Que tostón de semana. Cuánto directivo con ganas de gastar dinero, cuanta ocupación hotelera, cuantos taxis llenos arriba y abajo, cuantos restaurantes doblando mesas. Menos mal que el contrato del Mobile World expira en 2023 y con pocos esfuerzos más lograremos que no se renueve. Claro que un tal Hoffman parece empeñado en seguir aquí, a este paso se merecerá un escrache.
Tal que así parecen pensar quienes nos malgobiernan. Tenemos un tesoro entre las manos al que no dejamos de maltratar. Este año huelga de metro, horarios comerciales una vez más de espalda a la realidad, sindicatos de mossos alertando a los asistentes de la falta de medios para protegerles, visitantes y expositores obsequiados con octavillas en las que se les habla de una España de la Inquisición, Uber (temporalmente) aniquilado, manifestantes, pocos y mal organizados, amenizando los prolegómenos de la cena inaugural y, sobre todo, unos gobernantes que por haber manoseado tanto la palabra no saben a lo que les obliga la dignidad de sus cargos. ¿Cuesta tanto ser mínimamente educado y, sobre todo, saber estar? Nadie habla del mundo de las ideas, faltaría más, pero usar un escaparate mundial para un discurso pueblerino más que local y buscar ser noticia por las ausencias y desplantes es de traca. Si esta es la mejor idea que tienen para que el mundo nos mire vamos arreglados.
El MWC es un evento mundial con muy pocos referentes en cualquier sector. Aunque dura solo cuatro días al año los preparativos y la infraestructura es enorme para acoger a 2.500 expositores, 350 conferenciantes, más de 100.000 visitantes de 50 países o más, incluidos 5.500 Presidentes y CEOs de las principales compañías relacionadas con la telefonía del mundo. Dicen que aporta más de 500 millones a la ciudad y crea 15.000 puestos de trabajo eventuales, pocos parecen. Además, genera casi el 40% de los ingresos de la Fira. Pero también convierten a esta ciudad en un referente europeo en la innovación y es en gran parte culpable de la proliferación de start ups y de centros de cocreación como el Pier 01.
Desde que Jordi Hereu convenció al GSMA a probar Barcelona nos hemos encargado de hacerles la vida difícil casi desde la primera edición de 2006. Pero como cada año ha habido un show, probablemente ya están curados de espanto y para muchos es parte del espectáculo a falta de funciones especiales en el Liceu o entradas reservadas para los asistentes al Barça y al Espanyol; cuando no hay huelga de taxis, la tenemos de metro y si no manifestación al canto. Y parte del paisaje ya son los discursos localistas de quienes debieran representarnos a todos, no solo a unos cuantos. Hablar de los ausentes a un ejecutivo de Singapur le puede parecer melancólico, pues carece del contexto para entender lo que se quiere revindicar, pero lo mejor es la pregunta que me hizo un asistente asiático a la cena respecto a si nuestra alcaldesa era del partido de Trump tras referirse a la bondad de los valores republicanos. De tanto mirarnos el ombligo creemos que la pelusilla que ya crece en él es la tierra prometida.
Escuchando a nuestros próceres me venían a la memoria dos discursos del president Pujol que tuve oportunidad de escuchar, uno en alemán y otro en italiano, buscando complicidades con empresarios de dichas nacionalidades. No creo que nadie dude del nacionalismo del president, pero él sí sabía estar. Como sabía estar Pasqual Maragall haciendo de esta ciudad lo que es hoy. Porque ponían los intereses de los ciudadanos por delante de sus creencias. Las ausencias esta semana en la entrega del Premio a la Trayectoria empresarial a Mariano Puig, o en setiembre pasado el acto a favor del Corredor del Mediterráneo son otros ejemplos de lo poco que interesan los intereses de los ciudadanos a nuestros actuales gobernantes. Viendo donde estamos llego a dudar que yo escuchase al President Pujol hablar en alemán. Tal vez estuviese presenciando una película rusa muda...
No queda demasiado para que venza el contrato y su renovación es muy difícil. Para empezar, porque muchos países desean un evento como éste. Esta feria en Dubai, por ejemplo, sería espectacular, con vuelos mucho más cómodos para la mayoría de asistentes y sin conflictos de ninguna clase. Y si no fuese Dubai podría ser Cannes, Frankfurt o las Vegas, por no pensar en Singapur o Shanghái. Pero también porque más de un directivo comienza a estar cansado de una ciudad que muestra su cara menos amable y, además, cada vez es más cara, menos limpia y más insegura. Únicamente la tozudez de John Hoffman, solo comparable a la de Enrique Lacalle en su defensa del Salón del Automóvil o del BCN meeting point, puede salvar un evento. Dudo que Hoffman o Lacalle tengan algún día el reconocimiento que se merecen. No hay más que ver cómo se borró el nombre de Juan Antonio Samaranch de la estatua sobre los Juegos del 92 del patio del ayuntamiento.