No dudamos que Miquel Iceta, el jefe del PSC, tiene su particular cofradía de devotos y a sus incondicionales. Sin duda, es un político popular --dicho sea con perdón-- que acostumbra en cada cita electoral a llamar la atención, bien sea bailando la conga o, en su defecto, proponiendo algunas ideas peregrinas --pensar es un ejercicio de síntesis, dijo alguien-- que, con bastante frecuencia, quedan más cerca de las posiciones de lo que podríamos llamar el nacionalismo con cabello de ángel que de una ideología realmente socialdemócrata.
En realidad, la singularidad de Iceta consiste en ser Iceta. Esto es: alguien que insiste en desmarcarse de la posición oficial de su partido --que de puertas adentro admite excepciones a casi todo-- con la coartada recurrente de que en Cataluña existe un hecho político diferencial que, por mucho que se enuncie y se formule como un dogma indiscutible, nosotros no vemos por ningún sitio. Ni de lejos, ni de cerca.
Lo último ha sido dar por bueno que con un hipotético apoyo del 65% de los catalanes no debería haber ningún problema para negociar con el Estado un referéndum efectivo de independencia. Todo muy democrático, por supuesto, pero perfectamente inconstitucional. La Carta Magna, como es sabido, no contempla más reforma que aquella que, tras pasar el correspondiente proceso parlamentario, validen todos los españoles, no únicamente quienes deseen los soberanistas. Es evidente que lo de Iceta es un globo sonda electoral que busca un beneficio a muy corto plazo para el PSC, aunque perjudique claramente al PSOE, quiere simular hasta el 28A que ocupa un centro-izquierda amplio.
No le garantizamos a Iceta demasiado éxito en sus pretensiones. Ni con la idea, ni en las inminentes elecciones. En el primer caso porque la demanda del referéndum es prácticamente un monopolio del bloque independentista, encerrado desde hace tiempo en una calle sin salida en la que, para poder dar marcha atrás, necesita un señuelo con el que apaciguar a su propia parroquia. Señal que de pacífica no tiene mucho. ¿Qué sentido tendría apoyar a un converso cuando se puede votar a los verdaderos héroes de la República (que no existe)? Nosotros no le vemos ninguno. Es de suponer que los indepes, aún menos.
En relación a las elecciones, el augurio tampoco puede ser muy optimista. A finales de 2017, en los últimos comicios regionales, el líder del PSC ensayó exactamente la misma estrategia: tratar de atraer al independentismo moderado. ¿Existe de verdad el independentismo moderado? Las evidencias señalan que no. Los resultados electorales de los socialistas catalanes, con este discurso, no fueron lo que se dice especialmente brillantes, a pesar de reivindicar cuestiones tan delicadas como la condonación de parte de la deuda catalana --52.499 millones-- y un sistema fiscal propio muy parecido al famoso cupo vasco. A Iceta, salta a la vista, sólo le faltó pedir dos huevos duros de postre.
Salvo a él, a casi nadie le pareció buena idea esta táctica contemporizadora. Ni siquiera a sus votantes, que desaparecieron o terminaron apoyando a Cs, que ganó las elecciones aunque sin posibilidad cierta de gobernar. Ahora se repite la historia: el PSC insiste en su tradicional relativismo y muestra de nuevo una tibieza calculada en relación al problema catalán, que básicamente consiste en que unos ciudadanos --los independentistas-- quieren imponer una circuncisión política a los otros y, de paso, quedarse con el dinero de todos nosotros. Ante esta disyuntiva, Iceta predica en el desierto la posibilidad de encontrar un punto intermedio que los hechos han demostrado inexistente.
En Cataluña ya no existe la tierra de nadie. Ni caben las famosas soluciones negociadas. Básicamente porque ninguna Comunidad Autónoma cuenta con soberanía propia. Ni puede conseguirla (legalmente) por el procedimiento de negársela al resto de los españoles. A estas alturas de la película (de horror), con Cataluña mucho más pobre, con una imagen erosionada, y sin más actividad pública que no sea el agitprop, no podemos esperar mucho de las fórmulas políticas basadas en la equidistancia. No existen los Eldorados. O se está con la ley o con la horda.
No se trata pues de una cuestión de porcentajes. Aunque si realmente se quieren analizar las estadísticas, la discusión está muy clara. El PSC llegó a conseguir en los comicios generales del año 2008 hasta 1,6 millones de votos, más del 45% de los sufragios en disputa. Ocho años después sólo conserva un tercio de aquella grandeur: 558.033 votantes (16%). Los porcentajes, si dicen algo, es que Iceta se equivoca.