La última vez que el líder de Podemos defendió en público celebrar un “referéndum” fue en septiembre de 2018. Pero, cuidado, no nos precipitemos. Pablo Iglesias no lo planteaba para decidir la secesión territorial, o dirimir un nuevo modelo de “encaje” de Cataluña, ni tan siquiera para reformar la Constitución señalada algunas veces por los suyos como un legado del “tardofranquismo”. No, la última vez que propuso una votación entre todos los españoles fue hace siete meses en Telecinco para resolver una cuestión de “tanta complejidad”, afirmó, como son “las corridas de toros”, que a él no le gustan pero que tampoco cree se puedan prohibir por decreto. Es maravilloso. Desde entonces nunca más. En realidad, la última vez que sí defendió el referéndum que todos sobreentendemos de autodeterminación, fue meses antes en una visita a Quim Torra cuando se otorgó el papel de interlocutor entre el nuevo Gobierno de España, presidido por Pedro Sánchez, y el Govern de la Generalitat, semanas después de la moción de censura. Aludió a ello de forma tangencial, casi obligado por la ocasión, sin que la exigencia de un referéndum pudiera condicionar, aclaró, el diálogo entre los gobiernos, poniendo el acento en la cuestión de los presos.
Este lunes, en el debate a cuatro en RTVE, pudimos ver con sorpresa como Iglesias exigía el cumplimiento del contenido social de la Constitución, convirtiéndose en un adalid del texto de 1978, leyendo varios artículos de la Carta Magna para defender sus propuestas fiscales y en materia de vivienda, un texto que cuatro años atrás quería reescribir mediante un proceso constituyente. No solo eso, también ignoró en su intervención televisiva cualquier referencia al famoso derecho a decidir, la consulta o la autodeterminación de Cataluña, propuestas que hasta mediados de 2018 los suyos invocaban como pócimas mágicas para nuestros males territoriales. Y por no hablar de referéndums ni tan siquiera citó el estrambótico de las corridas de toros, pues prefirió pescar en las aguas del voto animalista argumentando que los gastos veterinarios eran de primera necesidad y que, al igual que los productos de higiene femenina, deberían tener un IVA súper reducido. Pero es que tampoco habló de “presos políticos”, expresión que esquivó conscientemente cuando estalló la bronca sobre el indulto, con Albert Rivera acusando a Sánchez de tenerlo ya acordado con los independentistas. Al contrario, Iglesias en tono tutorial, exigió no anticipar acontecimientos sobre una posible condena a los acusados porque de otro modo sería “como si el señor Marchena (presidente de la sala de lo penal que juzga a los líderes del procés) estuviera en un juicio farsa”. Es maravilloso.
Resulta sorprendente la capacidad mutante de los postulados de Podemos en una cuestión tan central en la política española de los últimos años. En diciembre de 2015, la consulta de autodeterminación era una línea roja para alcanzar un posible acuerdo de Gobierno con el PSOE. Seis meses después, la propuesta se mantuvo pero la exigencia desapareció. En 2017, la posición de Iglesias volvió a oscilar y en algún momento hasta defendió el referéndum unilateral ante el “inmovilismo” de Mariano Rajoy, aunque cuando llegó el 1-O no le dio validez por falta de garantías democráticas y lo situó meramente en el terreno de la movilización. Desde entonces, a medida que la formación morada ha ido perdiendo apoyo en las encuestas y sobre todo tras los desastrosos resultados de los comuns en las pasadas autonómicas catalanas, Podemos ha ido acercándose a la posición del PSOE. De la defensa cerrada del referéndum de autodeterminación ha pasado a defender el diálogo sin más. Lo extraño es que el independentista Jaume Asens, cabeza de lista por En Comú Podem, no se quiera dar por enterado y siga en sus trece. Y esperen, porque dentro de muy poco el diálogo de Iglesias será, adivinen, “dentro de la Constitución”. Maravilloso.