Emilia Serrano de Wilson (conocida con el apellido de su primer marido) forma parte del listado de escritoras de viajes que, desde el género romántico de fines del XIX, dejara por escrito sus experiencias; como otras grandes autoras de su tiempo, Eva Canel, Flora Tristán y Fanny Calderón de la Barca.
Nacida en 1834, bien que ella declarara haberlo hecho en 1843, diez años después. Esta señal de coquetería, desvelada al descubrirse, hace pocos años, su partida de defunción en Barcelona (1923), ciudad de su muerte, nos presenta una mujer de vida longeva, que fallece a la edad de 89 años; una mujer cuya niñez, juventud y primera etapa de adulta cumplen con los requisitos típicos de un tiempo de lujos, comodidades, y también misterio. En efecto, de educación cosmopolita, gozó de una instrucción elitista lejos de España, entre Francia e Italia, con contactos literarios ilustres desde su infancia: Alejandro Dumas, Francisco Martínez de la Rosa o Alfonso de Lamartine, entre otros, convirtieron su destino en “mujer de letras”. Sus viajes por Europa añadirán contactos y conocimientos desconocidos para una joven de su tiempo y un amor especial: los viajes y América; esencialmente el pasado de un continente con el que se sentirá especialmente unida a lo largo de su vida y para el que soñaba (último tercio del XIX en una tierra fragmentada por las circunstancias históricas de la independencia) un lazo indestructible marcado por el idioma y por lo que ansiaba: la persistencia del amor a la madre patria.
¿De dónde procedía su conexión americanista? Como todas las grandes pasiones, su gusto americano nacería en la infancia. Ella misma recordará, seguramente idealizados, sus veranos de niña en el lago Como (Italia), y su amistad con un anciano, don Máximo, con acopio de libros de historia --de América en particular-- que inclinaría definitivamente su posterior afición hacia su historia, sus costumbres y sus gentes. Sus charlas serán descritas con el tiempo con gran entusiasmo en una obra titulada América y sus mujeres (Barcelona, 1890). Porque la baronesa de Wilson será recordada por ser la primera mujer española en recorrer en solitario el continente americano, unas seis veces de sur a norte (iniciados en 1865); son sus anotaciones las que exitosamente publicara en textos que recrean su visión --de mujer de élite-- de la realidad hispanoamericana. También de Norteamérica, deslumbrada por el país joven que despegaba y del que destacaba el papel de sus mujeres --de las que ella conociera-- en el mundo del periodismo y de las letras.
Hablábamos de una vida “misteriosa”. Lo fue --ella así lo quiso-- en las experiencias de su juventud. Dos grandes tragedias: su amor desgraciado por el poeta Zorrilla --por entonces casado-- y la pérdida posterior de su única hija, siendo niña, y estando Emilia Serrano ya casada con su primer marido. De lo primero, nunca trató, al menos públicamente, si bien ciertas conversaciones al final de su vida con el biógrafo del poeta, Narciso Alonso Cortés, así hacían apuntar, identificándose la baronesa con la joven e imaginada Leila de la obra de Zorrilla, y considerándose incluso la posible paternidad del escritor de la niña, de nombre Margarita Aurora. De lo segundo, la muerte de su hija, sabemos por sus declaraciones, por sus escritos, por sus referencias continuas y por su defensa continuada de la maternidad, la misión principal de las mujeres. Porque si bien la baronesa se constituye en defensora del papel de sus congéneres en la cultura y en la vida pública, lo es también que antepondrá el de ellas en el hogar. La temprana pérdida familiar marca, en lo que escribe y en lo que añora, los escritos posteriores.
Muerto su primer marido, contraerá segundo matrimonio con Antonio García de Tornel --un conocido masón-- y emprenderá sus viajes a América, empezando por el sur. Es cierto que aun yendo sola (a veces le acompañó el esposo) sus contactos --que incluían los poderes fácticos y masónicos, estos últimos desde 1873-- con importantes figuras de los países que visitaba le proporcionaron cobijo y apoyo en sus empresas. Pero el valor en recorrer las tierras más inhóspitas, las entrevistas con sus habitantes, la recogida de las leyendas y costumbres --a la manera, pensaba, de Humboldt a quien admiraba-- la convierten en una aprendiz de antropóloga, otorgándole el nombre de “la española peregrina”.
Otras obras y otros libros engrandecen su legado, fiel representante de un estilo, de una educación y de su personalidad de mujer aventurera. Su visión de la vida --para el resto de las mujeres-- se manifiesta en un texto educativo: Las perlas del corazón (1ªedición de 1876), reflejo de una instrucción orientada a la educación sentimental del género femenino en el más puro estilo romántico y burgués: que el corazón de las mujeres les hacía ser sabias, como su capacidad de ternura, amor y sacrificio. Se trataba de un texto de difusión en los países que visitaba, cuya fama le precedía, obviamente entre las élites: de hecho, algunos países latinoamericanos usaron de Las perlas como texto instructivo en las escuelas de señoritas. Su pasión por América --su vida en realidad-- nos ha dejado otras obras fruto de sus experiencias viajeras: América en fin de siglo (Barcelona, 1897) y Maravillas americanas (Barcelona, 1910).
A medio camino entre el feminismo moderado y el conservadurismo --ella misma se declara feminista en la edición de Las perlas del corazón de 1911-- su estilo narrativo incluye la descripción de maravillas de la naturaleza, descritas en expresiones grandilocuentes acordes con su estilo y su época. Porque en todas sus obras triunfa el subjetivismo romántico, efecto de su propia implicación vital e histórica, su afán por conocer (para instruir) y su trayectoria personal.
Su vida permanece expuesta en el espíritu de sus escritos: compadeciéndose de las viudas, compartiendo el dolor de las madres ante la pérdida de hijos de corta edad, sublimando la maternidad y la educación familiar, y prestando especial atención a las historias de amor; todo lo cual revela al lector los traumas de la experiencia propia. Porque el interés de esta escritora de élite, que se creía de todos, radicaba en su forma de verter en sus escritos su tragedia --muerte del primer marido, pérdida de su hija Margarita Aurora-- y su manera de evadirlas. Confesión que no elude: "Mis lágrimas o mis sonrisas, mis impresiones entusiastas y juveniles se revelan en mis obras; los acontecimientos me impulsan a escribir y expreso lo que siento: hoy es una necesidad del corazón" (Las perlas del corazón, ed. 1911).