Ada Colau se ha salido con la suya y el ayuntamiento de Barcelona ha aprobado la unión del tranvía por la Diagonal, aunque sin fechas para el inicio de las obras, que se puede cargar el próximo alcalde si Ada no repite en el cargo. El apoyo de ERC ha sido fundamental para sacar adelante la iniciativa, aunque hasta no hace mucho, a los republicanos lo del tranvía les parecía una ocurrencia absurda y onerosa. Pero eso era entonces y ahora es ahora, como dicen los anglosajones, y secundar lo del tranvía es una buena manera de congraciarse con los comunes si hay que formar frente común para deshacerse de la competencia tras las próximas elecciones municipales. Por eso Ada y el Tete están a partir un piñón y se dedican al intercambio de cromos. ERC apoya lo que antes rechazaba --ante todo, coherencia republicana-- y Colau pone en duda la justicia española ante el inminente proceso a los amotinados del 1 de octubre y dice que se presentará en el juzgado de Madrid para vigilar que la cosa se desarrolla de la manera adecuada, aunque ella no es separatista, claro está, sino una figura de la nueva política que encuentra perfectamente compatible no ser independentista con votar que sí a la independencia.
Ada Colau no tiene ningunas ganas de abandonar el consistorio y volver a la universidad para acabar la carrera, por eso mide constantemente los apoyos con los que cuenta. Se acaba de ver en el conflicto de los taxis: ha visto que había más taxistas que conductores de Uber y Cabify y ha obrado en consecuencia: vengan los votos de los taxistas --que, además, gritan y molestan más-- y al carajo con los asalariados de las VTC: si de ella depende, habrá que pedir un Uber con tres meses de adelanto, como si se tratara de una compra de entradas para un musical de Broadway o de la reserva en un restaurante de moda.
Yo te apruebo lo del tranvía y tú te solidarizas con los amigos que tengo en el talego, ésa parece ser la propuesta del Tete Maragall, a la que Ada es evidente que ha accedido. Ambos detestan a Manuel Valls casi tanto como Valls los detesta a ellos (y lo que significan), así que hay que unirse para librarse del franchute que no aguanta ni a los comunes ni a los separatistas y los acusa de estar llevando Barcelona al desastre. Aunque Valls gane, la unión de Ada, el Tete y alguna tercera pata para el banco --la CUP, sin ir más lejos, o ese PSC que nunca se sabe si sube la escalera o la baja-- puede impedirle gobernar, pues las asociaciones de perdedores están a la orden del día en toda España. Se monta un tripartito supuestamente de izquierdas, se añade que en Barcelona se le han parado los pies al fascismo y al Ibex 35 y adelante con los faroles. Ya habrá tiempo para apuñalarse mutuamente; de momento, prietas las filas contra los enemigos de la patria y los lacayos del imperialismo. Y al francés, ni agua.