, Manuel Girona i Agrafel, fundador del Banco de Barcelona, comisario regio de la primera Expo y mecenas de la restauración del gótico, mostró al mundo la pujanza industrial de la Cataluña del vapor y las finanzas. La Cámara fue un motor hasta su separación --industria por un lado y comercio por el otro--, y se rehízo gracias a su posterior y definitiva unión, en 1966, de la mano de Andreu Ribera Rovira, que cerró la histórica herida abierta entre el proteccionismo del arancel y el librecambismo moderno.
La Cámara ha sido una referencia corporativa de nuestra economía --con presidentes como Josep Maria Figueras y Antoni Negre--, pero su pujanza fue revocada por la ley de Cámaras del PP, la gran proeza de Aznar y Rato para reforzar a la patronal CEOE, cuando todavía estaba Cuevas, un cruzado, pañuelo al viento, del antiguo sindicato vertical. Aquella ley suprimió el pago obligatorio de cuotas a las empresas, un impuesto exigible y ejecutable por la Agencia Tributaria del Estado. Y desde entonces, lo que había sido una fortaleza se convirtió en un cascarón vacío. La Cámara no tiene fondos y ha perdido su poder como organismo prescriptor; especialmente en sus últimos años, de gestión absolutamente plana. Ahora, la institución recibe una línea de financiación muy menguada de la Cámara de Comercio de España, presidida por Josep Lluis Bonet (Freixenet), un hombre de Estado y contrario al procés. Pues bien, la Cámara de Barcelona en poder de la ANC declara rechazar ahora los recursos del Estado; es pobre y quiere seguir siéndolo. Los indepes quieren el cascarón; como también quieren La Caixa, Abertis, Fecsa, Naturgy, etc. Su plan es apoderarse de las grandes corporaciones, pero han empezado por las instituciones. Aplican el principio de “empobrecer para vencer”, la estrategia desarrollada por Maquiavelo en El Príncipe.
Los indepes han conquistado la vacuidad; tienen en su poder el Palacio de Invierno, pero sin el oro de Moscú. Su asalto a la Llotja fue perpetrado, en primera instancia, con la ayuda del Govern (en la etapa de Elsa Artadi) y posteriormente por el impulso desordenado de la ANC, las milicias girondinas de Sànchez y los suyos. Después de muchos disimulos y postureos, ayer mismo, Quim Torra invistió así a sus victoriosas falanges: “Eines de País se ha impuesto a la conspiración”. Lo que nos faltaba. La misma ley que consagra el sufragio en los epígrafes camerales consagre un cupo de miembros del plenario nombrados por la patronal Fomento del Trabajo. Pero dada la salsa indepe que se cuece en la Cámara, Fomento está a punto de no ejercer este derecho.
Joan Canadell, uno de los favoritos para la presidencia independentista de la Cámara, se ha mostrado abierto a formar “un comité ejecutivo inclusivo”, en un gesto hacia Enric Crous, el ex manager de la Damm de los Carceller, fundada por el pionero, Demetrio Carceller Segura, que fue ministro de Franco. Quien sí podría entrar por esta vía es Genís Roca, un alfil de de Crous y muy bien relacionado con la ANC. En la acera derecha de la Llotja de Mar, en la Avenida Reina Isabel II y frente al Moll de la Fusta, la estatua del primer marqués de Comillas, mancillada, pintada, cercenada y maltratada expresa la memoria descompuesta de las milicias de la Gironda, ignorantes del origen de nuestra pujanza como sociedad industrial. Estas falanges deshilachadas acusan a López y López de negrero, pero desconocen que significó la Trasatlántica en todos los puertos del mundo.
La Llotja fue Consolat de Mar, taula de canvi --primera Bolsa de valores de Europa-- y el salón de contratación de la Bolsa actual, pieza indeleble de nuestro gótico civil. En esa Bastilla catalana, o en su Salón de Cónsules para ser exactos, se reúnen los 60 miembros del plenario de la Cámara, una especie de Senado de la economía catalana. Pues bien, el procés trata de empoderarse en el centro de esta imagen; posee el desmedido afán hermenéutico de los asamblearios. Utiliza los métodos del populismo postmarxiano, de corte peronista y chavista.
Al ser una revolución sin contenidos humanistas, el independentismo solo busca el poder del símbolo, no su gobernabilidad (es exactamente lo que hace Vox, al hablar de Don Pelayo). En realidad, la gestión de la victoria atemoriza a los indepes, tal como se vio la noche de la declaración unilateral de independencia, cuando sus responsables, después de declarar la República, pusieron pies en polvorosa y se olvidaron de arriar la bandera de España del Palau de la Generalitat. Un detalle que los delata. Simbolizaron solo el deseo, que es tanto como decir “no íbamos en serio”, como afirmó, desde Escocia y con un infantilismo irresponsable, la ex consejera Clara Ponsatí.
Después de su exordio en pro de los ganadores del escrutinio cameral, Torra se quedó descansado. El Govern tiene la lección aprendida: controla la Cámara y la Fira (donde colocó a Pau Relat); aleja de nosotros el Circuito de F-1 de Montmeló, peleándose con su gestora, Liberty Media; y además pone en la picota al Magba, gestionado por una fundación público-privada, creada por Leopoldo Rodés, aquel llorado Rockefeller catalán. Pronto llegará a nuestro buzón de correo el sondeo de los indepes, hecho a imagen y semejanza del que han completado en Euskadi, PNV y Bildu, con esta pregunta escalofriante: ¿qué se siente usted, ciudadano del País Vasco o miembro de la nación? Imaginar semejante dualidad es, en sí mismo, un canto racial del nacionalismo étnico, el cordón funambulesco que desgraciadamente pisan los líderes catalanes.