La frase del título se le adjudica a Voltaire, un autor que no debe figurar entre los referentes de Pablo Iglesias. El hombre, ya se sabe, es un maximalista nacido para asaltar los cielos, y cuando se enfrenta a futesas, obra en consecuencia, ya sea --hace un tiempo-- impidiendo la llegada al poder de Pedro Sánchez y alargando la agonía de Mariano Rajoy o, unos días atrás, cargarse el proyecto socialista para ampliar los contratos de alquiler de tres a cinco años. La propuesta se le antojaba poca cosa, la veía c arente de ambición porque no incluía la intervención gubernamental en el precio de los alquileres. Era mejor que la adoptada en su momento por Rajoy, pero con eso no le bastaba a Iglesias, para el que mejorar un poquito es peor que quedarse tan mal como estabas. Que se lo cuente a algunos de mis vecinos de inmueble, que deben renovar estos días su contrato de alquiler y están que trinan con lo de los tres añitos, cuando ya creían tener la vivienda asegurada durante los próximos cinco. O a los próximos en ser desahuciados, con los que el proyecto del Gobierno era algo más clemente que el del PP, que es el que seguirá en vigor gracias a Podemos.
Esa aspiración a la felicidad total de la humanidad se mezcla, en el caso que nos ocupa, con una vieja obsesión de los comunistas. En teoría, los comunistas están en este mundo para plantarle cara al fascismo, pero lo que realmente les pone verracos es jorobar a los socialdemócratas, a la gente que, aparentemente, más puntos de contacto tiene con ellos. En eso son como el Real Madrid y el FC Barcelona, clubs a los que solo hay una cosa que les haga más felices que vencer al rival tradicional: ver cómo se hunden en la miseria el Atlético de Madrid y el RCD Espanyol. Ya se sabe que si los españoles no participamos en guerras mundiales es porque no le vemos la gracia a matar a gente cuyo idioma no entendemos cuando podemos eliminar al vecino de arriba, al que odiamos.
Desde el pacto entre Hitler y Stalin, los comunistas no han dejado de hacer la puñeta a los socialdemócratas ni diez minutos. En la España reciente, antes han preferido los súper rojos ver en el poder al PP que al PSOE; y siempre que éste les ha tendido la mano --por interés, claro está, no por cariño: aquí el odio fluye en ambas direcciones-, se la han mordido. Yo ya entiendo que cuando se te está desmoronando el partido que te sacó de pobre, de la Complutense y de las tertulias de Intereconomía --un día se larga Errejón, al siguiente Espinar, y a ver quién es el próximo en salir pitando--, no tienes la cabeza en condiciones para preocuparte de los pringados que viven de alquiler, sobre todo si tú te has comprado una mansión en Galapagar, pero hay mucho izquierdista, Pablo, que esta jugada no te la va a perdonar. Al reclamar lo mejor ante lo, más o menos, bueno, sin reparar en que a menudo lo mejor es irrealizable con la ley en la mano, Podemos le ha amargado un poco más la vida a sus posibles votantes. Aunque, claro está, si de lo que se trataba era de joder a los sociatas, no hay nada más que decir: como el escorpión de la fábula, estaba en su naturaleza.