Teresa Freixes, Catedrática de Derecho Constitucional, aseguraba hace muy pocos días en una entrevista que ahora mismo hay motivos más que suficientes como para volver a aplicar el artículo 155 en Cataluña o, en su defecto, la Ley de Seguridad Nacional, porque "Hoy las circunstancias son prácticamente las mismas que durante el pasado año, incluso peores..."
Creo que es cierto. Estamos peor, bastante peor. Las tibias medidas tomadas un año atrás no fueron sino un frágil dique de contención ante el totalitarismo de un Govern fanático que, en su sinrazón, condujo a Cataluña al borde del caos. Ese 155 pusilánime sirvió de muy poco, como de muy poco ha servido, al menos hasta ahora, el que el partido de Inés Arrimadas fuera el más votado en esas elecciones convocadas por Mariano Rajoy. A día de hoy Cataluña es un sindiós --que diría el añorado José Sazatornil--, un sinvivir que nos lleva a despertar cada día instalados en una angustia enquistada ante lo imprevisto, en el triste y consabido... "¿Y hoy qué toca?"
Hoy --y no importa qué día lea usted esto-- puede pasar de todo... Que los CDR colapsen el centro de Barcelona, carreteras y vías principales, la AP-7, la línea del AVE, el acceso al aeropuerto; o que asalten --junto a los (m)ARRAN(os) de la CUP-- alguna comisaría, el domicilio de un juez o la sede de algún partido político constitucionalista; hoy quizá se encuentre usted con que le montan una batalla campal en la puerta de su casa, en Terrasa, en Girona, o allí donde se les antoje liarse a pedradas con los Mossos, que a estas alturas, pobres, ya no saben si ponerles el culo como un tomate, coger la baja por depresión o, directamente, cortarse las venas y enviarlo todo a la mierda antes de que les purgue el conseller Miquel Buch en unas Horcas Caudinas a la catalana; a lo mejor, y sin previo aviso, hoy se vea usted obligado a soportar en la televisión pública --la TV que ven 3-- 24 horas de elogios a la vía "Eslo-vena", que es suero nutritivo y vital a fin de mantener en sangre valores estables de fascistina, supremacina y sedicionina, que insuflen propósito y esperanza a decenas de miles de cafres hiperventilados; hoy pudiera ser que los funcionarios de la Generalitat hicieran huelga, o no; que abra usted su bar de comida rápida, o su comercio, y no entre nadie por la puerta porque no puede acceder a la zona; o que le notifiquen que será despedido porque su empresa traslada su razón social y la cadena de producción a Zaragoza; o que Carles Puigdemont pida la expulsión de España del seno de la UE, por cabrones y por fascistas, o que, finalmente, y Dios no lo quiera, la locura de cualquier enajenado acabe vertiendo esa primera sangre que tanto anhela el nacionalismo de puertas adentro.
Hoy estamos mal, qué duda cabe, pero podemos ir a peor, porque por desgracia los constitucionalistas catalanes vivimos atrapados entre dos fuegos; abandonados en medio de una guerra abierta que enfrenta al gobierno central y al autonómico, convertidos, eso parece, en moneda de cambio. En una de las trincheras tenemos a Quim Torra, un nacionalista ceballut, un agitador, un supremacista deleznable, manejado cual títere por un orate que se pasea impunemente por Europa vomitando odio contra España; en la otra, a Pedro Sánchez, el rey del mambo, un gafe diletante aferrado al poder, al Falcon y a la perspectiva de una jubilación de oro. Ni al uno ni al otro les importa un rábano la vicisitud de los que estamos en medio de la refriega, rezando para que el misil de turno no nos explote en la coronilla, porque para colmo de males, si nos alcanza no podremos ni siquiera decir que fuimos víctimas colaterales --abatidos por el llamado "fuego amigo"--, ya que ambos contendientes se comportan como si fueran nuestros peores enemigos. Nunca antes la política había lesionado tanto los intereses de la ciudadanía. La sensación de desamparo de los catalanes no nacionalistas es inenarrable. Dense una vuelta por las redes sociales, y pulsen el sentir general...
Y digo que las cosas --mañana, pasado mañana-- pueden ir a peor, porque todos los indicadores apuntan en esa dirección. Esta semana, el día 21, viviremos otra maldita jornada histórica con el ánimo atenazado, pendientes de la geoestrategia que los dos líderes de pacotilla, despliegan sobre el tablero de juego, para consumo interno de sus propias huestes. Lo malo es que esto es una ratonera en la que estamos atrapados todos. No sólo nosotros. también ellos.
Este jueves sabremos si Quim Torra quema las naves y se lanza ladera abajo, a tumba abierta, como un gurka, machete en mano, negándose a reunirse con el presidente del Gobierno; veremos si el Govern controla a los CDR, que amenazan con paralizar Cataluña, bloquear Barcelona, asaltar la Generalitat, tomar el Parlament e impedir contra viento y marea la celebración del Consejo de Ministros; dilucidaremos hasta qué punto el independentismo está unido o dividido en el caso de que las cosas se pongan feas de verdad, y cómo se posicionan ante un más que probable quebrantamiento del orden público de final incierto el PDeCat, ERC y la CUP; también nos quedará claro a todos si Pedro Sánchez supera el mal trago y salva el pellejo, o bien termina escapando en helicóptero de una Barcelona bloqueada a cal y canto por los radicales, maldiciendo su inútil cantinela de mesura, y proporcionalidad; al final del día, en resumen, sabremos si Cataluña vuelve a copar, para vergüenza de todos, la atención de los principales medios de comunicación internacionales.
Todo puede ocurrir, todo es factible, ningún escenario es descartable. En función de lo que suceda --los manuales, mensajes y directrices de los CDR son realmente inquietantes-- Cataluña podría encaminarse hacia una vía de distensión y negociación política o dirigirse irremisiblemente hacia una nueva y durísima aplicación del artículo 155.
Suerte a todos. La necesitamos.