El lema atribuido al absolutismo ilustrado ("todo para el pueblo, pero sin el pueblo") ha sido y está siendo aplicado por muchos diputados y bastantes alcaldes socialistas andaluces. Esa pretendida clarividencia les ha alejado aún más de la compleja realidad social y económica de la región. Andalucía ha ido cambiando en los últimos 40 años, pero no solo por los aciertos de la política reformista del PSOE-A. También se ha transformado por la globalización y la vertiginosa revolución tecnológica, mucho más que por el impacto de la reciente crisis del capitalismo o por el dirigismo económico de la Junta de Andalucía que, sin duda, no ha conseguido el deseado desarrollo sostenible e incontestable. El secular atraso económico ha convertido a Andalucía en una economía en crisis permanente, con unos salarios muy bajos, una alta tasa de paro y una arraigada economía sumergida. Factores que determinan los abismales niveles de vida y condicionan el futuro de los jóvenes.
Una vez perdido el trono de San Telmo, los militantes críticos están levantando tímidamente la voz para valorar cuán positiva puede resultar esa derrota para el propio partido. El descaro de los mochileros y la evidente red clientelar ha pesado sobremanera en el PSOE-A hasta casi asfixiarlo. La administración paralela se ha convertido en una losa insoportable para el gasto público y en una exhibición impúdica de la ineficacia burocrática. La mediocridad de buena parte de los cuadros políticos surgidos de una militancia juvenil que, como decía Leguina, no han cotizado a la Seguridad Social, ha obstaculizado el ascenso de magníficos profesionales y ha separado al aparato del partido de aquella parte más dinámica de la sociedad.
El tránsito por la oposición puede ser un tiempo de incalculable valor para regenerar el partido, empezando por la renovación de las direcciones provinciales y continuando con una apertura a la sociedad sin los arraigados tics partitocráticos, como la negación práctica de la separación de poderes. Decía el liberal moderado José Posada Herrera en 1858, siendo ministro de Gobernación con O’Donnell, que "los ministerios no deben ser parlamentarios sino los parlamentos ministeriales". Con esa máxima rectificaba listas electorales y disolvía Cortes.
Esta sumisión del poder legislativo al poder ejecutivo ha sido una de las prácticas más negativas con la que el PSOE-A, mediante el "tacto de codos", ha convertido al Parlamento andaluz en una institución desganada y domesticada desde la dirección del partido. El acta de diputado no debe seguir siendo un premio a la obediencia.
¿Conseguirá el PSOE andaluz despegarse de la telaraña clientelar que el mismo partido ha tejido en los últimos 40 años? La tarea es tan ardua como imposible, ante los miles de cesantes que quedarán en el paro tras la investidura de Moreno Bonilla. Cuentan que el citado ministro Posada Herrera, en uno de esos cambios de gobierno, se encontró un día con un cesante en la puerta de su despacho pidiendo que lo colocara de nuevo en el ministerio. Le dijo que se lo recordase en otro momento. Y así, día tras día, se lo fue encontrando a la entrada, a la salida, en la puerta de su casa, en la calle. Cansado de sus saludos, Posada llamó al jefe de personal del ministerio y le preguntó si había alguna vacante y, finalmente, firmó su nombramiento con un comentario al margen: "Ay del que le toque".
El mayor error del PSOE andaluz sería dejar abierta la agencia de recolocación. Las próximas elecciones municipales son su próxima tentación, o estación si quieren continuar con su particular vía crucis.