Solo los sectores más reaccionarios de la sociedad y de la política pueden estar en contra del feminismo, una causa justa que, eso sí, debería evitar la santificación de las mujeres por el mero hecho de serlo. Como todos sabemos, la maldad y la estupidez --por no hablar de la mezcla de ambos conceptos, tan extendida como letal-- son de las pocas cosas que están democráticamente repartidas en este mundo entre hombres y mujeres. El feminismo no es una excepción y en ese colectivo conviven las personas razonables con las fanáticas émulas de Valerie Solanas que detestan a los hombres y con las escaladoras sociales que copan los departamentos de estudios de género de las universidades, convenientemente empachadas de textos de Judith Butler. Como ha sucedido antes en el cristianismo y en el comunismo, una cosa es una idea brillante y necesaria y otra, su aplicación, con la que todo creyente hace lo que buena o malamente puede. Lo más difícil, como siempre, es mantener la lucidez, un don que nunca ha hecho feliz a nadie, pero que te permite afirmar tranquilamente que Harvey Weinstein era un sujeto despreciable, pero que Asia Argento es una mujer tóxica y oportunista.
Las manifestaciones feministas del pasado viernes en España tenían su razón de ser, pese a un cierto tono pueril que se ponía de relieve en todas esas pancartas supuestamente ingeniosas en las que aparecía el término “chocho” y en la abundancia de adolescentes que no han tenido tiempo de sufrir el machismo, pero encuentran más cool sumarse a la mani que ir a clase: nada que objetar, pues de la misma manera que la principal obligación de un preso es fugarse, la prioridad de un estudiante es hacer novillos, a ser posible, con una coartada chachi.
Lo más sorprendente de la convocatoria fue el aparente consenso de todos los partidos políticos a la hora de apoyarla. Bueno, el PP hizo su propia celebración para demostrar que el empoderamiento no es una exclusiva de la izquierda. Y Vox se ausentó de la fiesta, pero no intentó aguarla. Para ser tan de derechas, me están decepcionando un poco. ¿Tanto les costaba enviar a algunos trogloditas del partido con pancartas que pusieran ¡VIVA EL VINO Y LAS MUJERES! o ¡A FREGAR, GUARRAS!? Me hubiese conformado con una furgoneta desde la que Arévalo, megáfono en mano, fuese contando chistes de mariquitas y de gangosos, pero ni eso. Debieron quedarse ladrando su rencor por las esquinas, que decía el estadista Aznar.
Todos los demás partidos, a muerte con el feminismo. Aparentemente. Llámenme suspicaz, pero tengo la impresión de que tanto entusiasmo ante la ola feminista se basa más en el deseo de que no les engulla que en aportar algo sustancioso a la causa. La solidaridad es gratis y te hace quedar bien. Total, solo es un día al año, y hay que pechar con él como se lleva haciendo hace tiempo con el Día del Orgullo Gay. El mero hecho de dedicarle un día concreto a algo es una prueba de lo poco que nos importa ese algo el resto del año. ¿Verdad que no se celebra el Día del Hombre Heterosexual o el Día del Fútbol? Si entre una fecha señalada y la siguiente se han incrementado las violaciones y asesinatos de mujeres o las palizas a homosexuales, a mí que me registren, sugieren nuestros políticos, que yo ya participé en la mani feminista y hasta me subí a una carroza gay luciendo un bonito tanga de leopardo.
Al sector más lúcido del feminismo le queda una tarea ingente por delante para esquivar el folklorismo progre que ya incluye a los gays o a los preocupados por un cambio climático que solo puede negar un cebollo como Trump (lo primero de todo, eliminar las batucadas). Y para hacer limpieza en sus propias filas de los oportunistas, los mediocres, los incoherentes y los fanáticos que ya se han colado previamente en todas las iniciativas nobles que en este mundo han sido.