Uno de los mantras que el independentismo y sus colaboradores están extendiendo es que los españoles no tienen la oportunidad de seguir la retransmisión del juicio en un canal de televisión que no sea TV3. Hasta un conocido periodista catalán ha publicado un tuit para pedir disculpas, después de repetir esa falsedad en una tertulia prime time. Esto, como dice a menudo el abogado defensor Javier Melero, “tiene su interés”.
Es cierto que todo depende de la jornada laboral de cada persona. Pero, cualquier español que lo desee --o pueda-- dispone de una emisión en directo en el canal 24h para seguir el desarrollo del juicio, además de poder hacerlo vía web del Tribunal Supremo o de algunos medios digitales. Es de agradecer el interés que los separatistas, soberanistas y demás cohorte han mostrado por los españoles aborregados, víctimas de la manipulación del malvado Estado Español.
Cuando se anunció que el juicio iba a ser retransmitido en directo, surgió la crítica de que esta iniciativa parecía ser una consecuencia directa de otro mantra nacionalista: las graves insuficiencias del sistema judicial español, rebosante de franquistas e imparciales magistrados. Si era o no efecto de ese mantra, en estos momentos ya da lo mismo. El éxito mediático del juicio está siendo tan extraordinario que ha empezado a preocupar hasta a los directivos de Netflix. Pero, las dudas que pudieran existir sobre el Tribunal Supremo se están disipando gracias al admirable trabajo del presidente de la sala. Algunos de los recordatorios que, con paciencia infinita, Manuel Marchena hace a los fiscales y a los abogados de parte y parte son un material de gran valor didáctico para un estudiante de Derecho y para cualquier ciudadano profano en la materia.
Si el movimiento independentista pretendía que, con la emisión en directo, se podía desacreditar al Tribunal Supremo y a la justicia española, se han equivocado. Tal es su fracaso que en la retransmisión de TV3 se habilita --de tanto en tanto-- un tercio lateral de la pantalla con el rótulo de Reaccions. En Cataluña quizás se esté acostumbrado a esta descarada manipulación y censura de la información, pero para un españolito de más allá del Ebro causa sonrojo y vergüenza ajena cómo se van insertando tuits de personajes del teatro indepe. Con ellos se alienta incumplir la sentencia --la dan por escrita de antemano---, o recuerdan el volveré, volveré de Torrent. Ya se sabe: cree el ladrón que todos son de su condición.
La retransmisión en directo es muy útil para contemplar la formación de los abogados defensores, tanto por su deficiente conocimiento de la ley de enjuiciamiento criminal como por las dudosas maneras de interrogar a los testigos, en ocasiones adornadas con sonrisillas irónicas. La excepción es Javier Melero. Sus interrogatorios a las ex autoridades políticas han sido memorables, incómodos para unos y otros, incluso en algunos momentos ha parecido que el abogado era el acorralado, con evidentes signos de agotamiento y hasta de desesperación.
En la declaración del ex secretario de Estado de Seguridad, José Antonio Nieto, Melero comentó: “llegó a tener conocimiento de una cifra de civiles heridos, alrededor de los 800, contando que la mitad sean unos embusteros compulsivos vamos a dejarlo en unos 400”. Por la seriedad del juicio descartemos el sarcasmo, y subrayemos su contundente calificación de mentirosos, extensible proporcionalmente a la mitad del independentismo o a la mitad de los votantes del 1-O. La conclusión podría ser demoledora: el procés, el referéndum y la declaración de independencia fueron una farsa premeditada, tanto para los sujetos agentes como para la mitad de los pacientes. Luego la mentira compulsiva demostraría que no hubo rebelión, ni sedición, ni desobediencia, solo teatro, aunque una mitad ingenua del separatismo se creyese el mantra del mandato y la declaración de independencia.
En realidad, el gran reto de Melero es demostrar al tribunal que, durante septiembre y octubre de 2017, los líderes independentistas solo pretendieron cortar la cola al perro. Cuentan que el general ateniense Alcibíades, nieto de Pericles y discípulo de Sócrates, ordenó cortar la cola a su hermosísimo perro. Todos, amigos y enemigos, calificaron de absurdo ese gesto, hasta que el general contó --solo a sus amigos-- que ese era su objetivo, que los enemigos hablasen de la cola de su perro y no de su acción de gobierno. Es posible que Melero consiga convencer que esa fue la intención de los encausados. Quizás lo logre, aunque me temo que con la ayuda del resto de la defensa es harto imposible. La ineptitud y la mentira también se retransmite en directo.