El calificativo de bestias taradas que Quim Torra dedicó años atrás a los catalanes castellanohablantes no nacionalistas fue algo más que una exposición pública y notoria de su interiorizada xenofobia, por otra parte, ampliamente compartida por separatistas de todo rango y condición, tengan cuatro, dos o cero apellidos “catalanes”.
Reconozco que no me sorprendió que hubiese utilizado ese calificativo, va de suyo. Aunque sí me molestó, no porque recordase la inferioridad que ya nos atribuyera el ínclito Jordi Pujol, sino porque me pareció una profunda falta de respeto a la zoología fantástica catalana y, en concreto, a la gran obra de Xavier Fàbregas. Martínez Mediero ha recordado en sus memorias, por si algunos lo han olvidado, quién fue este dramaturgo y antropólogo montcadenc: “era un Espasa viviente del teatro, además de autor teatral y luchador incansable de la cultura en Cataluña, sin estridencias catalanistas”.
Poco antes de morir el 10 de septiembre de 1985, con apenas 54 años, Fàbregas había publicado El Llibre de les Bèsties con fotografías de Jordi Gumí. En ese precioso volumen, tuvo la ironía y el atrevimiento hasta de comparar, por ejemplo, zoológicos versos de Josep Carner con monas de pascua de pasteleros anónimos o con patos hacinados en cestos para ser vendidos. Le interesaba como las actitudes animales eran, de bell antuvi, traducidas por el hombre a términos antropológicos, y no al revés. Analizó muy bien el uso de partes de las bestias como protección totémica, un fenómeno universal que había arraigado en Cataluña desde antes de que ésta fuera tal.
En su zoología fantástica, las bestias no atemorizaban, al contrario. Fàbregas destacaba la reinvención constante de figuras de nuevo cuño, surgidas por las necesidades lúdicas y ecológicas de una población, como el pulgón de la filoxera o el sinfín de dragones en los correfocs acompañando a infinitas versiones teológicas del ángel caído (los diablos). Pero, pese a todo, no pudo evitar la tentación de establecer una relación entre las distintas carcasas y su función mágico-religiosa, usadas ya desde siglo XIV, con la “estructura interna” de la nación catalana: “una mena de teixit subcutani, operatiu encara en els nostres dies?”. Su respuesta fue negativa, entre otras razones, porque desde la época medieval ya se había producido la sustitución de divinidades animales por divinidades antropomórficas, es decir, del animal totémico por el hombre totémico (rey, patriarca, dios...). Pese a su pancatalanismo, Fàbregas no continuó con esta transición hacia la nación totémica, quizás porque fue consciente de que, si sumaba el factor zoológico fantástico a la reivindicación nacional, se podía devaluar ésta.
La finura intelectual de Fàbregas no parece haber tenido continuadores, a tenor de la zoolatría identitaria que el nacionalismo ha desplegado en las últimas décadas, al repudiar al toro, reivindicar al burro y exaltar hasta el paroxismo al águila en el Corpus. Han pasado casi cuatro décadas de que se publicase El Llibre de les Bèsties, un volumen maravilloso, y ahora más que nunca es imprescindible por lo políticamente incorrecto y por las paradojas nacionalistas que encierra en su interior.
Cuando se mente a bestias catalanas olviden a Torra, y recuerden el libro de Fàbregas y la impresionante portada de Gumí con el águila dorada de Tortosa que, como el Àliga de la Patum, sigue estando ricamente coronada, exaltación monárquica en la imaginaria Cataluña republicana.