Al morir José Pedro Pérez-Llorca nos damos cuenta de que Andreotti no era exacto cuando decía que en la política "manca finezza". Muy al contrario, fallecido en coincidencia simétrica con los cuarenta años de la Constitución, Pérez-Llorca --uno de los siete padres de la Carta Magna-- viene a ser un paradigma de finezza, como ministro de exteriores, ponente constitucional y estratega parlamentario de tanta astucia y estilo que fue equiparada a la ágil destreza del zorro plateado y así se le apodó, con afecto y respeto. Con la muerte de José Pedro Pérez-Llorca lo que sí constatamos es la diferencia, en gradación de finezza, entre lo que va de la Transición Democrática a la España de Rufián y los banquillos del Tribunal Supremo.
Llevaba los galones dorados de personaje de la Ilustración, dúctil ya la vez capaz de simular su pensamiento en beneficio de la razón de Estado. En una larga conversación en el AVE por tierras andaluzas, cuando todavía no estaba claro que el procés iba a tener la dimensión infausta que ha tenido, la idea de España que le oí explicar apasionadamente --como en otras ocasiones-- era de una dolida perplejidad por la deslealtad constitucional de los nacionalismos catalán y vasco cuyas reivindicaciones habían sido auténticamente integradas en la Constitución de 1978. Al gaditano Pérez-Llorca eso le dolía moralmente e incluso, me atrevo a decir, existencialmente. Aunque no perdía la esperanza en la convivencia hispánica, noté que en el fondo veía con fatalismo la evolución del soberanismo catalán. Si en parte entonces le contradije cordialmente, hoy aún todavía más admiro su serenidad, transigencia, sagesse y sentido histórico.
Las lecciones del zorro plateado, suaves y a la vez tan sólidas, se hacen eco magistral en la memoria de quienes compartieron con él la época dorada y azarosa de la UCD y su lúcida exposición de las conexiones entre los comportamientos de la naturaleza humana y la gran política. Ya parece olvidado que, gobernando Leopoldo Calvo-Sotelo, Pérez-Llorca pilotó el ingreso de España en la OTAN, en la que todavía estamos a pesar de los inmediatos vaivenes del PSOE. Los años le habían dado corpulencia pero eso no le hacía menos hábil en el pugilato intelectual, siempre siguiendo --digamos-- las normas del marqués de Queensbury, en decir, las formas de civilización posible en un mundo hobbesiano. En la confianza de la conversación, desvinculado de la cautela diplomática, el zorro plateado relataba toda su peripecia política con un estilismo de ironías sutiles y la recámara de quien ha visto muchas --demasiadas-- cosas y sabe que comprender es perdonar. Le escuchábamos como si estuviésemos de tertulia vivaz con uno de aquellos ilustrados gaditanos que participaron en las Cortes de Cádiz y abrieron las puertas al Estado liberal.