Pedro Sánchez prepara ya el programa para el periodo de mandato que su espectacular victoria electoral del domingo último le ha otorgado. Aún faltan unas cuantas semanas para que su Gobierno tome posesión. Pero entre tanto, los eficaces servicios de propaganda del régimen ya han hecho circular profusamente las noticias sobre las líneas maestras de sus planes económicos. La música que se escucha estos días al respecto resulta alarmante.
La primera providencia de Pedro Sánchez presenta un corte típicamente socialista. Determina un alza en tromba de diversos impuestos. Como es habitual en estas materias, anuncia que su apretujón fiscal recaerá en particular sobre “los ricos” y servirá para financiar el aumento del llamado “gasto social”, un cajón de sastre en el que cabe casi todo.
El abanico de los proyectos abarca incrementar los impuestos de Sociedades, IRPF, Patrimonio y los carburantes diésel. Asimismo, se implantarán tasas de nuevo cuño a los servicios digitales y las transacciones financieras.
En conjunto, los asesores de Pedro Sánchez calculan que los ingresos del Erario subirán un 10% y le facilitarán, hasta 2022, unas entradas adicionales conjuntas de 26.000 millones de euros. Estos y otros pormenores figuran en el bosquejo de previsiones presupuestarias que el Ejecutivo ha traslado a Bruselas. Desde los órganos de la UE se han apresurado a comunicar a Sánchez que semejantes estimaciones pecan de un excesivo optimismo recaudatorio y, por tanto, son poco creíbles.
En todo caso, la primera disposición del flamante equipo socialista consiste en propinar a los ciudadanos un tremendo vapuleo fiscal. Este preludio no puede ser más inquietante. Constituye un aviso en toda regla de que vienen curvas y es preciso apretarse los cinturones. Sánchez podría haber tomado, para equilibrar las cuentas públicas, un camino bien distinto, es decir, la elaboración de un ambicioso esquema de recorte generalizado de gastos.
Es sabido que venimos disfrutando de cuatro Administraciones superpuestas, a saber, la nacional, las comunidades autónomas, las diputaciones y los ayuntamientos. Por tanto, brinda a Pedro el guapo un vasto campo donde escoger los recortes. Las posibilidades de actuación a la hora de empuñar la podadera son de tal dimensión, que casi tienden al infinito. Además, la mesura en los dispendios viene exigida imperiosamente por la debilidad de las cuentas públicas, que no registran superávit desde la lejana fecha de 2007. En los 11 ejercicios que se han cerrado desde entonces, el balance estatal embalsa unos déficits acumulados de casi 800.000 millones.
Para cubrir los descubiertos se ha apelado al cómodo procedimiento de emitir sucesivas montañas de deuda. Como consecuencia, el pasivo nacional crece desde hace mucho tiempo a un endiablado ritmo de 100 millones diarios, ya rebasa en total 1,1 billones… y sigue escalando cotas sin tasa.
Y hete aquí que Sánchez, a imagen y semejanza de su predecesor José Luis Rodríguez Zapatero, no sólo no toma medida alguna para embridar este caballo desbocado, sino que se lanza a engordar el gasto. Admite que pese al apretón del torniquete fiscal, hasta dentro de tres años no se podrá dar la vuelta a las cuentas públicas y revertir el desajuste entre ingresos y gastos. Según los designios gubernamentales, en el presente año se registrará todavía un descuadre del 2%. En 2020 se habrá rebajado al 1,1%. Y en 2021, al 0,4%.
En resumen, más déficit a la vista y, por consiguiente, más deuda sobre las espaldas de las generaciones venideras. Es el sino ineluctable de las actuales hornadas de políticos. Viven rabiosamente al día. No se les ocurre pensar en el mañana y menos aún en el largo plazo.
Los anteriores jerarcas socialistas Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero dejaron tras de sí, al salir de la Moncloa, un paro desatado y una economía en situación de crisis galopante. A las primeras de cambio, Pedro Sánchez ha escogido la política del gasto a manos llenas.
Mucho me temo que está colocando al país, otra vez, en una senda que conduce derechamenrte al despeñadero y la quiebra.