Ya han sonado las campanadas y un nuevo año empieza, pero en cada lugar del mundo el año empieza a una hora distinta porque nos rige la luz del sol. Pero también porque somos esclavos de las convenciones, porque el año todavía no empieza para los chinos ni para los musulmanes porque ellos prefieren la luna. El tiempo no existe. Lo que existe es el desgaste de materiales, es la tierra girando en torno del sol o la luna girando a nuestro alrededor, o los hitos históricos desde los que arbitrariamente se empieza a contar. El tiempo es producto de la observación de la concatenación de hechos y su enumeración. Es producto, en cada rincón del planeta, de la observación y la ciencia, o de la ignorancia y el mito, según los casos.
Sin embargo, tenemos la sensación de que algo nuevo empieza: cambiamos el calendario de la pared y lo sustituimos por uno nuevo. Cargados de esperanza, nos tomamos doce uvas que no sabemos si representan los meses que hemos consumido del año que se acaba o los meses que viviremos del año que empieza. Nos vestimos con nuestras mejores galas para empezar alegres el año, pelamos las uvas y les quitamos las pepitas en un acto simbólico de que no nos queremos atragantar con las cosas desagradables que nos esperan. Brindamos. ¡Bien hecho! En la calle, alguien no ha podido hacerlo.
A pesar del rito de que algo nuevo empieza, ahí está el mismo mundo con sus alegrías y tristezas: ahí nace un niño después de nueve meses de gestación y alguien consigue con riesgo para su vida, huir del terror o escapar del hambre. Por eso, porque un día va detrás del otro, en 2019 también empieza el Brexit en Europa, gobernará Bolsonaro en Brasil, seguirá Trump amenazando inmigrantes y cambiará el gobierno en Andalucía con ayuda de la extrema derecha.
En Cataluña seguimos de "oca en oca y tiro porque me toca". Torra, hablando para menos de la mitad de los catalanes, parece decirnos que casi estamos en el año cero de una nueva era, en un discurso imposible que parece un ramillete de oxímoron, falsedades y palabras comunes vacías de contenido. Se muestra contento por cerrar un año con 20 trimestres en crecimiento continuado del PIB y nos anima a redoblar esfuerzos porque "pronto comenzará un juicio que debe ser el altavoz más potente de algunas personas, que en algunos casos hace más de un año que viven encarceladas preventivamente y en otros viven bajo la amenaza constante de una represión inaceptable. La sociedad catalana en su conjunto, aquel 80% que nos hace fuertes e imparables, lo ha manifestado una y otra vez: son inocentes, cumplieron con lo que les pedían y tienen que volver a casa".
Empezamos el año con los presos que decidieron utilizar sus cargos para poner en jaque el orden constitucional ya juzgados de antemano y con veredicto de inocencia. También, con la promesa de la aprobación de una ley Ómnibus en Cataluña que ponga en marcha todos los acuerdos sociales suspendidos por el TC. Otra trampa más para saltarse la ley y promover el malestar ciudadano. Así empezó el procés: con una ley Ómnibus durante el gobierno de Mas que tuvo la habilidad de cargarse el estado del bienestar. Ahora, otra vez una ley que lo encuadra todo, para decirnos que si el estado del bienestar no es posible, no es por culpa de los que nos gobiernan. ¡Ah! ¡Siempre es culpa de los tribunales!
Mientras, nadie sabe dónde están los 17 millones de euros que el Gobierno español ha pagado a la Generalitat para luchar contra la violencia de género.
De oca en oca y tiro porque me toca.