Hija de un abogado bibliófilo madrileño, Enrique Ucelay Sanz y de una vasca cántabra, apasionada por el teatro, Pura Maortua, nació en Madrid en 1916. Tuvo dos hermanas: Luz y Matilde. Ésta última fue la primera mujer licenciada en arquitectura en España. Margarita estudió bachiller en el Instituto Escuela en 1933 y derecho en la Universidad Central de 1933 a 1936. La madre Pura fue amiga de Lorca y formó un grupo de teatro llamado Anfístora patrocinado por el poeta.
Margarita se casó en octubre de 1936 con un galleguista lusista Ernesto Guerra da Cal (en su origen, se llamaba Ernesto Pérez Güerra), que fue afiliado al PCE, capitán del Ejército Popular y llevó a cabo misiones trascendentes durante la Guerra Civil. El matrimonio vivió en Valencia y Barcelona. Ernesto marchó a Estados Unidos en 1938 por encargo republicano para estimular las relaciones norteamericanas con España. Entonces ya se había desengañado respecto a los servicios secretos soviéticos.
Margarita quedó en Barcelona y en febrero de 1939 emprendió la patética ruta del exilio hacia Francia (Figueres-Le Pertús, Perpinyà-San Juan de Luz). Tras peripecias múltiples (su propia tía Asunción Maortua la admitió y después la echó de su casa por roja) y múltiples problemas administrativos (la difícil consecución de la documentación de la embajada norteamericana para poder viajar a Estados Unidos) logró embarcarse en el Queen Mary. Durante su viaje Roosevelt reconoció a Franco y a su llegada fue primero retenida y luego marcharía a Cuba hasta lograr entrar en Nueva York. Una vez en esta ciudad, tanto ella como su marido fueron apoyados por uno de los maestros del hispanismo norteamericano, Federico de Onís.
Ella fue aceptada en la Universidad de Columbia por su brillante expediente académico aunque no había acabado la carrera de derecho. Él, sin dejar de colaborar políticamente en la lucha antifranquista, fue profesor en Columbia pronto con una tesis doctoral que ha sido un libro clásico sobre la obra de Eça de Queiroz. Ella hizo una tesis doctoral dirigida por Ángel Del Río sobre la obra costumbrista de Mesonero Romanos y su círculo: Los españoles vistos por sí mismos que publicaría años más tarde el Colegio de México. Ambos se hicieron ciudadanos norteamericanos en 1944.
Margarita proyectó en Estados Unidos la pasión de su madre por Lorca. En 1953 promovió la primera puesta en escena de La casa de Bernarda Alba en lengua castellana. En 1965 se divorciaron Margarita y Ernesto. Ambos seguirían su brillante trayectoria académica. Él era ya catedrático en 1951, Margarita lo sería en 1968. Juntos habían escrito una singular Literatura española del siglo XX (1955). Ernesto, de extraordinaria inteligencia y de carácter muy difícil, se casaría con Elsie Allen, una angloportuguesa. Margarita se dedicó hasta su jubilación a una intensa vida académica con gran dedicación a la docencia que le encantaba y que conjugó siempre con su interés por el teatro en todas sus vertientes. Fue directora del departamento de literatura hispánica de su universidad desde 1961 hasta 1981 sin apenas interrupción. Ernesto se retiró en 1977, pasando ya la década de los ochenta en Portugal como figura del “reintegracionsimo”, la defensa de la integración de Galicia en el ámbito cultural y político portugués. Moriría en Estoril en 1994.
Margarita volvió a España en 1982 muriendo en el 2014. Lorca marcó su vida académica hasta el final. Editó el Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín y Así que pasen cinco años. Leyenda del tiempo, ambas obras del poeta granadino, cuyas versiones manuscritas conservó su madre.
Tanto Ernesto como Margarita estuvieron vinculados a la Hispanic Society, creación de Huntington. El hispanismo norteamericano no ha sido bien estudiado. Las primeras cátedras de español las tuvieron Harvard, Virginia y Yale, ya en la segunda década del siglo XIX. El pionero más conocido fue Washington Irving, el primer traductor de obras clásicas españolas fue Longfellow y la primera historia de la literatura española en Estados Unidos de George Ticknor se editaría en español entre 1851 y 1857.
Se ha incidido poco en la significación cultural de los exiliados en Norteamérica a consecuencia de la Guerra Civil. De ellos se ha escrito ciertamente mucho sobre Américo Castro y su escuela, pero hay que subrayar la facilidad con la que se movieron en Estados Unidos tantos y tantos hombres del exilio: los citados Onís y Del Río aparte de los Casalduero, Fernández Montesinos, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Claudio Guillén, Vicente Llorens... Hombres, pero pocas mujeres, entre ellas, con singular discreción y extraña capacidad para analizar los espejos en los que se han mirado los españoles en la época contemporánea, destaca Margarita Ucelay, madre de un gran historiador con muchos años de residencia en nuestro país que se llama Enric Ucelay-Da Cal.