Nunca fue tan cierto el adagio platónico según el cual “la locura es superior a la temperatura”. En esa locura creativa se movió el ingeniero de Caminos Pere Duran Farell, el hombre que abrió los ojos de España con el aprovisionamiento eléctrico sucesivo de las centrales hidráulicas del Pirineo y los ciclos combinados del gas natural. Ambas fuentes habían sido dejadas de lado por la obsesiva y costosísima concentración de hulla en Asturias y del petróleo procedente del Golfo Pérsico. Hoy, el gas natural vertebra el mapa de generación con un buen número de centrales vinculadas a los puertos que reciben barcos con gas licuado y que están conectados al gasoducto del Magreb, con origen en los yacimientos de Argelia.
En los años setenta, Europa conoció la primera crisis del petróleo y de inmediato encontró remedios, siguiendo el modelo francés dotado del mayor cinturón nuclear del planeta. De Gaulle, George-Picot y Servan-Schreiber lideraron el debate sobre las fuentes alternativas de suministro en paralelo al fin del proceso de descolonización de Argelia. La transmisión del saber se impregna con el tiempo, pero en muchos casos la puesta en práctica resta mordiente a las primeras ideas. Duran Farell supo que tenía prisa por encontrar las fuentes del suministro que abrirían el sur de Europa, cuando ya los alemanes utilizaban gas siberiano y los los ingleses controlaban los yacimiento del Mar del Norte. Una economía sin energía primaria es como una civilización sin mito. Encaramado en la presidencia de Catalana de Gas (embrión de Gas Natural), el ingeniero inició su camino al encuentro de la Argelia de Bumedian y Ben Bella, líderes de una revolución laica entroncada con el Líbano de Kamal Jumblatt, con la Libia de Muamar El Gadafi y con el Egipto de Nasser.
La nación árabe nadaba en mares de energía fósil. España es un país absolutamente dependiente del exterior en materia energética y los puertos del Mediterráneo, Barcelona, Tarragona o Cartagena, podían establecer puentes con los países productores. Cuando los primeros barcos metaneros procedentes de la Sonatrach argelina entraron en los andenes de Barcelona se escribía el último capítulo de Bandung, la conferencia de líderes, como Castro, Nasser y Nehru, forjadores de la “tercera vía” en medio de la política bloques y de sus gendarmes regionales. La OPEP encarecía el crudo a base de restringir la oferta y, en su lugar, el gas natural era la mejor alternativa. Catalana de Gas levantó una planta regasificadora en el puerto, mientras tejía el mapa catalán de redes.
En pocos años Cataluña estaba gasificada, mientras que, en el resto de la península, primaba el butano. El gas natural empezaba su actual hegemonía y Barcelona vestía las galas de una futura olimpiada, cuando celebró el centenario de la primera Exposición Universal. El alcalde Maragall nombró a Duran comisionado de los festejos y el ingeniero sorprendió al auditorio con la idea de que el mundo solo progresa a base de “bogerías enraonadas” (locuras envueltas en la razón), como única forma de avanzar, aplicando la liturgia del buen trato. El cómo vencía al qué; la estética nos podía una vez más; y, pocos años más tarde, el Estado nacionalizaba la planta de regasificación y la antigua distribuidora se convertía en Gas Natural, una empresa participada por Repsol y La Caixa.
La refundación del gas obligó a Duran a mantener un equilibrio Madrid-Barcelona que con el tiempo acabaría siendo ganador. El ingeniero había concentrado las dos empresas energéticas que lideraba Hidruña (Hidroeléctrica de Cataluña) y Catalana de Gas (Gas Natural) en el seno de Corporación Industrial, con la presencia de Banco Urquijo como brazo financiero. Era un modo de mantener en alza las aspiraciones del modelo de banca industrial, en el que el factótum del Urquijo, Juan Lladó, confiaba ciegamente, tras haberse cruzado con la trayectoria de Duran. El financiero y el ingeniero catalán se habían conocido años antes en el Ministerio de Industria de López Rodó, cuando el Instituto Nacional de Industria (INI) era ya un cadáver exquisito en la despensa del Patrimonio del Estado. Allí pusieron en marcha su sueño de promover un banco con participaciones empresariales, destinado a reconvertir la usura de la vieja banca española --el Banesto de la nobleza, el Hispano de ultramar, el Bilbao del hierro y el Popular del Opus Dei-- y apostar por el sentido del riesgo que pedía la Europa de entonces. Nunca les atemorizó el apalancamiento en operaciones novedosas, pero no consiguieron superar el rigor de sus altísimos pasivos en un mercado financiero estrecho.
Corporación Industrial se cayó después del estallido de las compañías eléctricas, Hidruña entre ellas, que habían acometido inversiones altísimas en la construcción de centrales nucleares. Durante la última década del siglo pasado, el sector eléctrico español atravesó una cadena de quiebras técnicas y la subsiguiente gran concentración de capital, hasta quedar en pie Endesa e Iberdrola. Poco después, aquel duopolio se hizo triopolio, con la inclusión de Gas Natural Fenosa (la actual Naturgy) en lo más alto.
Los noventas fueron años de aspiración y reencuentro. La Comunidad Económica Europea inició su salto por convertirse en UE de la mano de Jacques Delors, entonces presidente de la Comisión. Sonaban de nuevo los tambores de la institucionalización mundial de la economía. El Club de Roma había dado el primer paso lanzando su celebrado documento The Limits to Growth (Los límites del crecimiento) en línea con la Comisión Trilateral fundada por David Rockefeller, accionista del Chase Manhattan y filántropo. La Trilateral fue la red de hombres de negocios, estrategas y expolíticos con capacidad para “inventar el futuro”, como ellos mismo se anunciaban. No eran los liberales de la Mont Pelerin, que arroparon a Hayek, ni los sabios alemanes de los Siete Institutos, expertos en desvelar incertidumbres; tampoco un think tank. La Trilateral fue una sombra de inteligencia y poder, más aparente que real, y entre sus miembros españoles destacaron Claudio Boada, Trias Fargas, Alfonso Osorio, Pedro Schwartz, Carlos March (nieto de Juan March) y Herrero de Miñón.
En el Club de Roma participó activamente Duran Farell y la Trilateral tuvo de inspirador en España a Carlos Ferrer Salat. Duran y Ferrer Salat (fundador de la CEOE y del Cercle d'Economia) expresaron dos formas divergentes de implicarse en el devenir de la economía y de la apertura europeísta en los años de la Transición. El ingeniero fue un humanista afrancesado, mientras que el empresario farmacológico defendió las posiciones del liberalismo anglosajón. La relación entre ambos se enturbió en la empresa Enclavamientos y Señales, un proyecto ganador marcado por aplicaciones tecnológicas avanzadas, en el que participaron Josep Vilarasau (expresidente de La Caixa), Gabriel Ferrater (exrector de la Politécnica), Albert Folch o el exalcalde Enric Masó. La entrada de la Corporación Industrial de Duran en el capital de la compañía pudo causar una perjuicio patrimonial a la sociedad, que solo consiguió ponerse de nuevo en pie gracias a una ampliación de capital cubierta por Ferrer Salat. En un abrupto consejo de administración, que trascendió durante mucho tiempo en la Barcelona de los negocios, el empresario de laboratorios acusó a Duran Farell de haber escondido pérdidas y de haber contaminado Enclavamientos entrando en la sociedad como un caballo de Troya. Era el peaje de las prisas que imponen los bancos que financian empresas en los momentos de caída. A menudo, la aventura de la inversión es la razón que engendra monstruos.