Las redes sociales se han transformado en un sustantivo singular sobre el que se asienta la democratización de la maldad. Hay una trivialización de la violencia física y verbal. El anonimato en red fomenta una especie de regocijo para mostrarse o ser visto, aunque actuando habitualmente en la sombra. No se trata de entender al otro, sino de acusarlo o denigrarlo. Todo es posible y la justicia punitiva está presente. Las redes son un vivero de emociones primarias que se expanden sin control. El vínculo afectivo es lo único sustancial y la dicotomía amigo/enemigo lo preside todo. Sean las dos Españas, las dos Cataluñas o la dialéctica Cataluña/España. Internet nos ha hecho más agresivos o, tal vez, más tolerantes a la agresión en las discusiones políticas cotidianas. El linchamiento y el ciberacoso en red son una práctica social habitual, en donde el anonimato es un pilar fundamental de la cultura del debate. Silenciar al oponente intimidándolo permite ocupar el espacio. El empleo de activistas tiende a convertirse en un modo de acción colectiva en las redes sociales.
Tres días antes de las elecciones de octubre en Brasil, circuló un vídeo diciendo que el Partido del Trabajo distribuía en las guarderías un biberón cuya tetina tenía forma de pene, con sus correspondientes testículos. En dos días, tenía más de tres millones de visualizaciones. Se desmintió un día antes de la votación. Es un ejemplo más del uso de plataformas como WhatsApp y Facebook en la distribución de informaciones falsas o maliciosas para desprestigiar al adversario. Sin embargo, no hace falta ir tan lejos para encontrar casos en los que la libertad permite a alguien transformarse en un perfecto matón y a las redes sociales en promotoras de una violencia expresiva. La trivialización y la legitimación de la mentira se han apoderado del debate político. Siempre en detrimento de la democracia, a pesar del progreso tecnológico.
En apenas unos días de la pasada semana, el exdelegado del Gobierno, Enric Millo, la secretaria judicial, Montserrat del Toro, y el excomisario de Información de los Mossos, Manel Castellvi, han sido linchados en las redes por los independentistas tras declarar ante el Tribunal Supremo. El linchamiento y el ciberacoso de unos se ha confrontado a la pasividad de muchos otros. Tal vez el caso más llamativo sea el de la secretaria judicial que declaró sin mostrar el rostro por miedo a represalias. El miedo es una sensación de angustia correlacionada con la dimensión de la amenaza; en cualquier caso, el temor a hablar o decir lo que se piensa o cree es indignante, no solo intolerable. El silencio circundante del afectado se hace cómplice del agresor cuando se transforma en garantía de supervivencia.
Despreciada por los medios de comunicación tradicionales, la ultraderecha encontró en las redes sociales un espacio de refugio lejos de la censura. Al margen de casos recientes de uso de las redes sociales como Trump, Brexyt, Brasil o India, la difusión de bulos, la fachoesfera es un arma de intoxicación masiva. Da igual el rigor científico de la palabra. Ha surgido en Francia para designar el uso de herramientas informáticas como forma de acción colectiva, históricamente vinculado a la extrema derecha que ha hecho de internet su principal campo de batalla. Pero su campo de actuación se ha ampliado a otras causas y opciones políticas. Al amparo del anonimato, muchas veces, los cobardes pueden dar rienda suelta a sus impulsos, como si se tratase de un proceso de desinhibición que permite cazar en manada.
En estos tiempos de confusión, turbación y, por qué no, de indignación, en los que parece haberse sustituido el pensamiento por el postureo, me permito recomendar la lectura de “Historia de un alemán” de Sebastian Haffner, un libro fundamental por su crudeza y sencillez para comprender el periodo de entreguerras, el ascenso y asentamiento del nazismo. Crónica agobiante del impacto en la dimensión privada de los acontecimientos ajenos a la voluntad propia que suceden alrededor, permite entender la trascendencia del silencio cómplice ante el abuso y la sevicia. El nazismo fue posible gracias a una renuncia expresiva que comportaba silencio. Haffner abandonó Alemania cuando creyó que su país había simplemente desaparecido para siempre. Se fue a Londres en 1938.
Tener la libertad de mentir es disponer de poder para transformar la realidad. Los formatos de difusión de las ideas son cada vez más refractarios al pensamiento elaborado. La renuncia a la argumentación, al debate, a la reflexión, a sumar y convencer, su sustitución por un fundamentalismo discursivo es la renuncia a la libertad, la democracia y la política misma. No puede ser, es indignante que alguien sienta miedo a hablar. Hannah Arendt dejó dicho que una de las características del fascismo es la indiferencia hacia los argumentos de los adversarios, la renuncia a refutar argumentos políticos opuestos. Hoy por hoy, parece que la interacción en las redes empobrece el debate político y la democracia, al impedir el intercambio real de opiniones.