¡Queda inaugurado este pantano! Electoral, pero pantano. Vamos a un proceso electoral a doble vuelta a la española al que no tenemos ni pajolera idea de cómo se adaptará el electorado, si habrá o no corrección de voto en la segunda (municipales, autonómicas y europeas) en función del resultado de la primera (generales), si procede y quedan ganas. Carecemos de experiencia alguna al respecto. Lo más parecido ocurrió hace cuatro décadas, en 1979. Entonces, el hambre de urnas, tras cuarenta años de dictadura, pareció quedar ahíta en la primera vuelta: la participación fue del 68% en las generales y del 62,5 en las municipales un mes después. Algún experto en demoscopia ya ha apuntado que parece que se buscase ahora una alta abstención. Apuesta arriesgada, sin duda, aunque algunos detalles parece que apunten en esa dirección.
Tres meses de campaña son muchos: toda una Cuaresma, tiempo de ayuno y penitencia, para las generales y parte de la Pascua, época de alegría y exaltación, para las municipales y autonómicas. En las circunstancias presentes, da la impresión de que las europeas fuese un voto esperpéntico. Lo evidente es que empieza la campaña cuando se acaban los carnavales (que casualidad), aunque oficialmente comenzará en plena Semana Santa. Pero hay que tener en cuenta que, en la última semana oficial, el lunes es festivo en Cataluña, Castilla la Mancha, Euskadi, Baleares, Comunidad Valenciana, Cantabria, Navarra y la Rioja; y con vacaciones escolares en las cinco últimas. Además, el martes, es también festivo en Aragón, por su patrón San Jorge; y en Cataluña, como si lo fuese: Sant Jordi, la fiesta del libro y la rosa. Podría añadirse que en Sevilla estarán montando la Feria de Abril. En resumen: apenas tres días de campaña electoral. En el fondo, un detalle de agradecer para ahorrarnos toda una cantinela.
Tiempos inciertos, los presentes. ¿Andaremos todo el día a vueltas con la patria o se afrontará el estado del malestar y se discutirá de políticas sociales o de reducción de desigualdades? Los síntomas no son halagüeños. Según a quien se escuche, el pasado domingo, toda España estaba en la plaza de Colón de Madrid; el sábado, toda Cataluña en la Gran Vía de Barcelona; el Presidente del Gobierno pasea por las Españas con la foto de las tres derechas al hombro cual penitente.
Sin embargo, nos podemos encontrar con un curioso hecho diferencial: que mientras en Cataluña asistamos a un debate soberanista, en el resto de España vivamos una pugna sobre el modelo de Estado al grito de ¡que viene el lobo! --la derecha, claro-- o bien al de ¡que nos rompen España! --la izquierda, por supuesto. El conflicto de Cataluña ha contaminado todo el debate político. Que nadie crea que el tema quedará orillado. Es mejor no confundir las bombillas con la Feria: suponiendo, como apuntan algunos optimistas irreductibles, que el proces estuviese moribundo, es evidente que el funeral sería largo. Por más que salten las ranas cuando se tira la piedra a la charca, los batracios acaban volviendo al agua. El debate izquierda-derecha está diluido en estos pagos por el de indepedentistas-unionistas. Sin que ello quiera decir mecánicamente que los primeros son de izquierda y los segundos de derecha. Es difícil saber cuál es ahora el peso de la ideología en la inclinación del voto, cuando lo que parece estar en juego es el poder y colocar a los propios, mucho más que la gestión de las cosas.
Si a alguien ha pillado en pelotas el adelanto electoral, es a los partidos catalanes: en estos momentos, no se sabe a ciencia cierta quién será ninguno de los cabezas de lista para las Cortes. La confección de las listas electorales es siempre un dolor de cabeza para todas las formaciones. Los independentistas están en estado de movilización permanente, pero astillados. Oriol Junqueras proclama su amor a España, cual si hubiera superado la fase de enamoramiento, mientras Joaquim Torra pregona su propósito de atacarla donde sea necesario. Por su parte, Carles Puigdemont continúa en plena crisis de testosterona. Entre lo cursi y lo visceral, ¿estamos ante sensibilidades diversas o una misma caracterizada por una situación de ensimismamiento? Hace cuatro años, Ada Colau afirmaba que hay que recurrir a la desobediencia civil para ejercer la democracia: ¿colocará al frente de la lista de las generales a un indepe confeso que acabe de fundir a Podemos? Desde la Crida se pide ya una lista unitaria que, a modo de tótum revolútum, incluya a cuantos están por la autodeterminación, desde los Comunes hasta quien sea, la llamada lista de país para enfrentarse al Estado. Se puede leer como una muestra de debilidad o como manifestación de fuerza de arrastre. Decía Elías Canetti que “la masa jamás se siente satisfecha y, mientras le quede alguien por engullir, mostrará su apetito”. Y con una izquierda catatónica que parece navegar unas veces por el infantilismo de izquierdas y otras por el izquierdismo senil, es decir, que chochean, por más que se vistan con pantalón naranja.
Cataluña tiene cierta experiencia en el desdoblamiento electoral. Durante muchos años, los ciudadanos creían que CDC era mejor para gestionar lo propio y el PSOE lo general, uno ganaba las autonómicas y otro las generales. Pero nunca fueron tan seguidas las elecciones como para poder hablar de un sistema de doble vuelta. Ahora, es todo más complejo. Lo único seguro es que asistiremos atónitos a un absoluto mercadeo durante bastante tiempo, porque nadie se atreverá a pactar con nadie hasta que se sepa cómo repartir las cuotas de poder, es decir, superada la segunda vuelta del 26M. El problema es estar con un gobierno en funciones durante meses. Y que no haya que repetir las elecciones en otoño.