Hay quien piensa que quitándose la corbata, dejando a todo el mundo sin despacho, colocando un futbolín y decorando las salas de trabajo de manera infantiloide ya ha realizado la transformación digital de su empresa... ¡eso es ahorrar!.
Pues no, el hábito no hace al monje, y el ir sin corbata no te convierte en digital. Muchas grandes empresas copian la forma de las start ups y con eso y algún informe de un consultor, cuanto más caro mejor, ya creen que han cambiado la cultura de su empresa.
Vivimos en un momento de cambio de paradigma donde la tecnología está más presente y accesible que nunca. El smartphone ya es una extensión de nosotros y nos hemos acostumbrado a ser multitarea. Vemos la televisión, paseamos y hasta comemos mirando el móvil. Buscamos información, pero también buscamos aislamiento e introspección.
Estamos muy comunicados con personas que no están presentes, pero cada vez más aislados con quienes nos rodean. El llevar en nuestro bolsillo un ordenador más potente que el que guió al hombre a la luna ha hecho que hoy seamos diferentes que antes de tener acceso a este artefacto. Y todo eso tiene un claro impacto en la manera en que compramos, trabajamos o nos divertimos.
Ese entorno ha llevado a muchas empresas a tener que adaptarse, cuando no reinventarse, porque la accesibilidad a la tecnología ha facilitado el nacimiento de nuevos modelos de negocio. Facebook, Google, Amazon, Uber, Airbnb, Wallapop no existirían sin la hiperconectividad y la tremenda capacidad de cálculo que gozamos hoy. Y sin duda estas, y otras empresas, son “culpables” de transformaciones estructurales en el mundo de la publicidad, la venta al por menor, el transporte de pasajeros, el alquiler turístico, y qué decir (desde un digital) de cómo la tecnología ha cambiado el mundo de los medios de comunicación. Muchas empresas tienen que transformarse porque su entorno competitivo ha cambiado radicalmente, otras porque pueden ser mucho más eficientes tanto en procesos internos como en su acceso al mercado y todas porque sus clientes han cambiado sus hábitos, su comportamiento y, en realidad, ellos mismos como persona.
Lo malo es que algunas empresas se han quedado más con la forma que con las necesidades reales del cambio. Si uno visita cualquier start up “de verdad” del Pier 01 se encuentra con equipos pequeños y jóvenes en entornos informales (muy cuidados estéticamente, eso sí). Ahí es normal que todo se decida instantáneamente entre todos porque son pocos los afectados y el que más manda, el fundador, está siempre presente en las decisiones. Pero cuando se traslada esa filosofía a las grandes empresas nos dejamos cosas por el camino. En un entorno regulado, por ejemplo, los nuevos productos tienen que pasar necesariamente por diversos procesos y comités formales. Por lo tanto, no pueden ir de un equipo de trabajo al mercado directamente, simplemente porque regulatoriamente es imposible.
Cada nueva técnica de gestión genera escenarios maximalistas que suelen implicar sobrecostes. La transformación digital, como buena moda del management, no está exenta de charlatanes del oeste que venden crecepelo. Hay mucho consultor que se queda en la superficie y, lo que parece más increíble, mucha empresa que paga por unos servicios en los que casi nadie cree, porque pocas veces se realiza un estudio realista de la necesidad y profundidad del cambio. Pero ser estéticamente digital está de moda, tanto que hay ejecutivos que se gastan un dineral en un traje a medida para luego ir sin corbata en un look que muchas veces se asemeja más a un invitado perjudicado al terminar una boda que alguien que lidera el cambio de la realidad de su empresa.
Vendrá una crisis no dentro de mucho, habrá recortes y, como siempre, lo superfluo se abandonará y solo quedarán las inversiones con sentido.