El ejercicio de la fuerza es garantista; la debilidad acongoja al vecindario. Tenemos el ejemplo de Dresde, la Florencia del Báltico, que abrió los ojos de Vladimir Putin en 1989, cuando el KGB pidió ayuda militar para contener la revuelta en una Alemania del Este a punto de desaparecer; pero los tanques nunca llagaron. Putin advirtió la debilidad del Estado y se prometió a sí mismo la fortaleza del Kremlin cara al futuro. Fue entonces cuando su imagen deportiva y ecuestre se transformó en el retrato de Dorian Gray, el absoluto fáustico del hombre eternamente joven y bello. Y es el abismo en el que parece estar abocado Santiago Abascal, atraído por la confusión estética del populismo que rompe los moldes del Estado social de derecho, gracias a un guardián de las esencias de la España metafísica.
Abascal sale airoso de su puesta de largo en Andalucía (de cero a doce diputados, ¿quién da más?) y advierte tajante de que, si Casado y Rivera quieren sacar a Susana de San Telmo, tendrán que aceptar que Andalucía deje de ser una realidad nacional. No hay preámbulo de Estatuto que valga. Pero se confunde, porque Andalucía nunca quiso ser un "sol poble" a la catalana, a no ser que se refiera al extinto PA. Andalucía es más española que Covadonga. Diría que a la mayoría de los andaluces les importa muy poco dejar de ser una “realidad nacional” para ser simplemente una “región autónoma” de España, como quiere el polisémico señor Abascal. Las calles de Granada (“yo la quiero para perderme...”, cantaba Carlos Cano) y de Sevilla (“la quiero para beberme los ojos, las entrañas de de Andalucía y que se lleve el aire las penas mías...”) nunca han jugado con las cosas de comer, porque en ellas vive el pueblo más antiguo y culto del Mediterráneo; más solar y esencialmente litúrgico que el que habita en las costas del Mar Tirreno o en la islas del Egeo.
Susana se cuece en su propia salsa: ella levantó el espantajo, que hoy la mata. Y de inmediato, Pablo Iglesias lanza a sus huestes contra los jóvenes bárbaros de Abascal, convertido este en un nuevo Lerroux, aquel al que quiso tanto el mismísimo Pío Baroja. La calle se convierte en el Novecento del recientemente fallecido Bernardo Bertolucci. Pero oigan señores de Podemos: no se puede ganar a gritos, o cosas peores, lo que se ha perdido en las urnas. Espabilen porque se han comido el crédito que alcanzaron en 2015, y todo a causa del postureo progre, dando el pecho a los bebés en el Congreso y lanzando proclamas en el Madrid de La Latina que tanto les quiere, y que ya les llora. Espabilen o están condenados a quedarse en los patios interiores del Greenwich Village español recitando a Machado de por vida (que tampoco está nada mal). Iglesias y sus filósofos, Alba Rico, Alicia Delibes, Slavoj Zizek, Pedro Insua y el mismo Monedero, nos habían prometido hacer política, pero veo que ahora se dedican a exacerbar la frustración.
En la novela de Oscar Wilde, asustado por la certeza de que su juventud desaparecerá, Dorian Gray vende su alma para que los estragos de la edad pasen al retrato que el aristócrata pendejo, Hallward ha pintado sobre él. La figura ecuestre de Abascal, al que te imaginas recorriendo al trote las bellas dehesas de Vitorino, está destinada también a convertirse en eterna. Sus muchachas en flor son una fortaleza mental para los que adoramos a la Venus Calipigia de nuestra maldita adolescencia. Él será la efigie juvenil del futuro, una ucronía, la historia alternativa, que por esta vez se cumplirá, como precedente de lo que se nos viene encima mirando a Hungría, Austria o Italia. Abascal no es un facha a la vieja usanza. Expresa el desorden al que aspiran los destructores de la certidumbre democrática.
Ante sus diez exigencias (cierre de Canal Sur, derogación de la ley de violencia de género, devolución al Estado de educación y sanidad, etc), Andalucía tiembla, como tembló Europa ante las tesis colgadas por Lutero en el portón de Wittenberg. Las exigencias de Abascal son el me duele la España de las Autonomías; todas menos la última de las exigencias, “la protección para el modo de vida rural, la caza y la tauromaquia”, por aquello de volver a ver algún día, con perdón, al dúo José Tomas-Cayetano Rivera Ordóñez, como el que vimos en la Monumental de Barcelona en el último regreso del diestro madrileño, al que siguió el naufragio nocturno de Sánchez Dragó. Lo peor de las revoluciones levantiscas no son ellas mismas, sino las contrarreformas subsiguientes de los establecidos, es decir, allí donde no llegue Vox amenaza con llegar Casado y espero de corazón que no sea Rivera el tercero en discordia, porque le contempla una UE hoy más exigida que nunca.
Abascal bulle. Es el político uniformado y doliente que sueña con su entrega desmesurada. Que a él le vaya la marcha no significa que los demás no sintamos, desde el otro lado, el arrebato romántico de “aquel a quién la suerte hirió con zarpa de acero”. Pero mientras sus legiones glosen el “muera la inteligencia”, él lo tendrá muy difícil. Solo será un correlato estético de Pavía entrando a caballo en el Congreso.