La pesadilla que tuve la víspera de las elecciones se ha evaporado, como les dije a los amigos de mi cuadrilla política de CAFÉ el domingo por la noche tras un día tenso. Más que en las primeras, el 15J de 1977, y eso que entonces participé en seis mítines en los que perdí la vergüenza para hablar en público en seis teatros llenos de Barcelona como representante universitario de un partido revolucionario recién legalizado. Como era menor de edad no pude votar…
Mi pesadilla fue que ante la radicalidad separatista había nacido otra radicalidad contraria, la de Vox. El temor que el sueño de Abascal y Smith se convirtiera en realidad porque era la esperanza del huido en Waterloo dejaría a España echa unos zorros. Y ya se sabe que la política es una ley física: a toda acción se produce una reacción. No existe química entre opuestos… Los sueños de Carles son mis pesadillas…
Mi pesadilla brutal era que resucitaba el cuervo negro de la guerra civil. Si estoy despierto sé que eso es imposible pero el verbo encendido de los dos extremos hubiera producido ese peligro nacional porque la única bondad del franquismo es que creó una clase media que hace imposible que nos molamos a palos. Tenemos mucho que perder. Es la única ventaja de la dictadura…
Por eso esa pesadilla nocturna que no se desvaneció al alba sino doce horas después a partir de las nueve.
El escenario futuro que espero es una coligación entre Pedro Sánchez y Albert Rivera. Sé que Rivera ha complicado ese pacto por jurar que su enemigo era el socialista. Lo hacía para robar votos a los populares, pero no es tan inteligente como parece…
El sentido común dice que no lo será nunca porque conozco al personaje cuando nadie le conocía. Le hice dos largas entrevistas y cené con él antes de las primeras elecciones. Y después nunca más. Me utilizó como su primer escalón. Lo conozco bien. Me gusta lo que dice pero no lo que hace…
No me fío de él, pero pactará con el PSOE después de las municipales, autonómicas y europeas de mayo. Estoy seguro…