Pobre Pau Casals. Si llega a saber que un día sería utilizado como prueba irrefutable de que, puesto que él era catalán, ningún catalán puede ser violento, a buenas horas se habría dedicado a tocar el violoncelo. El pobre hombre, que además de ser un grandísimo artista tenía más inteligencia en la uña del meñique que todos los líderes del procés juntos, se habría dedicado a las maracas, instrumento menos complicado y, a poco que ponga uno de su parte, ofrece la oportunidad de yacer con una bailarina mulata de la orquesta. Si el precio de ser el mejor violoncelista de la historia es tener que removerse a en la tumba cada vez que un ignorante usa tu nombre en vano, no sale a cuenta. No por lo menos si eres catalán, ya que entonces es seguro que no pasará semana sin que ello ocurra y te entren ganas de salir del sepulcro para correr a guantazos a algún impresentable. Que uno puede ser muy delicado blandiendo el arco para interpretar El cant dels ocells, pero la tontería acaba poniendo violento a cualquiera, Pau Casals incluído.
Cuando uno muere, espera descansar en paz, que eso es lo que siempre se ha dicho. Y claro, uno sobrevive como puede en este valle de lágrimas convencido de que por lo menos después de muerto le van a dejar así, en paz. Pues no. Ni 46 años criando malvas le sirven a Casals para que le dejen tranquilo. Si se le mencionara para destacar su virtuosismo musical, pues mira, la cosa tendría un pase y seguro que el tipo, allá donde esté, lo disculparía, quizá incluso le henchiría una pizca el orgullo, si es que esas cosas se llevan en el más allá. El problema es que quienes se ponen en la boca al gran músico no distinguen un violoncelo de una guitarra, y lo usan a conveniencia, sea para defenderse en un juicio, para echar unas risas en el bar del Parlament o para remarcar lo grande que es Cataluña, que tampoco andamos muy sobrados de grandes hombres, por lo menos hasta que las tesis que catalanizan a los Colón, Cervantes, Lope de Vega y Leonardo da Vinci, sean aceptadas en la comunidad científica internacional.
El último ha sido Turull. Turull, por si alguien no lo recuerda -cosa más que probable si usted, amable lector, no es su hijo o su señora, y aún en este caso es posible que persona tan gris no le suene ni remotamente- era el conseller de Presidencia, además de -cito textualmente lo que tan a menudo se decía de él- "un hombre de partido", cualidad ésta que en Cataluña y en España tiene exactamente el mismo sinificado: "no te fíes jamás de este hombre". Y este hombre, éste es su nivel, es quien se refugia tras el violoncelo del gran Casals, cosa que por cierto podría llevar a cabo incluso literalmente sin que nadie le descubriera.
Se diría que la estrategia de los acusados, para refutar la violencia de la que se les acusa, es esencialmente musical. La música amansa a las fieras, y así deben ver ellos a los magistrados, con puñetas semejando garras. Un día aparece Junqueras preguntando retóricamente al tribunal cómo puede una multitud ser violenta si canta el Virolai -canción religiosa en honor de la Virgen de Montserrat- , y al siguiente Turull refuerza la teoría del pacifismo en clave de sol, recordando que todos los catalanes venimos a ser descendientes del gran Pau Casals, que no mató jamás una mosca. Lo cual viene a ser como si Rajoy, que debe declarar dentro de unos días ante el mismo tribunal, pregunta a los magistrados cómo se le va a resistir mujer alguna, si es gallego como Julio Iglesias.