Todo el que haya leído cierto tipo de novelas sabe lo que es un agente provocador: un infiltrado de la policía en el campo enemigo, sea éste una banda de narcos o un grupo subversivo. El agente provocador se muestra siempre como el más extremista del grupo, instigando a los demás para que actúen lo más radicalmente posible.
Bien podría ser que muchas de las manifestaciones celebradas en Barcelona terminaran con actuaciones instigadas por agentes provocadores: destrozos de lunas de comercios y del mobiliario urbano, quema de contenedores en la Rambla o en la calle de Sants (el 12 de octubre) o de neumáticos en los accesos a la ciudad. Resulta difícil asumir sin más que formaciones que se reclaman de izquierdas se dediquen a quemar neumáticos: es uno de los peores atentados que se pueden hacer contra el medio ambiente. Ésa práctica tiene que responder al impulso de agentes provocadores.
Algunos han empezado a pensar muy seriamente que en el campo del independentismo hay, por lo menos, un agente provocador: Carles Puigdemont. No es que haya pruebas que lo vinculen a los servicios secretos del Gobierno español, pero si el ex comisario Villarejo hubiera buscado un infiltrado que se comportara como un fanático y actuara de forma que consiguiera desarbolar al nacionalismo catalán de derechas, Puigdemont hubiera sido su hombre. Después de todo, es lo que ha hecho.
Cuando Puigdemont ingresó en el partido, CDC era una organización con amplia representación en toda Cataluña, un montón de alcaldes y una notable capacidad de influencia en el conjunto de España. En poco tiempo se ha disuelto CDC y el PDeCAT, partido que se suponía iba a continuar su labor, está tocado y hundido.
Si las policías patrióticas de Jorge Fernández Díaz y Juan Ignacio Zoido buscaban llegar a esta situación, lo han conseguido. Y, para que todo quede redondeado, Puigdemont vive confortablemente en una villa belga, mientras sus correligionarios (algunos) duermen en la cárcel.
Así es Puigdemont: un provocador con licencia para mentir: la primera vez que fue elegido presidente, prometió que no volvería a presentarse; cuando se presentó a las últimas elecciones, juró que si era elegido volvería a Barcelona; aseguró que sólo se presentaría a las europeas si era el segundo de Junqueras. Y suma y sigue.
Se puede pensar que los servicios secretos de Mossos d’Esquadra han intentado colocar infiltrados entre los partidos rivales, especialmente en el PP. También en este caso el éxito parece haber acompañado a los responsables de estas actividades más o menos secretas. El PP camina hacia la nada con paso firme y decidido, dirigido por un muchachito, Pablo Casado, que, gracias a que no tenía que ir a clase porque se lo convalidaban todo, ha dispuesto de mucho tiempo para dedicarse a la conspiración, tal vez con la ayuda de los “Mortadelos” (como se conoce a los servicios más o menos de inteligencia de los Mossos).
Si Puigdemont ha destrozado al catalanismo de derechas, Casado está consiguiendo trocear el nacionalismo españolista de derechas, entregándolo a la ultraderecha.
Ambos, Puigdemont y Casado, hablan y actúan una y otra vez como el más extremista del grupo. Ambos defienden la tesis de que sólo les irán bien las cosas (a ellos) si la situación empeora al máximo. Ambos se dedican con denuedo (la dedicación exclusiva es otra de las características del agente provocador) a la labor de agitación y torpedeo. Ambos disparan contra cualquiera que pretenda un mínimo de diálogo y practican la política de tierra quemada.
Hace unos días, Puigdemont impuso que sus enrabietados fieles encabecen las listas a las elecciones del 28 de abril para que defiendan la consigna de que no hay nada que hablar con nadie. En la acera de enfrente, el otro agente provocador, Casado, lanza cada día una nueva soflama contra cualquier cosa que huela a convivencia.
Los dos tienen otra cosa en común: siempre han vivido del dinero público, de modo que si necesitaran ganarse la vida por méritos propios lo tendrían crudo. Salvo que se financiaran con fondos reservados. Un lugar al que nunca llegan los recortes.