No crean que van a leer un artículo político --aparentemente lo es--, sino una sesión de diván que habla a un psicoanalista sin salir de casa. Desde mi ventanal, por el que pasa la vida a la velocidad del sonido. Viajo gratis y entretenido.
Como estamos en la semana de dos clásicos en el Santiago Bernabéu, la metáfora del Real Madrid-Barça es exacta de lo que depara el enfrentamiento que no es, como dice la banda de Torra, entre España y Cataluña, sino entre constitucionalistas versus indepes.
No voy a utilizar el apócope separata, porque molesta a los separatistas. Yo no lo veo así porque, como viví los estertores del franquismo, me producía dolor que los franquistas emplearan esa palabra como una metralleta para disparar, desde su trinchera, contra todos catalanistas: los socialistas, comunistas, de UDC, de CDC o ERC, que eran los auténticos separatistas.
La palabra separatista la asocio al franquismo, y por eso se me ocurrió, sin ningún aroma despectivo como llamo fascista a los seguidores de Mussolini, nazis a los de Hitler o soviéticos a los de Stalin. Pero no a los franquistas. Igual que tampoco se me ocurre llamar racista a Quim Torra, como le llamó el guapo Pedro Sánchez, a un mes de la moción de censura.
El combate dialéctico entre los bandos ni siquiera es ideológico o político, sino emocional, como los dos partidos que veremos esta noche y el domingo. La crónica futbolística será radicalmente distinta si el lector es de Marca, As, Mundo Deportivo o Sport. Los periodistas, y todo bicho viviente, conocen a sus lectores. Sólo los locos echan piedras a su tejado.
El debate de la política catalana no existe, ni existirá, porque los sordos son como las paredes: ni hablan ni escuchan, pero se mojan y acaloran porque no están en una torre de marfil sino en la puta calle, en el humus ambiental.
Es ingenuo quien piense convencer al otro. La política en Cataluña desde el 2012 es un Real Madrid-Barça permanente que no se rige con palabras, sino con cojones: a ver quién la tiene más larga y para cojones, los de España, de aquí a Lima.
No temo por la unidad de España, quien lo sueña o teme no vive en la Tierra, sino que duerme en la luna de Valencia, o en Waterloo. Pero me cabrea dar tanto la matraca.