Hace un mes escribí un artículo titulado No iré a votar que pensaba que iba provocar polémica entre los míos pero que desató la ira de mi acera de enfrente porque dije que los separatas tienen un problema que no es sólo político ni sentimental, que también, sino de diván: tienen complejo de superioridad en la relación con los castellanos.
Esta palabra es inexacta porque muchos catalanes de lengua materna llaman castellanos a todos los españoles que no hablan el catalán, pero digo que es inexacto porque la mayoría no lo son. En Cataluña hay pocos de ellos: el 90% son andaluces y extremeños. Pero esta inexactitud conceptual no es solamente de los indepes sino también de los constitucionalistas.
Castellanos solo son un exiguo 10%, por este orden de llegada: los murcianos fueron los primeros a finales del siglo XIX para las obras de la primera Exposición Universal en el parque de la Ciudadela cuando se estrenó la Estación modernista Francia y, entre otras, el paseo de Colon y la escultura del descubridor de América como tan magníficamente retrata Eduardo Mendoza en su novela La Ciudad de los Prodigios.
A nivel de curiosidad el arquitecto Eiffel propuso al Ayuntamiento levantar la torre de París en Barcelona pero el alcalde dijo nones porque esa arquitectura de mecano no casaba con el modelo modernista barcelonés.
En los años 20 la inmigración principal fue aragonesa, parte de mi familia, por la Exposición Internacional de Montjuic de 1929 inaugurada por Alfonso XIII, dedicada a la llegada de la Electricidad; de allí el haz de luces al cielo la noche de todos los domingos, las fuentes luminosas, Palau Nacional, el Poble Espanyol, la plaza España, la avenida María Cristina y toda la urbanización de la montaña de la Font del Gat.
Entre medio de una exposición y la otra, el proceso de industrialización de España que empezó en Cataluña y Vasconia (la palabra País Vasco es un galicismo que empezó a principios del siglo XX) con los primeros inmigrantes andaluces y extremeños, que a partir de los 50 fueron mayoría. Esto multiplicó el orgullo barcelonés.
De allí el nacimiento del nacionalismo catalán que no tiene brote racista como el vasco porque Cataluña es tierra de paso, cosa que no se produjo en el norte. Hay que conocer el pasado para entender el presente.
No es la cultura o la lengua la base del nacionalismo: La fuerza de la cultura andaluza es genuina y Galicia tiene una lengua poética que en la Edad Medía era la de los trovadores castellanos en la corte de Alfonso X el Sabio cuando la capital de Castilla era Toledo.
En esto, sólo en esto, la interpretación de la Historia es la plata que tiene cada pueblo. Carlos Marx lo definió como la interpretación materialista de la Historia. Los marxistas tienen razón.