Existe una versión angelical del procés según la cual nunca hubo cristales rotos. De forma peculiarmente taimada, Oriol Junqueras ha proclamado su santa inocencia, a sabiendas de que queda una larga fase procesal con próximas aportaciones de datos y pruebas en abundancia. Esa proclama dio ánimos a los independentistas que siguen el proceso, a partir de la suposición de que irá desplazándose de los titulares hasta que llegue la hora de las sentencias. Para entonces habremos tenido elecciones generales y poco después municipales, autonómicas y europeas. Pero ya dijo Bernanos que, afortunadamente para los gobiernos, el público no tiene memoria. He aquí una app para el olvido: leída la declaración unilateral de independencia, Puigdemont pensó en echar el freno y convocar elecciones anticipadas, y es Junqueras –hoy contrito y seráfico- quien entonces fuerza la ruptura y la aplicación del 155. A posteriori, santifica sus propios actos e intenta reforzar la tendencia al alza de su partido, aunque las soflamas de su defensa no sean lo más indicado para una sentencia ajustada. ¿Inmolación o calculismo?
No es exacto que el gobierno de Pedro Sánchez sea el más breve de la democracia española porque durante la Segunda República los hubo más cortos, pero sí han sido ocho meses surgidos de la inestabilidad y forjados en la incertidumbre. Realmente, tiempo perdido. Un gobierno que ha extraviado a ministros por el camino y que, al sustentarse en unas alianzas parlamentarias tan arriesgadas, perdió el poder en Andalucía y topó de bruces con la teoría del relator. Sobre los residuos del gobierno Sánchez, PP, Cs y Vox van a disputarse un espacio, con dificultades para centrarlo. Tampoco el PSOE invita al centrismo después de su idilio con Podemos –hoy a la baja– y su excesiva obsequiosidad con el secesionismo en Cataluña. Una vez más el gobierno central ha caído en la trampa de dirigirse a Cataluña como si fuera una totalidad independentista y una vez más la rectificación ha llegado tarde.
En los escenarios postelectorales, lo único que va a tener importancia será sumar. Eso también ocurría en los tiempos –dignos de añoranza– del bipartidismo imperfecto, pero no con tantas piezas que encajar. Ese encaje tiene su tempo. Existe el precedente del gobierno de Rajoy en funciones. En Suecia las negociaciones para formar gobierno duraron cuatro meses y cinco en Alemania, pero las inestabilidades del vecino –véase Francia– consuelan poco. El tono de las municipales será distinto si ya hay o no gobierno. Parece inevitable que Sánchez sea el candidato socialista pero eso no mejora las perspectivas de un PSOE que, previamente a la campaña, habrá de lograr un férreo pacto interno para que se mantenga la unidad y la maquinaria electoral del socialismo no desfallezca. Como sabe Junqueras, también en las generales se disputa poder territorial. Todo indica que la política se está nutriendo de aquella inestabilidad que tanto incomoda y perjudica a los ciudadanos.